Desarrollo económico
Libertad Digital, Madrid
Décadas de observar y analizar promesas de desarrollo económico me han convertido en escéptico. La evidencia de lo que funciona y lo que no es bastante obvia, pero por algún motivo no se logran las circunstancias que lo hacen posible. ¿Por qué, me pregunto, algunos países avanzan y otros no? Si uno revisa la literatura, los temas de hoy no son distintos a los de hace décadas o, incluso, siglos. Las palabras cambian, pero los temas persisten. El debate sobre más gobierno o más mercado no es nuevo ni particularmente creativo. Pero algo nos ha faltado para encontrar el camino.
Estuve en una conferencia sobre los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), cuatro países que tienen poco en común, pero prometen lograr elevadas tasas de crecimiento económico. Quitando a Rusia –cuyo acelerado envejecimiento demográfico y dependencia de los precios del petróleo, seguramente le harán imposible mantenerse en ese grupo– los otros tres han evidenciado gran flexibilidad y capacidad de adaptación. Pero cada uno ha seguido un camino distinto y lo único que los asemeja es su expectativa y propósito de convertirse en potencias. Ese punto tiene un impacto psicológico tan enorme que no puede ser ignorado.
Al escuchar las presentaciones, yo pensaba cómo la experiencia mexicana se asemeja o se diferencia. En las últimas décadas, en México se adoptaron una serie de programas y proyectos. Aunque ha habido mejorías aquí y allá, México no ha logrado la transformación que se prometía.
Un comentarista argentino decía que ellos crearon grandes proyectos e incluso adoptaron etiquetas rimbombantes para asegurar que "ahora sí" se harían las cosas bien, sólo para comprobar años después que el desarrollo seguía siendo una promesa y no una realidad. El argentino se refería al programa de "convertibilidad" del peso argentino, mecanismo consistente en fijar la moneda local al dólar para garantizar a la población que el gobierno ya no volvería a generar inflación, sólo para luego engañar a la gente y conducir el país a una catástrofe.
No hay patrones comunes en los BRIC. El gobierno chino ha utilizado la fuerza para imponer una transformación "desde arriba", en tanto que la India ha ido introduciendo pequeños cambios que han liberado las fuerzas creativas y productivas de la sociedad. Se trata de dos experimentos tan dramáticamente contrastantes en forma y enfoque que es imposible encontrar mayores denominadores comunes. Los chinos viven bajo un gobierno duro que tiene absoluta claridad en sus objetivos y no ha enfrentado obstáculos que lo paren. En cambio, India apenas logra navegar las difíciles aguas de extraordinaria complejidad social y política de una nación tan diversa. A decir del expositor de la India, China es un país que va asimilando las diferencias y creando un todo común, en tanto que India va acumulando experiencias y dejando que persistan las partes que integran al conjunto.
Brasil, más cercano a nuestra historia y experiencia, ha logrado extraordinarias tasas de crecimiento gracias al auge en la demanda de materias primas, en tanto que la venta de aviones y otros bienes tecnológicamente sofisticados le dan enorme visibilidad. Pero lo que realmente ha transformado a Brasil es una actitud: los brasileños están decididos a convertirse en una nación desarrollada y poderosa, lo cual les permite superar obstáculos, tanto físicos como mentales. Eso les llevó a convertir a su otrora monopolio petrolero en una de las empresas energéticas más sofisticadas del mundo y a privatizar, lo cual genera competencia interna y los obliga a ser cada día mejores.
En la conferencia se presentaron muchas anécdotas de corrupción, burocracia, desigualdad y subsidios. Pero ninguno de esos elementos ha sido crucial en promover o impedir el crecimiento. El de la India decía que su país "crece a pesar del gobierno" y, de hecho, que "la economía crece de noche porque es cuando el gobierno está dormido". En contraste, en China es el gobierno el que allana el camino
Nuestro estancamiento en México lleva décadas y todavía no hemos resuelto lo más elemental. El desarrollo no es algo técnico, sino el resultado del sentido común y de la disposición a cambiar. Lo que une a estas naciones exitosas ha sido la capacidad, cada una a su manera, de crear condiciones de mercado; hacer atractiva la inversión; promover el desarrollo del capital humano (sobre todo en educación y salud); seguridad pública; y cumplimiento de los contratos.
En México no hemos logrado los acuerdos más básicos ni existe el deseo de cambiar y transformarnos, de una vez por todas. Eso crea un entorno propicio a la frustración, al abuso y la corrupción. Todo porque no existe la disposición de adoptar una agenda que todos ofrecen pero nadie cumple. Llevamos décadas hablando de crecimiento, pero no hemos desarrollado la actitud necesaria para lograrlo y eso nos deja inmersos en un proceso desgastante, en el que todo se hace para privilegiar lo existente, en lugar de construir un futuro mejor.
La única manera de lograr el desarrollo es querer lograrlo porque eso obliga a pensar en el futuro.
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