Tolstoi apoya a Obama

 

El escudo antimisiles de Bush se inspiró en la mítica «guerra de las galaxias» con la que Reagan humilló a la URSS. Se basaba en desarrollar una tecnología que, al estar sólo al alcance de EE.UU., confirmaría a este país como única superpotencia mundial. Un plan para la guerra fría: cuando el mundo no hablaba de talibanes ni de terroristas suicidas. Bush enarboló después el superescudo con la intención de recordar a Putin que su país nunca podría soñar con aquella tecnología y, de paso, convertir a la OTAN en un muro de seguridad para aislar y neutralizar a Rusia. Más guerra fría.

 

Los planes de Obama son menos galácticos. Asumen un cierto principio de humildad. Renuncian a la idea de que EE.UU. sea la única hiperpotencia mundial capaz de alcanzar una hipertecnología ambiciosa y costosísima. Y aceptan que Rusia -nos guste o no- juega un papel esencial en Irán y Afganistán. Por las malas, puede hacer la vida casi imposible a las tropas en Afganistán y sostener a los más duros del régimen iraní. Lo haría sólo por fastidiar -por replicar a una estrategia agresiva-, porque a Rusia le interesa un Afganistán sin talibanes y un Irán desnuclearizado y sin fanáticos religiosos que alboroten a sus 20 millones de musulmanes rusos. Los intereses del Kremlin y la OTAN son perfectamente convergentes frente al integrismo islámico.

 

Estrategia que, a su vez, reabre el debate sobre la conveniencia de aislar o cooperar con Rusia, potencia autocrática pero con una sociedad que se percibe a sí misma como europea y occidental. Un debate que se remonta a los tiempos de Alejandro I, cuando Rusia formaba parte de la Santa Alianza, la OTAN del siglo XIX, y colaboraba en la seguridad colectiva de Europa sin abstenerse por eso de perseguir a los liberales que querían europeizar a su país… Y aun así Herzen, Tolstoi, Turgueniev y los decembristas habrían apoyado a Obama. Por su propia seguridad.