“¡Mediocres del mundo, uníos… contra Honduras!”
Un mugido que ahora nos llega repetidamente desde Caracas. Y pronto a su convocatoria en petrodólares, acuden Ortega, Correa, los Kirchner, Evo, Raúl Castro, Álvaro Colom…
Más allá de nuestro inmediato entorno, también Rodríguez Zapatero desde España. Y algunos que nos son culturalmente más lejanos, Obama y Hillary Clinton, personalidades de muchos más quilates pero de un conocimiento menos que mediocre en lo que respecta a nuestras realidades.
La característica media entre los primeros es cero carácter.
Lo que entraña ausencia de visión de largo plazo, de pudor mediático, de trabajo disciplinado y la presencia, en cambio, de verborrea incontenible, de análisis superficiales, de altanería despótica, de embustes tornadizos, de piruetas antiyanquis baratas, y la malversación de fondos públicos de esperar.
¡Pobre América nuestra!
Estoy seguro de que dentro unos años el fracaso de esos mediocres se habrá hecho tan patente como el que evidenció la caída del Muro de Berlín, socialismo aquel de más enjundia doctrinaria, empero, y personalidades de mayor peso. Pero en el entretanto, ¡cuánta pérdida de tiempo, cuántas fugas de cerebros, cuánto despilfarro de recursos y cuánta inflación de la pobreza!
No somos testigos de una rebelión de las masas tal cual la analizara José Ortega y Gasset hace 80 años, sino de un auténtico aluvión de ignorantes jactanciosos y sin escrúpulos que le hacen la guerra a todo lo decente, lo razonable y aun a la misma esperanza.
Por nuestro patio los detectamos entre los impunes no ya por los habituales crímenes horrendos sino también por parasitismos continuados y venenosos a costas de nuestros niños que claman al cielo como, por ejemplo, el de Joviel Acevedo. Inclusive se transparentan en lo escuálido de ciertos “razonamientos” que algunos arguyen contra un proyecto ciudadano pro reformas constitucionales que les cerraría las puertas para siempre a tantos zafios.
Como de costumbre, el precio más alto lo pagan quienes menos pueden afrontarlo, en este caso, ¡oh sorpresa!, el pueblo de… Honduras.
Tal parece que la descabellada idea de que el voto de la mayoría equivale a un cheque en blanco en favor de quien la obtuvo se ha vuelto moneda de curso corriente entre los poderosos que dictan lo que es políticamente correcto. ¿Y el derecho a la rebelión, o mejor, a la resistencia pacífica? Tanto más cuanto que al inframediocre Zelaya se le depuso por las instituciones republicanas llamadas legalmente a hacerlo.
La vida es una sucesión de altibajos. Tenemos que salir en Iberoamérica de este hoyo del presente lo más rápido que nos sea posible, o habremos de esperar siglos para recuperarnos de esta nueva invasión de los bárbaros.
Para ello, la primera orden del día es levantarnos en solidaridad con el pueblo hondureño y que se nos oiga.
La segunda, es hacer un examen de conciencia.
Si está visto que el status quo no funciona, ¿por qué siquiera no empezamos por ahondar en la discusión de sus antecedentes lógicos?
La OEA no responde a aquello para lo que fue constituída. ¿Por qué no suprimirla?
Y a ese tenor, ¿por qué no traspasar en todos nuestros países la preeminencia de las instancias políticas hacia las judiciales?
¿Por qué, además, no trasladar a las autoridades más cercanas al pueblo, las municipales, las prerrogativas presupuestarias en materia de policía y educación?
¿Por qué no quitarle a los Estados, de una vez por todas, el monopolio del subsuelo?
¿Por qué no incluir al hombre común y corriente en la impartición de justicia a través de sistemas de jurados, o de su equivalente, “jueces legos”?
¿Por qué no restituir “juicios de residencia” (o de rendimiento de cuentas) para todos los funcionarios electos, dentro de los 60 días hábiles subsiguientes al término de su gestión?
¿Por qué no retirarles a los gobiernos la facultad del abuso monetario vía déficit?…
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