Argentina: Un modelo que fabrica pobres
Mientras todos advertimos cómo crece la pobreza y la indigencia y los estudios privados más serios muestran tasas de pobreza cercanas al 30%, superando récords de los últimos 15 años, el Gobierno mira para otro lado. Se entretiene con la ley de medios o estatizando el fútbol. Y mira para otro lado, porque reconocer el aumento de la pobreza implicaría: a) que el nuevo modelo productivo no tuvo nada de nuevo ni de productivo y b) que los números de pobreza mostrados por el Indec no son más que pases de magia basados en la distorsión del índice de precios al consumidor, una de las claves para determinar el nivel de pobreza. Es decir, se transparentaría que la inflación real es sustancialmente mayor a la que informa ese organismo.
Ahora bien, como cada uno tiene su propios números de pobreza, el debate sería interminable sobre cuál es el nivel cierto; por lo tanto, lo que podemos hacer es aplicar la lógica del modelo para advertir que éste, por su propia dinámica, tenía que conducir, inevitablemente, a más pobreza. Si a esto se le agregan los comportamientos institucionales del matrimonio, que hace lo imposible por espantar inversiones creando incertidumbre, no debería llamar la atención la forma en que muchos argentinos pasan a la legión de pobres que el gobierno fabrica. Porque aclaremos que aquí no se produjo un aumento de la pobreza como consecuencia de un terremoto o alguna otra catástrofe natural que dejó a la gente sin nada. Y tampoco fue la crisis global la que aumentó el número de pobres, porque la fuga de capitales ya había comenzado en el tercer trimestre de 2007, al tiempo que los precios de los productos de exportación primarios y manufacturas de origen agropecuario no bajaron tanto como para explicar la creciente pobreza y se mantienen bien por encima de los 90.
Para entender por qué inevitablemente tenía que aumentar la pobreza, hay que partir de la base en que se sustentó el modelo. De los dos factores de producción que tienen las empresas, trabajo y capital, en 2002, se optó por hacer barata la mano de obra vía la devaluación. Como la fuga de capitales, la confiscación de los depósitos con su posterior pesificación y el default hicieron que el ahorro se fugara del país, inevitablemente el costo del capital tenía que ser alto. La devaluación junto con la fijación de retenciones consiguió dos objetivos juntos: licuar el gasto público por el lado de los salarios y las jubilaciones, y mejorar los ingresos del Estado para sostener la caja que le permitiría concentrar poder.
Al devaluarse, empezó un proceso de sustitución de importaciones, reactivando la economía y comenzando a absorber el insumo barato: mano de obra. Por eso inicialmente bajó la desocupación.
Una vez reactivada la economía, algo muy diferente a crecer, porque para crecer se necesitan inversiones competitivas, mientras que para reactivar sólo hace falta poner en funcionamiento el stock de capital sin usar, empezaron a darse subas de salarios, que no estuvieron basadas en el aumento de la productividad, sino en decisiones estatales. Lo que se hizo, entonces, fue quitarles parte de la rentabilidad a los que se beneficiaban por la sustitución de importaciones para transferirla a los asalariados. Los sueldos no crecieron por más crecimiento, sino por transferencia de ingresos. Esta fue acompañada por tarifas de servicios públicos artificialmente bajas y controles de precios cuando la inflación comenzó a arreciar, lo que creó una situación artificial de bienestar. Pero ese control de precios se hizo a costa de destruir sectores productivos, lo que hacía fácil imaginar que, en algún momento, la desocupación aparecería.
El mecanismo era: a las empresas les doy dólar "competitivo", lo sostengo aplicando el impuesto inflacionario. Para compensar la caída del salario real, le transfiero parte de las utilidades de las empresas a los asalariados, controlo los precios y piso las tarifas con subsidios. Pero el impuesto inflacionario se fue comiendo el tipo de cambio real, con lo que las empresas se quedaron sin el famoso tipo de cambio "competitivo", en tanto los aumentos de costos y los controles de precios les licuaron las utilidades, y los mecanismos represivos de controles, prohibiciones y cupos de exportación, produjeron el combo perfecto para frenar el proceso de reactivación sin haber llegado nunca al crecimiento. Mientras, el gasto público crecía hasta niveles insospechados, al no hacer financiable el mantenimiento de los subsidios al transporte y a la energía, lo que lleva a tener un tarifazo e impuestazo al más puro estilo Rodrigazo.
Lo concreto es que el modelo derivó, como no podía ser de otra manera, en que el costo del capital es elevadísimo y los salarios dejaron de ser baratos en dólares. Ninguno de los dos factores de producción les sirve a las empresas. ¿Cómo puede ajustar el mercado laboral bajo el kirchnerismo? Por precio o por cantidad. Si se aumentan los salarios, ante la recesión que creó el modelo, aumenta la tasa de desempleo. Si no se suben los salarios, el modelo ajusta por más pobreza. Al violar las más elementales reglas de la economía, Néstor y Cristina Kirchner se transformaron en fabricantes de pobres. El problema es que, según el índice de confianza en el gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, hoy el matrimonio gobernante tiene un nivel de confianza similar al de noviembre de 2001, cuando se establecía el corralito. Esto quiere decir que no tienen capacidad para crear el ambiente de negocios que atraiga inversiones para combatir la pobreza. Es más, parecen trabajar para aumentar la desconfianza.
Sin atajos posibles
La dirigencia política debería tomar nota de que se puede combatir la pobreza. Para eso, hace falta que cada persona, con su salario, pueda acceder a una mayor cantidad de bienes y servicios. ¿Cómo se consigue? En primer lugar, con disciplina monetaria que no aplique inflación. En segundo lugar, estableciendo políticas públicas de largo plazo para atraer inversiones. Con más inversiones, se crean más bienes y servicios y también más puestos de trabajo. Pero para conseguir más inversiones, además de las políticas públicas de largo plazo, hace falta seguridad jurídica y estabilidad en las reglas de juego. La combinación de todos estos factores permitiría que el costo del capital fuera accesible para las empresas y, por lo tanto, el stock de capital por trabajador aumentaría, lo que derivaría en mejores salarios reales. Se podría romper, así, el viejo dilema de los argentinos de optar entre salarios baratos y capital caro.
En síntesis, no existen atajos para salir de la pobreza porque reconstruir la confianza en un país no es simple. Lo cierto es que la condición necesaria para crecer es la calidad institucional, algo que el matrimonio gobernante despreció y hoy lo pagan millones de argentinos que sufren pobreza e indigencia.
El autor es economista.
- 8 de junio, 2012
- 15 de abril, 2019
- 8 de junio, 2015
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