Cuba y el regreso del Yeti
¿Recuerdan al Yeti, el nombrado abominable hombre de las nieves que a mediados del siglo XX ocupó grandes espacios del imaginario popular, debido a que la prensa de la época y numerosas publicaciones, algunas calificadas de científicas, se hacían eco de una legendaria figura de más dos metros de altura y de una corpulencia impresionante que se dejaba ver entre las tinieblas del Himalaya cuando se le antojaba?
La existencia del Yeti, en Siberia o el Himalaya, continúa siendo una incógnita. Si es un eslabón perdido en la evolución de los simios o si es otro espécimen animal, son preguntas de las que no se tienen respuestas todavía.
Se decía que era un sujeto cruel y despiadado, que sus acciones se correspondían con la de algunos hombres y que aunque había completado el proceso evolutivo, estaba exento de los valores morales y la sensibilidad que caracteriza a la mayoría de los seres humanos.
El año pasado, unos científicos japoneses avistaron sus huellas, por lo que se comentó de su retorno y se pensó que de nuevo veríamos titulares de periódicos, nuevas películas y revistas retomando un tema que gusta, por eso de que aquello que produce miedo y no es una amenaza directa para nuestra humanidad nos permite imaginar que podemos actuar como héroes, o que individuos como Hugo Chávez y Fidel Castro, cuando están lejos, no son tan virulentos como los describen su enemigos.
El redescubrimiento se produjo en el 2008, pero este año parece que contamos con el retorno de otro abominable, y es por eso que es prudente recomendarle a los investigadores, a los buscadores de monstruos, que no viajen a las gélidas y escabrosas montañas del Himalaya ni a las estepas siberianas, porque pueden conseguir en el amable clima tropical y con precios de descuento, un ejemplar que supera al Yeti en perversidad y soberbia y que, al parecer, pretende regresar por sus dominios a los que al decir verdad, nunca dejó por completo.
Todo parece indicar que Fidel Castro, el Abominable de La Habana, se puso los calzones y de forma calculada pero decidida, está dispuesto a recuperar parte del escenario que cedió temporalmente por necesidad, no por la convicción de que su régimen, de más de 50 años, ha sido un completo fiasco.
Cuando en febrero del 2008, Raúl Castro asumió oficialmente los controles del Estado dijo que estaba consciente que "Fidel es insustituible" y que sólo el Partido Comunista de Cuba podía ser digno heredero de su hermano.
Inmediatamente, dirigiéndose a la Asamblea dijo que consultaría a Fidel "las decisiones de especial trascendencia para el futuro de la Nación", en particular las vinculadas con la Defensa, la política exterior y el desarrollo socioeconómico". Y agregó, "Asumo la responsabilidad que se me encomienda con la convicción de que, como he afirmado muchas veces, el comandante en jefe de la revolución cubana es uno sol Fidel es Fidel".
La lectura que muchos hicimos de la prorroga del Congreso del Partido Comunista de Cuba puede haber estado equivocada. Tal vez se demoró el evento en espera de la mejora de la salud del Gran Hermano y si esa evolución era satisfactoria, que el pleno del Congreso lo ratificara en el cargo. Recordemos que al menos en teoría, el Partido Comunista es la fuente del poder en Cuba.
Es de creer que Fidel Castro no aspire a detentar todo el poder como en el pasado, no por buena voluntad sino porque la ruptura del proceso de sucesión que se inició hace tres años podría quebrar por completo la estructura del poder totalitario. La recuperación de la salud ha hecho posible, aunque modestamente, que haya vuelto al escenario del que tanto abusó y disfrutó.
Contrariamente a lo que muchos pensaban, Castro fue muy cuidadoso al implementar la Sucesión porque la condujo desde su propio lecho de grave enfermo. Aún al borde de la merecida tumba, dispuso de la herencia totalitaria y determinó con extrema eficiencia quiénes mantendrían la pax castrista en la Isla.
Su indiscutible talento para imponer su voluntad y sobrevivir entre sus pares alcanzó la cota más alta cuando pudo disponer sin la menor disidencia, que Raúl Castro fuera su heredero. Sus predecesores Francisco Franco y José Stalin, no tuvieron la misma competencia y a sus respectivas muertes se inició un proceso lento, pero inexorable, que conducía al fin de sus respectivos regimenes.
Pero la perniciosa habilidad de Castro para controlar el Poder e imponer la sucesión a su medida, se transforma en un pesado lastre si alberga la ilusión de que puede tomar de nuevo el timón de una nación que, por décadas, ha estado a la deriva.
No es una reflexión delirante suponer que Fidel Castro considere retomar el bastón de mando. En los momentos más críticos de su enfermedad no renunció, sino que traspasó sus poderes en la persona en que más podía confiar, a pesar de que más de un analista ha afirmado que entre los hermanos Castro hay divisiones y conflictos.
Los lazos de sangre y la complicidad histórica de la nomenclatura favorecieron su decisión, pero las mismas estratagemas que usó y el surgimiento de nuevos delfines y el temor de éstos a perder sus prerrogativas, se supone obstaculicen su eventual retorno.
Los intereses de la aristocracia revolucionaria son determinantes ante cualquier cambio en la cúspide gubernamental. Es evidente que asimilaron la provisionalidad de Raúl y acataron la oficialización de su jefatura, pero una vuelta atrás aunque sea tomando mucho impulso, puede pinchar la burbuja sobre la que se sostiene la dictadura.
Pedro Corzo es periodista e investigador cubano. Es presidente del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo
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