¿Están las ideas sujetas a compra-venta?

Este es un tema de la mayor importancia puesto que se trata nada menos que de la estrategia para llegar con las ideas que dan sustento a la sociedad abierta. Se dice y se repite con machacona insistencia que “debemos vender las ideas a las masas puesto que allí es donde reside el mayor número de votantes”. |
Reiteramos, cuando se vende un bien de consumo o un factor de producción simplemente se adquiere, en cambio cuando se trasmite una idea se trata de un proceso de aprendizaje que requiere que se reproduzca la idea generada por otro con el eventual agregado de nuevas perspectivas propias pero no es cuestión de “comprarla y consumirla o usarla” hay que recrearla, procesarla, entenderla y rechazarla o incorporarla. Por tanto, las ideas no son susceptibles de venderse sino de enseñarse y eventualmente aprenderse lo cual significa un camino sustancialmente distinto al de la compra-venta.
Desde luego que en el caso de la venta el consumidor debe entender las ventajas y conveniencia de lo que consume pero no requiere recorrer el camino de la producción de lo que se le vende. Sin embargo, cuando se trasmite una idea es indispensable transitar por los pasos que condujeron a la parición de esa idea. Desde luego que el detalle será menor en la medida en que la idea se trasmite fuera del aula y se acerca al campo de los comunicadores sociales pero la naturaleza del proceso es siempre distinta a la del aviso publicitario (y si hay anuncios publicitarios respecto de alguien que tiene ideas es solo a título recordatorio de explicaciones anteriores más o menos extendidas).
Conviene precisar que en estos procesos de producción y re-producción naturalmente los hay de distintas características. Las ideas liberales requieren procesos más extensos y profundos, mientras que las ideas socialistas son más superficiales porque no demandan razonamientos que escarban hasta las últimas consecuencias y eximen de la exigencia de que se analice lo que no surge a primera vista. Esto último es lo que precisamente convierte al ideario socialista en una tarea que resulta de más fácil difusión.
Lo segundo que debe destacarse es que desde la producción de ideas en los cenáculos intelectuales no resulta para nada relevante (ni posible) dirigirse a las masas. Veamos esta cuestión más de cerca. Masa alude a personas que son ignorantes en el tema de que se trate. En este sentido, todos somos masa en proporciones mucho mayores de lo que somos relativamente conocedores o dirigentes en la materia. Por ejemplo, para el que no se dedica al tema es masa en carpintería, jardinería, química, aeronavegación, música, pintura, escultura etc. etc. Es en realidad infinita la lista de las áreas en las que somos masa y muy reducido el sector en el que sabemos algo puesto que la ignorancia es siempre infinita respecto de los conocimientos posibles. Este es solo otro modo de poner la sentencia de Einstein en el sentido de que “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos”.
Tal vez el ejemplo más claro es la cirugía y la mecánica del automóvil: prácticamente nos entregamos a los profesionales de marras. No nos ponemos a discutir sobre el tema. Ponemos confianza en el facultativo o en el mecánico y no nos envolvemos en consideraciones técnicas. Eso mismo ocurre en esta instancia del proceso de evolución cultural con la política. Las ideas que fundamentan a una sociedad libre no apuntan a las masas. Son los comunicadores sociales o los políticos quienes se apuntan a las masas con slogans, frases cortas, analogías, metáforas y razonamientos muy simples y escasos. Los receptores aceptan por fe, porque le resulta atractivo físicamente el candidato, por la música de la campaña, por la vehemencia de lo que se dice o por solidaridad con el partido al que se está afiliado.
Entonces, las ideas a las que nos estamos refiriendo apuntan a los dirigentes desde donde parte el efecto multiplicador. Este es el sentido bíblico de “heriré al pastor y se dispersará el rebaño”. Se repite con increíble persistencia que “debemos dejar de estar hablando entre nosotros y dirigirnos a la gente, a las masas” pero el problema precisamente radica en quienes consideran que ya saben lo que hay que saber. El problema está en los centros educativos, en las universidades, en los empresarios, en los sacerdotes, en los miembros de clubs refinados de la llamada “alta sociedad”, en las asociaciones de profesionales y similares. Si esas personas entendieran los fundamentos del liberalismo, el resto se daría por añadidura.
