Mejor que Zevaya
A pesar de la tentación de jugar con las palabras, apellidos o situaciones que pueden causar hilaridad me doy cuenta que la masa no está para bollos y, a despecho de desaprovechar la oportunidad, no queda sino la opción de enfrentar seriamente los sorprendentes hechos que se han escuchado y leído recientemente.
La “plasta”, para repetir el dixit del gran maestro de la vulgaridad, que pusieron los brasileños mundialistas convertidos hoy en estrellas de la torpeza, por decir lo menos, al agraviar y abusar de un pequeño país centroamericano de muy pocos recursos económicos pero de mucha riqueza espiritual, evidencia el descalabro mental de estos socialistas tropicales con el cerebro melcochudo por exceso de sol y de proyectos ideados por gente de otra época que tampoco logró entenderlos ni ponerlos en práctica exitosamente. De estos desdentados venidos a más no se puede esperar gran cosa porque de sus vapores emocionales en algún momento sale algún desaguisado. En nuestras latitudes la vitrina de conductores políticos es verdaderamente deplorable, aunque como siempre hay excepciones; pero lo sorprendente está en las ejecuciones de dirigentes de países supuestamente serios e independientes de las maromerías principistas que aplican los miserables de siempre cuando conviene a las inclinaciones y parcialidades de tiranos vetustos y dictadores de pregrado.
Es intolerable la cayapa montonera internacional contra la soberanía del pueblo y las instituciones hondureñas, contra su autodeterminación, contra su orden jurídico, contra las decisiones de sus poderes públicos perfectamente separados y libres, contra su constitución y leyes y, lo que es peor, contra la integridad de su territorio y la dignidad de su nación. Pero que se creerán estos socialistas bestiales para arrogarse el monopolio de pretender dirigir a juro el destino y la voluntad de un pueblo en aras de forzar la aplicación de nociones permutables, creaciones políticas del hombre que pueden ser relevadas si la realidad enfrentada así lo exige. Las leyes surgen porque persiguen los actos humanos para regularlos, y su adaptación es posterior a las actividades que las generan. No al revés. Los hechos y acciones humanas propician los cambios que regulan la convivencia de las sociedades. Si una norma no conviene o es irreal, o vacía, o no tiene sentido, o es perjudicial, entonces lo sano y sensato es desaplicarla.
Los mismos hondureños aceptan que no hubo golpe de Estado, ni seco ni mojado, como no lo hubo entre nosotros y así lo determinó el máximo tribunal de entonces sin apremio ni coacción, y que el gobierno no es de facto sino constitucional porque el reciente presidente en ejercicio se eligió por la vía del segundo grado. Los representantes del pueblo, ergo congresistas o parlamentarios electos, decidieron sustituir al corrupto violador de la Carta Magna y estafador de la intención popular para designar interinamente a otro presidente hasta la celebración de nuevas elecciones. Este nombramiento es tan legítimo como el ganado con votos. Esta realidad debe ser respetada por el concierto de países porque de no hacerlo se exponen a perder confianza y credibilidad para actuar con ponderación.
Es difícil especular sobre los motivos específicos que tuvo el gigante del sur para “regarla” al invadir el suelo hondureño a su antojo con el “malquerido” de la mano; y adicionalmente hacerle campaña y promocionarlo, sin siquiera justificar ni definir su condición para ser “huésped” de la extraterritorialidad. Más aún, sobre el reto a las protestas con desdén, que traducido coloquialmente es: ¿lo hice y tú qué vas a hacer, pendejo? Con ese autogol se metieron en las honduras profundas de la piratería. La famosa Cancillería brasileña ha extraviado muchos años de prestigio y reputación por embarcarse en ese devaneo “imperialista del socialismo salvaje” que quedará reseñada en los anales de una diplomacia chabacana similar a la que estamos acostumbrados desde que la maneja el que manejaba vehículos colectivos y fungía de reposero y vago.
En algún momento cercano habrá algún gobierno que despierte y se de cuenta del absurdo perpetrado contra la indefensión del aparente “paisito”. Esto, siempre que alguien con personalidad recta y cabal, honrado y valiente, desde luego ninguno de los malos actores que han intervenido hasta ahora, tenga la firmeza para deslastrarse de la posición política predominante basada en razones débiles, poco convincentes y completamente fundamentalistas que, como tales, solamente propugnan soluciones extremistas.
Lo que se espera es un desenlace moralmente correcto y no un ajuste políticamente gratificante y compensatorio para un sector ideológico mal intencionado y desviado que quiere someter a los hondureños y desgraciarlos también.
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