La verdad sobre el consejo clínico del paciente terminal
Vamos a ver si podemos tener un debate razonado en torno al apoyo clínico al paciente terminal.
Podemos empezar por pedir a Sarah Palin que abandone la estancia. No tengo nada contra ella. Tiene un notable talento político. Pero no hay "tribunales de eutanasia" en ninguno de los proyectos de reforma sanitaria Demócratas, y decir que los hay equivale a viciar el debate.
También tenemos que decir a los defensores de la tristemente célebre Sección 1233 incluída en la H.R. 3200 que no es tan benigna como ellos pretenden. Ofrecer compensación pública a cualquier médico que ofrezca asesoría clínica terminal – tanto si el paciente la solicita como si no – es crear un incentivo para tener tal consulta.
¿Cómo cree usted que van a ser esas consultas? ¿Cree usted que el médico hablará sin parar acerca del nuevo descubrimiento puntero fantástico de coste multimillonario capaz de prolongar otros seis meses el diagnóstico reservado de un paciente por lo demás deshauciado? ¿O cree que va a hablar – tal como detalla específicamente el proyecto de ley – de los cuidados paliativos y los servicios de asistencia y las demás formas de dejar esta vida?
No, dicen los defensores. Sólo se trata de que queremos que los médicos hablen de poner en marcha el consentimiento para prolongar la vida por medios artificiales y los demás preparativos para el momento final. ¿De verdad? Entonces considere la eficacia real del consentimiento del paciente. Cuando usted sea viejo, esté enfermo y una neumonía por pseudomonas le tenga postrado en una cama de la UCI decidiendo si (a) pasar por el largo tratamiento con antibióticos o (b) rendirse a esperar que la infección que los oncólogos suelen llamar "el amigo del anciano" se le lleve, el médico le preguntará lo que quiere hacer con su vida en ese preciso momento – sin importar aquel trozo de papel que usted firmó hace cinco años.
Le dirán constantemente lo crucial que es redactar con años de antelación el consentimiento como paciente. Pero la pregunta relevante es lo que desea al final – cuando se enfrenta a la muerte – no lo que se le ocurrió en el pasado estando sano y robusto sentado en el bufete de su abogado, apenas capaz de contemplar la posibilidad de una vida de dolor y agravamiento irreversible.
Bien, a medida que el dolor y el agravamiento paulatino entran en su vida al envejecer, su cálculo cambia y su tolerancia al sufrimiento se incrementa. Para cuando ingrese en la UCI, es muy probable que usted tenga una perspectiva de las cosas completamente nueva.
Mi propio testamento de consentimiento, que siempre he considerado un documento más literario que legal, dice básicamente: "He tenido una vida larga y próspera, gracias. Si sufro cualquier cosa más grave que un pellejo desprendido en un dedo, que desenchufen la máquina." Nunca me lo he tomado a la tremenda porque a menos que me encuentre en coma irreversible o sufra un cuadro de demencia senil, me van a preguntar en ese preciso momento si quiero ser reanimado o no si entro en parada. El documento que se firmó hace años no va a significar nada.
Y si estoy totalmente incapacitado, mi familia decidirá, con escasa o ninguna deferencia a mi consentimiento. ¿Por qué? Le pondré un ejemplo. Cuando mi padre se estaba muriendo, mi madre, mi hermano y yo tuvimos que decidir hasta qué punto prolongar el tratamiento. ¿Cuál era la mejor manera de averiguar los deseos de mi padre: lo que marcó en un formulario un día de verano de postal años antes de caer gravemente enfermo, o lo que nosotros, que le conocíamos desde hacía décadas íntimamente, pensamos que querría? La respuesta es obvia.
A excepción del huérfano senil, el formulario de consentimiento está fuera de lugar. El único caso en que es realmente esencial es el caso en que usted tiene motivos para pensar que su díscola familia estará impaciente por catalizar su muerte para recibir su herencia. Ese es el punto fuerte de la ley – protegerle del asesinato y el robo. Pero está muy lejos de garantizarle un desenlace pacífico siguiendo sus deseos, que es para lo que la mayoría de la gente imagina que sirven los documentos de última voluntad.
Entonces, ¿por qué hacer que Medicare pague a los médicos por realizar el asesoramiento? Porque sabemos que si esta autoridad revestida de blanco impoluto cuya vocación elegida es curar y sanar es quien abre sus miras a los cuidados paliativos y los servicios de asistencia, le estaremos empujando de la forma más sutil posible a dejar que las cosas sigan su curso.
No es un escándalo. Ciertamente no es ningún tribunal de eutanasia. Pero es una sutil presión ejercida por la sociedad a través de su médico. Y cuando se incluye dentro de una reforma sanitaria cuyo principal objetivo es rebajar el gasto de forma dramática a largo plazo, hay que ser bobo o no tener escrúpulos para negar que está concebida con la intención de orientarle con cuidado en una determinada dirección, la de la esquina de la habitación de planta donde hay una figura fantasmal, guadaña en mano, ofreciendo alivio.
© 2009, The Washington Post Writers Group
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