Ley de Medios «K»: Compulsión a la repetición
Buenos Aires. – Aprender de los propios errores a veces se piensa que debería ser una capacidad de los seres humanos, pero suele no ser el caso. ¿Quién no experimenta de vez en cuando la reiteración de errores de los cuales es conciente antes de cometerlo? Hay ajedrecistas brillantes que reconocen que caen en errores repetitivos, que no pueden evitar cuando los cometen. Napoleón invadió Rusia e insistió en dar batalla allí en invierno, aun cuando ya se sabía, por experiencia histórica, que el fracaso sería probable; más sorprendentemente, Hitler reiteró ese error. Eso está sucediendo con los actuales gobernantes de la Argentina.
La propensión de los Kirchner a reiterar sus errores es el principal factor que los lleva al profundo desgaste en que se encuentran. No sólo errores comunicacionales; reiteran errores políticos que no ofrecen margen a interpretación ambivalente.
Estos días se habla mucho del despliegue escénico casi surrealista del asedio al diario Clarín por un batallón de inspectores de impuestos. Tropiezo increíble, y grave. De estos Néstor Kirchner cometió varios durante sus años de gobierno, y Cristina Fernández también algunos. Más sorprendente, porque exhibe una capacidad recurrente de negar la realidad, es el proyecto de ley de medios de comunicación. Como sucedió un año atrás con la ley de impuestos a las exportaciones (la Resolución 125), el gobierno lleva al Congreso un proyecto sin consensuar antes sus aspectos básicos, sin medir las respuestas y las reacciones no sólo de sus adversarios políticos -a quienes subestima- y de aquellos que se ven afectados en sus intereses por esas leyes -a quienes el gobierno define como el "enemigo", los productores agropecuarios el año pasado, el grupo Clarín ahora-, sino de sus propia tropa, de sus aliados legislativos y de la opinión pública.
La situación política en el tratamiento de esta ley mediática parece una copia de la de hace un año, cuando el gobierno a duras penas logró la aprobación en la Cámara de Diputados y sufrió una derrota en el Senado por el voto de desempate del vicepresidente Julio Cobos. Esa situación empujó al gobierno a una caída en tobogán en la opinión pública, de la cual no se recuperó; además, catapultó al estrellato político a Cobos, donde aun continúa; y por añadidura, generó fisuras y malestares en el amplio espectro del peronismo oficialista, que aun perduran. El manejo del tema agropecuario costó a los Kirchner mucho más que la negación de la inflación, que la desaceleración de la economía y que las muchas inconsistencias que la población advierte en su gestión -obviamente subrayadas por la prensa-.
En 2008, el diagnóstico económico del gobierno en el plano agrícola fue que los impuestos a las exportaciones bajarían el precio de los alimentos en el mercado interno y permitirían transferir ganancias muy altas de los grandes productores al conjunto de la población -y, en el discurso, sobre todo a los más pobres-. El resultado fue menor producción, menos exportaciones, impacto nulo en los precios de los alimentos -los cuales bajaron por efecto de la crisis mundial, lo que hubiera ocurrido de todos modos- y perjuicios mucho mayores a los pequeños productores que a los grandes -que disponen de más reservas y capacidad de aguante-. El diagnóstico político fue que el agro argentino era un sector atomizado y sin liderazgos sectoriales, que la oposición se dividiría en este tema y que la opinión pública simpatizaría con esa política "pro distributiva" del gobierno. La consecuencia fue que el agro -efectivamente atomizado- se unió, los líderes aparecieron y condujeron la resistencia, la oposición también se unió y además unió a su causa a algunos aliados del gobierno y la opinión pública respondió masivamente apoyando a los agricultores.
Sustituyendo los términos por los de la situación actual, la descripción de hoy es un calco de aquella. Ni siquiera los millones de personas que podrían resentir algunos efectos de la "posición monopólica" del Grupo Clarín -por ejemplo, el embargo de la televisación de los partidos de fútbol y la repetición de los goles- se sienten hostiles a Clarín; más bien despierta simpatía tanto en sus muchos lectores como en gran parte de la sociedad. El gobierno todavía no pudo pasar la ley en la Cámara de Diputados, existen las mismas dudas que el año pasado respecto a lo que ocurrirá en el Senado y, finalmente, lo que ocurra se sabrá sobre el minuto de la votación contando voto por voto. Aun si el gobierno consiguiera la aprobación por margen ajustadísimo sería una victoria pírrica. La fotografía en los diarios de los representantes de los principales grupos opositores sentados a una misma mesa presidida por el vicepresidente Cobos lo dice todo.
El gobierno Kirchner no camina por la vía de la disolución de la legitimidad de su poder porque la sociedad esté en desacuerdo con su visión del país o del mundo, ni porque las cosas están sin duda mucho peor que dos o tres años atrás, ni por su estilo con ribetes autoritarios o "sultanescos". Es por sus propios errores no forzados y su compulsión a repetirlos.
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