El tango del pesimismo

No todas las encuestas son fieles a la realidad que pretenden reflejar. Se comenten errores al elegir las herramientas de medición o en el análisis de los resultados. Es posible que IIS tropezara con alguno de esos obstáculos. Pero otra encuesta, del Internacional Business Report indica que los empresarios argentinos son casi tan pesimistas como los de Botswana -o para el caso, los españoles- acerca de cómo pinta el horizonte económico. Y un sondeo realizado por Ibope Inteligencia&Win, revela que sólo 12 de cada 100 argentinos confía en la gripe A está controlada. "!Qué va estar controlada esa cosa!", se escucha decir en las salas de espera de los hospitales.

Se pueden rellenar varias enciclopedias con las teorías que explican el hábito de ver siempre el lado oscuro de la vida. Se dice que los argentinos quedaron traumatizados con la dictadura militar; que la persistencia del peronismo -el inamovible movimiento populista que domina la política desde los años 50- los aplasta. De ser así, hace tiempo que los palestinos o los vietnamitas se hubieran suicidado en masa. Pero en Ciudad Ho Chi Min o en Nablus no se escuchan tantas quejas como en la hermosa Buenos Aires.

Para mí la explicación más convincente es que el argentino vive anclado a la época en que su país fue conocido como el granero del mundo (desde la segunda mitad del siglo XIX a las primeras décadas del siglo XX) y en que la prosperidad económica impulsó el crecimiento de una ilustradísima clase media con un nivel de vida semejante al de Canadá. "Argentina es un país riquísimo pero los políticos se lo afanan (roban) todo", es el epílogo de todas las conversaciones que dan vueltas y vueltas en torno a la pregunta de por qué esta nación no ocupa el lugar al que estaba predestinada. Desde luego que los jóvenes no son tan fatalistas y que, pese a serlo, la mayoría de los adultos son gente emprendedora.

También llama la atención que en el extranjero tengan fama de dicharacheros y expansivos. Mientras que cuando están en su tierra natal se obsesionan con ese perro que ensucia la acera, cerca de donde florecen los cerezos.