No es lo mismo verla venir que estar con ella
En efecto, el 9 de agosto de 2007, días después de que el banco de inversión Bear Stearns había tenido que suspender a dos fondos que invertían en hipotecas subprime (préstamos a clientes de alto riesgo), Bloomberg.com informaba que el mayor banco francés, BNP Paribas, congelaba las operaciones de tres fondos de inversión que habían perdido un 20% de su valor en menos de dos semanas. Fin de fiesta.
Tal fecha quedará en la historia como el nuevo "jueves negro", denominación dada al 24 de octubre de 1929, cuando la que estalló fue la crisis del 29. Un cataclismo financiero comparable.
Fueron muy pocas las voces importantes a nivel mundial que, con el sentido común que suele faltarle a la práctica de la economía, habían alertado sobre el colapso que se cocinaba en 2007.
Una voz que no faltó fue la de Nouriel Roubini, profesor de la Universidad de Nueva York y conocido como Dr. Doom (el "doctor muerte" de los comics) por sus artículos en el New York Times.
En efecto, en septiembre de 2006 Roubini había expuesto su opinión ante una calificada audiencia del Fondo Monetario Internacional anunciando que la burbuja hipotecaria pronto estallaría, que habría un shock de precios de petróleo, y que la confianza de los consumidores se derrumbaría. La consecuencia inevitable, naturalmente, sería una profunda recesión global.
Intentaron desacreditarlo porque en su presentación no utilizó fórmulas ni modelos matemáticos. Olvidaban que en las ciencias sociales los conceptos claros y bien entendidos son mucho más importantes que las fórmulas oscuras y mal aprendidas.
Pero además de recordar a los pocos que vieron venir la crisis, es importante no olvidar a los muchos que "estuvieron con ella"…, los que permitieron que se cocinara la burbuja.
Entre ellos hubo bastantes liberales y defensores del mercado que cometieron errores y omisiones, facilitando las cosas para que el inevitable estallido de la burbuja terminase siendo equivocadamente identificado como el estallido de las ideas liberales. Muy particularmente en América Latina.
De tales errores y omisiones se ocupó el economista Carlos Rodríguez Braun, de la Universidad Complutense de Madrid, tanto en su libro titulado "Una crisis y cinco errores" como en una reciente conferencia organizada por el también madrileño Instituto Juan de Mariana.
Destaca Rodríguez Braun la ingenua forma en que las ideas liberales fueron dejadas en manos de políticos, a quienes incluso se aplaudió con excesivo entusiasmo cuando las aplicaron. Olvidando, quizás, que en tales manos todo se transforma en mero instrumento de algo tan caótico y poco confiable como son los planes de gobierno.
El error de "asociarse" a los políticos cuando supuestamente hacen las cosas que el liberalismo suscribe es que se corre el riesgo que se terminen imputando a tales ideas las frecuentes corrupciones de los gobernantes. Dejando al liberalismo, ingenuamente, pegado a las usualmente turbias causas políticas.
Otro error fue asociar las ideas liberales a los intereses de los grandes empresarios, algo acerca de lo cual ya nos alertaba Adam Smith (si, leyó bien. Y mucho antes que Marx): suelen ser los primeros en pedir ayudas, subsidios y protecciones (a las pruebas me remito…). Dejando al liberalismo, ingenuamente, pegado a las no siempre claras causas empresariales.
Finalmente, está el "error de secta": muchos liberales creen ilusamente que los mensajes buenos se abren camino solos, que la demagogia no llegaría muy lejos dadas sus patas cortas (a las pruebas en contra me remito…), y que hay que refugiarse en la catacumba de la pureza intelectual. Ingenuidad en su máxima expresión.
Porque no todo es intelectual: la libertad es un sentimiento. Casi como ser hincha de River.
Hasta la próxima.
El autor es iIngeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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