Limosneros de Chávez
La Prensa, Honduras
Se supone, o al menos ésas eran las señales que se enviaban, que éste era un Gobierno revolucionario, solvente, que no iba a depender de las dádivas del imperio. En resumidas cuentas, que haría respetar a nuestro país y que no aceptaría migajas estadounidenses. En una palabra, soberano.
Tan bella que es la palabra soberanía y tan mal que se le utiliza. A conveniencia, por partes, acomodándola a los discursos ideológicos que moldean las mentes lúcidas.
En el fondo, no existe ningún respeto por ella, así los gritos destemplados quieran demostrar lo contrario en cumbres presidenciales o en las cadenas sabatinas. Sólo eso puedo concluir, después de enterarme que el bondadoso y pacífico Chávez nos quiere hacer una donación (dádiva, regalo, limosna, canonjía, prebenda, es lo mismo) de aviones supersónicos que allá, en la tierra llanera, ya le estorban y no tiene donde ponerlos, porque hace poco estuvo de «shopping » en Rusia y compró otros nuevos.
Entonces, al bolivariano se le prendió el foco: quedo bien con Correa y me deshago de los fierros viejos. Quedo bien con el Ecuador y así ya nadie sospechará o pensará mal de la incursión venezolana en el pozo petrolero más productivo del país, que es la reserva Sacha.
Regalo avioncitos y sacamos, junto a Pdvsa, la petrolera estatal venezolana, a Emelec campeón de esta temporada. ¿Cómo no hacernos chavistas con tanta gloria? ¿Cómo no subirnos al vuelo a la espada que camina por América Latina?
No lo hacemos porque somos necios, supongo, o mal llevados. O sencillamente porque tenemos ojos que ven todo, oídos que escuchan demasiado, piel que se eriza con bastante frecuencia y una boca que se resiste a ser cosida a golpe de panchanadas, perdón, quise decir puntadas.
En el régimen de las incoherencias, éste era el detalle que faltaba. No depender del imperio y empujar a su decadencia, pero al mismo tiempo ser grato con el imperito y contribuir con su todavía soñada grandeza.
Las naves estadounidenses dejaron de volar en Manta y en poco tiempo, probablemente, allí harán sus últimos aterrizajes las naves que simbolizan la calculada generosidad del líder de la región.
Lo más triste es que Javier Ponce, el buen poeta y mejor periodista Javier Ponce, encima se tome su tiempo, bastantes días, para pensarlo. Para pensar si acepta o no los aviones viejos y ver de dónde saca la plata que hará falta para repararlos y ponerlos a bien volar.
“Están repotenciados”, dice el ahora ministro, como queriendo encontrar una ventaja soberana a aquello que es una humillación voluntaria. Javier está rendido, hace tiempo, a los encantos de la revolución ciudadana, que entre otras cosas ha quebrado su espíritu de paz a cambio de la gloria de contar con una flota numerosa, así sea de la Segunda Guerra Mundial. Como en los tiempos de escuela, cuando hacíamos avioncitos de papel y competíamos para ver cuál llegaba más lejos o volaba más alto.
Así que, a este paso, seremos un país pobre, pero armado. Hubiera preferido poner la típica frase, pero no da la realidad. (Hoy)
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