Obama ya no puede culpar a Bush por la economía
Ahora se puede decir con propiedad: es la economía de Barack Obama.
En los siete meses transcurridos desde su inauguración, Obama y su equipo económico han culpado de todo lo malo al ex presidente George W. Bush y se han adjudicado todo lo bueno.
¿La exorbitante brecha fiscal para la próxima década? La culpa es de los recortes de impuestos de Bush y la recesión que Obama heredó. ¿Las señales esperanzadoras de que la economía y los bancos se están estabilizando? El gobierno lo atribuye a su paquete de estímulo fiscal, las pruebas de resistencia del secretario del Tesoro Timothy Geithner y a que los bancos levantaron más capital.
El argumento funcionó durante un rato. Obama heredó un colapso económico, un sistema financiero prácticamente paralizado y una política fiscal insostenible, a lo que hay que sumar guerras en Irak y Afganistán. Rápidamente aprobó un estímulo económico de US$787.000 millones. A pesar de su impopularidad y su demora en surtir efecto —sólo un cuarto de los fondos serán desembolsados antes de fines de septiembre, según los cálculos la Oficina de Presupuesto del Congreso— el estímulo apuntalará el crecimiento este trimestre y el próximo.
Asimismo, un indicador clave de la presión en el sistema bancario, la diferencia entre las tasas que los bancos se cobran entre sí y las de la Reserva Federal, está disminuyendo, aunque sigue siendo mayor de la normal.
De todas maneras, el nombramiento de Ben Bernanke para que presida la Fed durante otros cuatro años y la divulgación de proyecciones peores de las esperadas del déficit fiscal estadounidense marcan un punto de inflexión.
Culpar a Bush no es de mucho consuelo para los estadounidenses preocupados por sus empleos, salarios, precios de sus viviendas y pensiones. El último sondeo de Wall Street Journal/NBC News, por ejemplo, muestra que la tasa de aprobación de las políticas económicas de Obama está decayendo a medida que la economía mejora. Imagine lo que el público estaría diciendo si la economía estuviera empeorando. De ahora en adelante, el público, la prensa y los mercados evaluarán conforme a los resultados.
En lo que se refiere al estímulo, el veredicto depende de dos cosas. La primera es la economía. Si mejora pronto, y podría hacerlo, la animosidad hacia el estímulo probablemente se desvanecerá y la valoración de Obama mejorará. Pero la propia Casa Blanca estima que el desempleo aumentará a 10% este año y permanecerá en un doloroso 9,7% para las elecciones legislativas de 2010. Eso está en gran parte fuera del control del presidente, pero establecer una mayor claridad sobre las reglas para las empresas, los salarios de los ejecutivos, las finanzas y el libre comercio global ayudará a estimular la contratación y la inversión.
La segunda es la ejecución. Poner el dinero en circulación lo antes posible es crucial, pero también lo es gastarlo de forma eficiente. Dada la escala del estímulo, el escándalo es inevitable. Lo importante para el gobierno es distribuirlo lo mejor posible y responder de modo rápido cuando haya reportes de malgasto y abuso, para evitar mancillar todo el programa. Diseñar y ejecutar programas de inversión a largo plazo también es vital, no sólo para la imagen del presidente como gestor, sino también para cumplir con cualquiera de sus objetivos para este gasto.
Respecto al déficit fiscal de largo plazo, Obama necesita un plan de negocios creíble. Debe convencer a los estadounidenses y a sus acreedores de que el país no se está convirtiendo en el mayor deudor de alto riesgo del mundo.
El déficit no puede arreglarse sin reducir los costos de salud, como el presidente recuerda a diario. Pero incluso si Obama convence al Congreso para que apruebe una reforma de salud, no habrá hecho nada para reducir la deuda de US$9 billones (millones de millones) que el director de presupuesto Peter Orszag proyecta para los próximos diez años.
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