Gripe para hipocondríacos
Madrid. - El dueño del restaurante asiático llegó a saludar con dos besos, uno en cada cachete, a todos los que estábamos en la mesa. «Así saludo yo a todos'', nos advirtió con una sonrisa. «A menos, claro, que tengan la gripe porcina''. De pronto, paró. Dejó de reír. Detuvo los besos y sólo levantó la mano para saludar de lejos a quienes le faltaban. Y yo respiré, aliviado.
El amable y exótico personaje se dio cuenta de que en la mesa había varios desconocidos y que cualquiera de nosotros lo podría contagiar de la gripe A-H1N1. Hice un esfuerzo para no toser ni estornudar y escondí mi pañuelo. Llevaba varios días con un ligero catarro y no quería alarmar al empresario. Y menos que me corriera del restaurante sin comer.
Pero, en el fondo, yo también tenía la duda. ¿Lo mío era una gripe común y corriente o los primeros síntomas de la influenza A-H1N1?
Traté de hacer historia. ¿Traía ya algún síntoma en el avión o me contagié ahí? ¿Dónde estornudé por primera vez? ¿En Ibiza? No, fue en San Sebastián, luego de comerme un delicioso pincho de jamón serrano con queso y anchoas.
Ahí le eché la culpa al cambio de temperatura; del frío cuarto de hotel con aire acondicionado a la calle en pleno verano y sin nubes. Pero luego siguió la comezón en la nariz, el dolor de garganta, los ojos llorosos y la tos. Al segundo día tenía dolor de cabeza y quizás algo de calentura, aunque no lo pude comprobar por falta de un termómetro.
De nada sirvió para tranquilizarme el que los periódicos El País y El Mundo reportaran esos mismos días sobre el drástico incremento de casos de gripe porcina en España –más de 15 mil– y de la expansión de la pandemia en prácticamente todos los rincones del planeta. Nadie se salva.
Lo malo de estar en la industria de las noticias es que almaceno mucha información inútil que, ante el menor descuido, puedo usar en mi contra. Si se enfermaron los presidentes de Costa Rica y Colombia –pensé–, fácilmente puedo contagiarme yo.
Esto coincide con el pesimista reporte de un grupo de científicos que asesora al presidente norteamericano, Barack Obama. La mitad de la población de 300 millones de habitantes, asegura, podría infectarse en el invierno y hasta 90 mil personas morir en Estados Unidos.
La verdad, nadie sabe. Ese es sólo un cálculo, posiblemente exagerado. El Centro para el Control de las Enfermedades también depende del gobierno de Obama, pero no se ha atrevido a hacer predicciones de ese tipo.
Como quiera que sea, hay una carrera contra el tiempo para tener decenas de millones de vacunas antes que comience el invierno. Serían aplicadas, primero, a niños, ancianos y personal médico. Pero el problema es que se trata de una vacuna con muy pocas pruebas clínicas y con el riesgo de inesperados efectos secundarios. Imposible saber, por ejemplo, si la vacuna podría afectar el desarrollo de los bebés a largo plazo.
Cuando se supo de los primeros casos de esta nueva influenza, viajé a la ciudad de México. Los primeros días fueron terribles por la falta de información confiable. El miedo se colaba a través del tapabocas. Pocos se saludaban de beso o de mano. La capital mexicana estaba paralizada, y el mundo aterrado y a la espera. Era finales de abril.
Hoy sabemos que, tratada a tiempo, la enfermedad es controlable. La Organización Mundial de la Salud ha confirmado poco más de mil muertos en todo el mundo. Y más morirán en los fríos meses que vienen. Aunque no se trata de un virus que, como temían los más alarmistas, terminaría con una parte de la humanidad.
Sin duda, los gobiernos han usado la información disponible a su favor. Aún no entiendo por qué el gobierno mexicano, tras descubrir los primeros casos en el estado de Veracruz, se tardó 46 días en anunciar la epidemia. (Se anunció tras la primera visita de Obama al país.) Tampoco es lógico que el gobierno argentino haya seguido adelante con las recientes elecciones ante el exponencial aumento de casos. (Igual, perdieron los peronistas; más gente en las urnas no significó un apoyo a los Kirchner.)
Esta gripe, con nombre de estrella de otro universo, ha cambiado la manera en que interactuamos. Es una gripe para hiponcondríacos. ¿Esta tos es normal? Por si las dudas, la primera recomendación es nunca saludar con dos besos a cualquier desconocido en un restaurante. Aunque sea el dueño.
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