Republiqueta «K»: Pactar sí, ¿pero qué tipo de pacto?
En los últimos días se viene hablando de hacer en Argentina una especie de Pactos de la Moncloa. Si bien los contextos políticos son diferentes, mi impresión es que existe en la sociedad una suerte de hartazgo hacia el gobierno de los Kirchner, fundamentalmente por la soberbia y la agresividad del discurso del matrimonio y, por lo tanto, le reclama a la oposición que ponga un límite a tanta agresividad. Claro que esa soberbia y agresividad se manifestaron desde el inicio del gobierno de Kirchner, de manera que mi otra sensación es que ese hartazgo está potenciado por los pésimos resultados económicos del engendro de medidas que vienen tomando.
Puesto en otras palabras, 3 años atrás los Kirchner tenían la misma soberbia y agresividad que ahora, aunque muchos de los que hoy protestan parecen haberla tolerado ante la reactivación de patas cortas que permitía vivir una fiesta de “crecimiento” que cualquier persona medianamente informada podía prever que iba a terminar mal, como efectivamente ocurrió. Mientras la economía era una fiesta todos miraban para el costado ante el desprecio por las instituciones y más de algún colega economista hablaba loas del modelo o no veía grandes inconsistencias, mientras algún empresario me preguntaba si no estaríamos frente a un nuevo paradigma de modelo económico.
Aclaro todo esto porque, como lo he dicho en otras oportunidades, ahora es fácil salir a criticar. El tema era hacerlo antes para evitar que no llegáramos al desastre actual o, al menos, amortiguar los dislates cometidos.
Pero dejando de lado las críticas de los que llegan a destiempo, la pregunta que surge ante el pedido de un pacto político es: ¿qué debería incluir dicho pacto? Porque hacer pactos puede resultar viable, la cuestión es que esos pactos no conduzcan a nuevas frustraciones. Finalmente el Pacto de Olivos fue un pacto de reforma constitucional y el remedio fue peor que la enfermedad.
¿Qué es lo que se desea pactar? ¿Hacer kirchnerismo económico con gente buena o el pacto incluye respectar las instituciones y además cambiar sustancialmente la política económica? Si la idea es hacer kirchnerismo económico con otra gente que no agreda, lo único que conseguiremos es, luego de un tiempo, caer nuevamente en otra crisis. Si la idea es hacer en serio un pacto de gobernabilidad eso incluye limitar el poder del Estado y, además, aplicar políticas económicas consistentes que eviten caer en las recurrentes crisis en que solemos caer.
Desde mi punto de vista cualquier acuerdo político que quiera formularse debería incluir tres puntos básicos. A saber:
1) Responsabilidad fiscal,
2) Disciplina monetaria y,
3) Respeto por las reglas de juego.
En lo que hace a la responsabilidad fiscal hay tres puntos a considerar. Uno es el equilibrio fiscal y, los otros dos, son las condiciones de ese equilibrio fiscal. Una condición es tener un gasto público bajo y eficiente, entendiendo por tal que el Estado solo debe incurrir en aquellos gastos que hacen a sus funciones específicas que consisten en hacer respetar el derecho a la vida, la propiedad y la libertad de las personas. La segunda condición consiste en cubrir esos gastos con recursos impositivos derivados de un sistema tributario sencillo de pagar y no distorsivo. En ese acuerdo el impuesto al cheque o los derechos de importación no tendrían cabida, lo mismo que el impuesto a las ganancias que podría ser reemplazado por un flat tax.
La disciplina monetaria implica que el Banco Central no podrá emitir moneda para financiar al tesoro, para regular el mercado de cambios o asistir al sistema financiero. Su misión se limitará a defender el valor del peso, pero debería haber libertad para que la gente formule sus contratos en la moneda que desea.
El respeto por las reglas de juego quiere decir que el Estado no cambiará los dos puntos anteriores y, además, respetará la propiedad privada. Y cuando digo respetar la propiedad privada significa que no solo no puede confiscarla, sino que además los funcionarios tampoco podrán prohibir exportaciones o importaciones, regular precios u otro tipo de normas que condicionen la propiedad privada. Porque es bueno recordar que la propiedad privada no implica solamente que en los papeles figure a mi nombre un determinado activo, sino que, además, implica que nadie puede venir a decirme cómo utilizarla. Y si hago algo que afecte los derechos de terceros, para eso esta la justicia que evaluará si mi comportamiento afectó los derechos de otros.
Estos son los tres puntos que considero básicos para que un acuerdo político tenga sentido. Ahora bien, con toda sinceridad, dudo que la mayoría de la dirigencia política esté de acuerdo con estos puntos, pero también dudo que la misma población acepte vivir a costa de su propio trabajo y esfuerzo sin pretender que el Estado les quite a otros para darle a ellos, o que sectores empresariales no consideren la libertad de comercio como algo que atenta contra sus intereses (leáse curro del proteccionismo, regulaciones y subsidios). De todas maneras aquí viene un punto fundamental que reconozco que es difuso. Aún con ciertas regulaciones Argentina podría llegar a crecer si hay disciplina fiscal y monetaria. La cuestión es la magnitud de esas regulaciones, restricciones y nivel de gasto público que exceda a las funciones propias del Estado.
Yo diría que muchos países del mundo han crecido aún con regulaciones y gasto público innecesarios. En nuestro caso, al igual que los populismos que hoy imperan en Venezuela, Bolivia o Ecuador, por citar algunos ejemplos, ha sido tan desaforado el grado de intervención estatal que terminó destruyendo la economía porque inhibió la capacidad de innovación de la gente y ahuyentó capitales, sustituyéndola por el supuesto “iluminismo” de los burócratas que, por cierto, condujo, como no podía ser de otra forma, a resonantes casos de corrupción.
En definitiva, la parte más complicada de un acuerdo político exitoso es determinar el límite del cual no pueden pasar los gobernantes en materia económica y de derecho civiles.
Veámoslo en forma positiva. Cualquier acuerdo que pretenda tener un mínimo de éxito, solo tiene que tomar como referencia lo que ha hecho el matrimonio y hacer exactamente la inversa. Tal vez de esa manera se podría alcanzar un acuerdo político con algún grado de racionalidad. Con un mínimo de racionalidad se despejaría tanta incertidumbre y luego, si no queremos caer en otra de las tantas crisis, habría que hacer las reformas de fondo que siempre nos negamos a hacer por ser políticamente incorrectas, como las crisis que vivimos cada 6 años no fueran consecuencia directa de la ausencia de reformas estructurales que, supuestamente, son “políticamente incorrectas”.
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