Argentina: ¿Para qué adelantaron las elecciones?
En marzo Cristina Fernández de Kirchner informaba que el Gobierno había decidido adelantar las elecciones. La Presidenta decía: "Los argentinos necesitamos mucha tranquilidad, mucho diálogo, alejando los intereses partidarios. La crisis es de una magnitud enorme y demanda que todos los esfuerzos estén orientados a lograr sostener la actividad económica y el nivel de empleo". También justificaba el adelantamiento de las elecciones al sostener: "Tenemos que hacer un esfuerzo para superar diferencias estériles, debates inútiles".
Y, en el proyecto de ley enviado al Congreso para adelantar los comicios se afirmaba: "En el orden internacional, han estallado los mercados financieros, desatando una crisis de cuya intensidad, extensión y profundidad todavía no se conocen datos. La realidad de esa crítica situación, en cuya génesis no tienen responsabilidad los argentinos, que sin embargo se ven expuestos a sufrir sus consecuencias, hace desaconsejable la extensión de las campañas electorales desde inicios de marzo hasta el cuarto domingo del mes de octubre, establecido en el Código Electoral Nacional. La circunstancia de la crisis internacional apuntada, por sí sola, y la consecuente necesidad de que todos nos aboquemos a la defensa de los puestos de trabajo recuperados y creados, del ahorro y la inversión nacional para el sostén y mantenimiento de una actividad que permita seguir creciendo a nuestro país, tornan prudente y hacen aconsejable acortar ese espacio de propaganda electoral".
A dos meses desde la memorable derrota electoral del oficialismo, no se entiende para qué adelantaron los comicios porque, aún con la crisis internacional que aminora, el Gobierno está paralizado frente a la debacle económica interna, generada por la incapacidad que ha demostrado para administrar la economía. Desde que el matrimonio perdió las elecciones se ha concentrado en cuestiones que nada tienen que ver con la defensa de los puestos de trabajo. Así, los argumentos que usaron se convierten en una bonita excusa para no llegar tan maltrechos políticamente a las elecciones que originalmente deberían haber sido en octubre, ante la escalada de complicaciones económicas que hoy están a la vista.
Luego de no reconocer la derrota y de decir que habían ganado en El Calafate, los Kirchner convocaron a los partidos políticos a debatir la reforma electoral. Si bien, esto es importante, claramente llegaba a destiempo y poco tenía que ver con la reactivación de la economía. O, puesto de otra manera, no era la prioridad a los pocos días de haber votado con el viejo sistema, de acuerdo a los argumentos económicos esgrimidos para adelantar las elecciones. En todo caso, deberían haber aceptado, en su momento, la boleta única que sistemáticamente rechazaron.
Tras haber perdido la votación, todo lo que hizo el Gobierno para defender el empleo fue: a) anunciar un plan para crear 100.000 puestos de trabajo, que seguramente terminará como los créditos para comprar autos, el canje de bicicletas, calefones, zapatos y los créditos para inquilinos; y b) ocuparse del fútbol como gran tema de política pública de largo plazo. Dicho de otra manera, para el matrimonio, la gran política que acabará con la desocupación, atraerá inversiones y recreará la confianza, pasa por estatizar la transmisión de los partidos de fútbol. Pareciera ser que si los argentinos vemos el domingo cómo Riquelme le pide al árbitro que la barrera guarde distancia para patear el tiro libre, al día siguiente incrementaremos notablemente nuestra productividad, los capitales dejarán de fugarse y las inversiones nos lloverán, como en su momento prometió Moreno que iba a llover gasoil.
Debo reconocer que hubo un intento por apagar parte del incendio económico con un insólito tarifazo e impuestazo al consumo de gas, que casi termina en un incendio social por lo disparatado, inoportuno y fuera de contexto de la medida.
Y, como frutilla del postre, los Kirchner -que se esmeran por conocer todo lo que hace la sociedad, y nada pasa sin que ellos no lo sepan- tuvieron la mala suerte de que el Congreso votara por unanimidad una rebaja de los derechos de exportación para algunos partidos de Buenos Aires. Inmediatamente "cumplieron" su palabra de dialogar y traer tranquilidad, como argumentaban para adelantar las elecciones. Y, Cristina vetó la ley que sus mismos diputados habían votado sin importarle qué podía ocurrir con el sector agropecuario.
Cuando uno mira el descalabro en el que se han convertido los números fiscales, la caída en el nivel de actividad, el volumen de la fuga de capitales, el incremento de la desocupación y el estallido de la pobreza y la indigencia, advierte que llegar a octubre en estas condiciones hubiese significado una derrota electoral mucho más apabullante que la que tuvieron dos meses atrás.
Otro de los argumentos que usó Cristina Fernández de Kirchner para adelantar las elecciones fue el siguiente: "Cuando el mundo se cae a pedazos y los pedazos se nos pueden caer encima, sería suicida embarcar a la sociedad en una discusión permanente hasta octubre". La realidad es que el mundo ya no se está cayendo a pedazos pero la Argentina sí, y lo hace, a pesar de la recuperación de los precios de los productos de exportación -tanto de origen agropecuario como de las manufacturas de origen agropecuarias. Claramente la crisis internacional ha dejado de ser la excusa que puede usar el Gobierno para intentar tapar su propia incapacidad.
El gran interrogante es qué van a inventar ahora para sobrellevar un deterioro creciente durante casi dos años y medio más. Aquí hay dos problemas fundamentales: uno de expectativas y otro de medidas de fondo.
En materia de política económica, muchas veces uno puede cambiar las expectativas de los agentes económicos, al generar más actividad con algunos anuncios o medidas que no son de fondo pero marcan un rumbo de confianza, y luego consolidarlo al avanzar en las reformas económicas. En estos dos meses el Gobierno no sólo no mejoró las expectativas de los agentes económicos sino que las agravó porque dio acabadas muestras de no querer reconocer la realidad y tampoco amagó con cambiar el rumbo de colisión. Por el contrario, al enfrentar caprichosamente de nuevo al campo agrava el clima de desconfianza porque todos empiezan a advertir que el Gobierno está forzando una situación de conflicto social para victimizarse. En este contexto, mientras el Gobierno siga inventando enemigos para transformarse en víctima nadie tomará decisiones importantes esperando ver hasta dónde está dispuesto a llevar el conflicto Kirchner porque para hacerlo podría llegar a adoptar cualquier medida contra los derechos de propiedad y la libertad de trabajo.
El segundo tema es puramente económico. Las cuentas del sector público no cierran y se deterioran mes a mes, el comportamiento del Gobierno espanta más las inversiones y acentúa la fuga de capitales. Mientras crecen los problemas de desocupación y pobreza que sólo pueden solucionarse con inversiones atraídas por la confianza, algo que el Gobierno ya no tiene y pierde con cada medida arbitraria que adopta y con cada discurso disparatado como el de comparar los goles con el secuestro de personas.
Las elecciones de medio término que tanto parecían complicar al Gobierno para recuperar la actividad económica y la crisis internacional ya no son excusas. El creciente deterioro económico es pura y exclusiva responsabilidad del matrimonio, deterioro que no está en condiciones de revertir por manifiesta incapacidad. Sólo parecen estar concentrados en ver la forma de crear mayor conflictividad social para declararse víctimas de oscuras conspiraciones, apelando al discurso setentista. Esto implica, inevitablemente, profundizar más la crisis económica por la incertidumbre que generan.
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