Amalia y las mujeres inteligentes
El Colombiano, Medellín |
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Tengo la fortuna de conocer a Amalia, una hermosa niña que en pocos días apenas cumplirá diez años pero que no deja de sorprenderme con su fresca inteligencia. Conversando con ella y jugando a construir un cuento en tiempo real con los acontecimientos y las personas que aparecían en el instante, confirmaba mí sospecha que el mundo está avanzando más rápido de lo que creemos y ese adelanto se está manifestando de forma contundente pero silenciosa con el progreso del género femenino.
Pero tan alentador como ver fluir su inteligencia, en parte a causa de su educación musical, es el hecho que ello no ha implicado sacrificar nada de lo que significa ser niña. La inteligencia en ella no ha matado la dulzura, la delicadeza y sobre todo la obediencia. Cualidades que le servirán dentro de algunos años cuando sea una adolescente, etapa de "demencia temporal" y de soberbia, para entender que lo que le dirán sus padres no es para molestarla, sino porque tienen más experiencia y sabiduría que ella.
Sigue siendo niña aunque su inteligencia es más alta que ella montada en los zapatos de tacón de su mamá, de quién heredó mucho de lo que es y será. El que las niñas de hoy puedan desarrollar más fácilmente sus capacidades sin dejar de ser niñas, es una feliz noticia para quienes admiramos al mismo tiempo la belleza y la inteligencia, que sólo en las mujeres coexisten tan espléndidamente.
Digo todo esto porque a causa de tantos siglos en los que el patrón del éxito estuvo asociado con lo que los hombres hacían y cómo lo hacían, sería una lástima que las mujeres concluyeran que para ser exitosas, deban pensar, hablar y comportarse como los hombres, dejar de ser femeninas porque eso es un signo de debilidad y asemejarse a machos afeitados para poder competir con los hombres en la arena profesional. Las niñas no son menos niñas por ser inteligentes ni tampoco las mujeres son menos si piensan tan bien o mejor que los hombres, aunque no requieran de las vulgaridades de ellos.
Peores enemigas de las mujeres resultan ser las mismas mujeres que creen que se traiciona su causa cuando se diferencian de los hombres, que la igualdad es parecerse a ellos, que no se puede ser inteligente si se usa, cuando se quiere, una falda, o si se peinan o si huelen a flores, así como las que consideran que la caballerosidad en un hombre es una forma de decirle camufladamente a la mujer que es endeble e inútil.
Pero tan peligrosas como éstas, sobre todo por los nefastos efectos en los cerebros limitados de los hombres, son aquellas que han impulsado la idea que la feminidad se manifiesta exclusivamente cuando se exagera de forma vulgar lo que la naturaleza puso distinto en ellas que en ellos, que la belleza femenina está en proporción directa con la talla del brasier y que no importa ser ignorante, pues ese "problemita" se resolverá con más horas en el gimnasio o con inexistentes prótesis cerebrales.
Son las amalias grandes y pequeñas de este mundo las que terminan desvirtuando la idea que los caballeros las prefieren brutas. Son los brutos quienes las prefieren brutas.
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