Nuestros amigos del Kremlin

Esta semana los dos actores principales de la pantomima democrática rusa han recibido sendos respaldos occidentales -quizá previsibles.

 

Zapatero fue a un foro ruso sobre gobernanza en Yaroslav donde le esperaba el menos importante del dúo del Kremlin: el presidente Medvedev. Y Barack Obama anunció la suspensión del programa del escudo antimisiles que debía proteger Occidente desde bases plantadas en Polonia y Chequia.

 

Ese escudo tenía como objetivo defenderse de los misiles iraníes, pero irritaba a Moscú porque evidenciaba que los pueblos libres de Centroeuropa escogían alinear su defensa con Occidente.

 

Zapatero, con su presencia en Yaroslav, y Obama, con su rendición ante Putin, han dado satisfacción a un régimen que nada hace por disimular su autoritarismo. La Rusia de 2009 es una tiranía en la que ante las elecciones al legislativo de Moscú del próximo 11 de octubre, las autoridades han descalificado a absolutamente todos los candidatos de «Solidaridad», la coalición de partidos opositores.

 

En todos los casos se les acusa de presentar avales inválidos. No hace falta explicar mucho: en un caso se acusó al candidato de que esos avales inválidos equivalían al 104 por ciento de los que había presentado y en otro se denunció al candidato por haber presentado la firma inválida de… él mismo.

 

El número de tropelías que perpetra el dúo del Kremlin para garantizar su control del poder es infinito.

 

El año pasado, durante la bien cocinada transferencia «electoral» de la Presidencia de Putin a Medvedev, los dos candidatos de la oposición -el ex primer ministro Mikhail Kasyanov y el legendario disidente soviético Vladimir Bukovsky- fueron vetados. Sorpresas, las justas. Pero Zapatero y Obama creen que el dúo del Kremlin es gente con la que entenderse.

 

Eso mismo se decía en la Guerra Fría.