Dos líderes, una línea de conducta
Podemos quedarnos tranquilos. Nada es lo que parece. Ninguna de las noticias que nos afligen porque nos parecen muy preocupantes deben preocuparnos. La realidad es otra cosa.
En la conducción no hay fallas y quienes tienen la misión de encarnarla están capacitados para hacer su trabajo y lograr los éxitos que se esperan.
Sus consignas son claras, su estrategia es consistente, sus palabras son coherentes con su historia y su vida pública y privada.
El conductor confía y siempre da confianza a sus dirigidos. Todo el tiempo elige lo mejor para todos, anula la capacidad de daño de los adversarios y potencia las cualidades de los suyos.
Es capaz de escuchar y se hace cargo de los errores. Nunca deja que lo rodeen los adulones sino los que tienen independencia de criterio y pensamiento crítico. No descalifica a los que tienen una opinión diferente. Jamás se deja dominar por caprichos ni busca imponer su criterio a toda costa.
No lo animan el resentimiento, ni la venganza.
Respeta las normas. No hace un culto de la transgresión. No busca atajos, nunca recurre a las males artes para alcanzar sus objetivos y no se le ocurre ampararse en el pensamiento mágico para evitar catástrofes.
No improvisa. Toma precauciones. Mira a largo plazo y no piensa en la satisfacción inmediata ni procura el aplauso fácil. Jamás utiliza como propio lo que es de todos, especialmente las ilusiones.
No cae en desbordes emocionales. Siempre mantiene el equilibrio. No hace cambios bruscos e inexplicables. Es incapaz de maltratar a nadie en público o en privado. No busca el enfrentamiento sino que trata de construir consensos. No actúa según sus prejuicios. La racionalidad es lo que guía siempre sus acciones.
Si se equivoca admite los errores. No insiste en la equivocación y posee capacidad de autocrítica para corregirlos a tiempo. No echa las culpas a otros ni busca excusas o chivos expiatorios. No construye enemigos donde no los hay ni busca la victoria tan espectacular como efímera e insustancial. No minimiza las derrotas ni se victimiza cuando las padece. No ve conspiraciones donde hay problemas reales. Y es incapaz de acusar a alguien de culpable sin fundamentos o de obligar a los demás a demostrar siempre su inocencia.
El conductor nunca es ni genera el problema. Los problemas los crean o los inventan los demás.
Los que dicen lo contrario son conspiradores, fabuladores y confabulados que defienden intenciones inconfesables. Son los que privilegian sus intereses. Son los que construyen una realidad en su beneficio y no en el de todos. Son los enemigos del pueblo que ellos representan, son los que siempre elogian lo de afuera y critican lo de adentro.
Ahora, usted, lector, piense todo lo contrario y póngale nombre al sujeto de esta nota. No está prohibido elegir más de uno. Mucho menos si sus nombres son Néstor y Diego.
- 23 de enero, 2009
- 29 de diciembre, 2024
- 28 de diciembre, 2024
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