En conclusión, hacer referencia a la necesidad de “vender ideas” y “dirigirse a las masas” es pura estupidez, agitación sin sentido y pérdida lamentable de tiempo. Ahora viene un último tema que explora una avenida distinta: dado que nunca se llega a un estadio final en el debate y la evolución de las ideas hay que estar atento a eso de la política y las votaciones.
Seguramente el premio Nobel F.A.Hayek ha sido quien más ha trabajado y escrito sobre los necesarios límites al poder. En las primeras líneas de su primer tomo de Law, Legislation and Liberty escribe que “Cuando Montesquieu y los autores de la Constitución estadounidense articularon la concepción de una constitución limitativa que se había desarrollado en Inglaterra, establecieron pautas que, desde entonces, fueron seguidas por el constitucionalismo liberal. Su objetivo central consistía en proveer salvaguardas institucionales a las libertades individuales; y el dispositivo en el que depositaron su confianza era la separación de poderes. En la manera en que conocemos esta separación entre el legislativo, el judicial y el administrativo, no se ha logrado la meta que se suponía lograría. En todas partes los gobiernos han obtenido poderes por métodos constitucionales que aquellos hombres se propusieron denegar. El primer intento para salvaguardar la libertad individual por medio de constituciones ha fracasado”.
En el tercer tomo de la obra mencionada Hayek arremete con un nuevo intento de proteger las libertades de las personas a través de lo que denominó demarquía con la intención de proveer al sistema de límites y resguardos adicionales para evitar los desbordes de las mayorías ilimitadas. Si bien sus propuestas no carecen de interés, en última instancia, están imbuidas de los mismos riesgos de los sistemas parlamentarios tradicionales (a los cuales se refirió Schumpeter) en cuanto a la posibilidad de levantar la mano en el recinto legislativo y hacer tabla rasa con las limitaciones y conculcar derechos.
Era lo que le preocupaba a Thomas B. Macaulay cuando opinaba sobre el recientemente establecido “gobierno mixto” en Estados Unidos en el siglo dieciocho. Desde Inglaterra, en carta dirigida a R. H. Randall el 23 de mayo de 1857, escribió que “Hace mucho que estoy convencido que las instituciones puramente democráticas, tarde o temprano destrozarán la libertad, la civilización o ambas a la vez”.
Es que los Padres Fundadores también vislumbraron el problema, desconfiaron de la democracia e intentaron mitigar el riesgo a través del federalismo al efecto de descentralizar y fraccionar las mayorías compactas y trasladarlas a las municipalidades y localidades reducidas. Sin embargo, bajo el paraguas del monopolio de la fuerza opera una irresistible atracción centrípeta hacia el unitarismo que echa por tierra con las mencionadas salvaguardas.
Como he señalado anteriormente, hoy existen trabajos escritos por autores entre los que se destacan Anthony de Jasay, Bruce Benson, Randy Barnett, Leslie Green, David Schmitz, Jan Narvenson, David Friedman y Murray N. Rothbard que contra-argumentan de modo muy contundente el “síndrome Hobbes” y lo que modernamente se conoce como el argumento de los bienes públicos, los free-riders, las externalidades, el dilema del prisionero, la ultima ratio y, en el contexto de la asimetría de la información, los temas de selección adversa y riesgo moral. Es tiempo de poner en contexto el célebre pensamiento de Ernst Cassirer en cuanto a que “Yo no dudo que las generaciones posteriores, mirando atrás hacia muchos de nuestros sistemas políticos, tendrán la misma impresión que un astrónomo moderno cuando estudia un libro de astrología o un químico moderno cuando estudia un tratado de alquimia.” En lo personal, la última vez que escribí sobre el tema fue en mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos (Fondo de Cultura Económica, 2008), en el capítulo titulado “Despejar telarañas mentales: una mirada al futuro”.
Es que ningún liberal que se precie de tal dirá que sus ideas son el desideratum, que se llegó a un punto final. Todos saben que el conocimiento en un largo proceso evolutivo que no tiene término y que significan permanente prueba y error en el contexto de la provisionalidad y sujeto a refutaciones. Por ello es tan fértil y explicativo el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba (no hay palabras finales, tomado de un verso de Horacio). Por tanto, aquello de las ventas de ideas, de las masas e incluso de los actos electorales multitudinarios no solo se les suele dar un tratamiento erróneo y contraproducente sino que devienen anacrónicos y más bien pétreos.
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