Chávez y la educación de los niños
En medio de diversas manifestaciones de protesta, la Asamblea Nacional de Venezuela –bajo control absoluto del chavismo- aprobó recientemente una controvertida ley de educación. Dicha norma le otorga al Estado enormes prerrogativas en materia educativa y también el control sobre los medios de comunicación. Todo convenientemente disimulado bajo una frondosa y florida retórica.
La estrategia utilizada salta a la vista desde el primer artículo proclamando que dicha ley está “orientada por valores éticos humanistas”, acto seguido, aclara el sentido de dicha frase al establecer que será “para la transformación social”.
Entonces es válido preguntar ¿en que se fundamenta esa moral? Ciertamente no en una ética humanista, como pregonan, ya que ella se basa en la defensa de la persona como ser individual, en su libertad y sus derechos inalienables. Ello se contrapone a una “transformación social”, que por definición, presupone recurrir a la fuerza, poniendo “lo colectivo” por encima de los proyectos de vida individuales.
En un comunicado, el Arzobispado de Caracas criticó especialmente al artículo 12, el cual dictamina que “la educación se fundamenta en la doctrina bolivariana, robinsoniana, en el humanismo social”. Tanto la Iglesia Católica como la oposición lo califican de “ideologizante”.
Todo esto nos recuerda eln ensayo escrito de Carlos Rangel (1929–1988) titulado “Marx y la literatura infantil”, publicado en el diario El Universal de Caracas el 20 de agosto de 1979. Allí nos cuenta una historia ocurrida en 1932 y 1933 en la Unión Soviética, en la época de la hambruna provocada artificialmente por Jósef Stalin en Ucrania. Las víctimas fueron los kulaks, campesinos dueños de su tierra que contrataban personal. Bajo el régimen totalitario comunista hasta los alimentos eran considerados propiedad del Estado. Cuando la mayoría de las propiedades agrarias ucranianas habían sido colectivizadas, Stalin mandó a aumentar los alimentos que tenían que entregarse al gobierno. Lo hizo en forma recurrente y los nativos morían de hambre como moscas. La KGB tenía aterrorizada a la población, inspeccionaba los hogares y requisaba todos los alimentos que encontraba. El supuesto ladrón de “comida del Estado” era ejecutado inmediatamente o enviado a los GULAG (Siberia), al menos por diez años.
Murieron millones de personas simplemente porque no les dejaron nada para comer.
En ese contexto, Rangel señala que en los textos escolares era lectura obligatoria “la biografía de un niño-mártir-santo-comunista, Morozov, quien delató a su padre Kulak por recoger algunos granos de trigo, de los que quedan entre las espigas tronchadas después de la siega, y causó su deportación a Siberia”. Morozov era presentado por los maestros como el modelo a seguir.
“¡Con mis hijos no te metas!”, fue la consigna coreada en el año 2001, cuando Chávez intentó cambiar la Ley de Educación. En esa ocasión, la presión de la población lo hizo desistir. Ocho años después, logra imponer su proyecto totalitario.
Con gran cinismo, el ministro de Educación, Héctor Navarro, señaló que “durante décadas lograron evitar que los pueblos pensaran y ahora quieren evitar por todos los medios que se les dé herramientas, con el fin de seguir pisoteándolos”.
Entonces, uno se pregunta: ¿cuáles serán los principios rectores de esa “doctrina bolivariana” sobre los cuales se pretende cimentar la educación? ¿Será la creación de “Morozovs” venezolanos?
La autora es Analista uruguaya
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