Paraguay: ¿Se podrá extirpar la corrupción?
La pregunta es dramática. Porque si no se puede extirpar la corrupción en nuestro país, el más corrupto de América Latina y el tercero o cuarto más corrupto del mundo, según los datos de Transparencia Internacional sobre la corrupción mundial, Paraguay está condenado a su autodestrucción. No soñemos con salir de la pobreza, no imaginemos que podremos estar entre los países desarrollados y libres, seguiremos hundiéndonos más y más en la sepultura que nosotros mismos nos estamos cavando.
La corrupción tiene en la sociedad los mismos efectos que el cáncer en nuestros cuerpos. Se extiende por contaminación, por metástasis, y va destruyendo lo que toca. La corrupción se ha extendido en nuestro país a muchos sectores que antes estaban rozagantes por limpios y sanos. Y se ha instalado en instancias del Estado y del Gobierno que se crean para sanear la nación y se han convertido en focos de contaminación.
Ya no nos impresiona leer cada día en los periódicos y escuchar en los programas de radio y televisión los escandalosos hechos de robos, estafas, crímenes, atropellos a las leyes, a la ética básica para la convivencia, a los derechos ajenos…, ya nos resultan como costumbre las coimas, los sobornos, los polibandis, el tráfico y consumo de drogas, las violaciones de mujeres y menores, los ordeños de petróleo, …no puedo acabar la lista de las abrumadoras corrupciones cotidianamente descritas.
No nos estamos tomando en serio el grave estado patológico de nuestra moral. Permitimos que personajes corruptos estén cada día mejor instalados en espacios de poder y que delincuentes vulgares proliferen por las calles, vendan drogas en las puertas de los colegios, asalten las casas, secuestren breve o largamente a familias, roben los coches, atraquen a los transeúntes, hasta maten para llevar consigo un intrascendente teléfono celular.
¿A dónde vamos? ¿No hay médicos sociales, políticos y morales en nuestro país? ¿Qué queremos? ¿Amargarnos la vida, permitiéndonos que nos destruyan poco a poco nuestro tejido social, las bases estructurales de nuestra nación, la necesaria y vital confianza y armonía para vivir con paz y esperanzas?
No nos engañemos, hay que reconocer que cada día es más difícil vivir en Paraguay, por eso cada día abandonan el país tantas y tantos jóvenes, al mismo tiempo que muchas familias, casi la mitad de la población, se debaten en la pobreza y la lucha por la sobrevivencia. Esta percepción espontánea de nuestra triste realidad está avalada por repetidas investigaciones internacionales. “Los investigadores Gupta, Davoodi y Alonso-Terme sostienen que los niveles de corrupción elevados, medidos según el índice de la Guía Internacional de Riesgo por Países (ICRG, por sus siglas en inglés), incrementan la inequidad en la renta y la pobreza” (Oscar D.Bautista, 2009.61).
Los efectos de la corrupción repercuten destructivamente en lo social y en lo económico, en lo político y lo cultural, en la vida íntima personal y consecuentemente en las relaciones interpersonales, en las actitudes y comportamientos de todos los ámbitos incluyendo el religioso.
La responsabilidad de trabajar intensa, colaborativa y sistémicamente contra la corrupción es de todos, pero sin duda es incumbencia especial de las Iglesias, que públicamente se han comprometido en servir a todos para que todos podamos conocer el proyecto de Jesús de Nazareth, el de la sociedad, las comunidades y la civilización del amor, que está en los antípodas de toda corrupción; y al mismo tiempo es responsabilidad, sobre todo, del Estado y consecuentemente de quienes han conquistado los sitiales del poder para administrarlo y ponerlo al servicio del bien común de toda la ciudadanía.
Es hora de que nuestros gobernantes de los tres poderes del Estado, nuestros políticos en general, nuestros administradores y funcionarios públicos se unan al movimiento internacional de países creíbles en su campaña actual de promoción y desarrollo de la Etica Pública.
Es hora de que reaccionen proactiva y programáticamente para curar a nuestro país de su enfermedad más grave, su enfermedad mortal, la corrupción.
- 23 de enero, 2009
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