La curva de la infelicidad
En líneas generales las mujeres son más infelices hoy que hace cuarenta años. Este inquietante dato es el resultado de un estudio del General Social Survey que desde 1972 ha seguido el estado anímico de la población americana. Las estadísticas y gráficas que descienden como despeñaderos dan fe de la melancolía que invade al sexo femenino. Y esta certeza oficial de algo que se sospechaba acapara la atención de expertos que intentan explicar el fenómeno de una tristeza creciente en un sector de la sociedad que, indudablemente, hoy compite en paridad con los hombres.
Pero antes de enredarnos en los sargazos de este contrasentido es preciso conocer algunos datos: en la juventud las chicas se muestran más satisfechas y con más expectativas que los chicos. Otra cosa bien distinta es lo que sucede después: según la encuesta citada, con el paso de los años su joie de vivre se va apagando, mientras que los hombres se sienten más felices y en la cuarentena muchos de ellos alcanzan una cima anímica que está estrechamente vinculada a la estabilidad económica. ¿Quiere esto decir que la morriña de las cuarentonas tiene que ver con que ganan menos que el sexo opuesto y, además, al llegar a casa son esclavas de las labores domésticas? Para nada. Hoy en día las mujeres gozan de buenos sueldos y, aunque todavía sienten más el peso del trabajo en el hogar, los hombres colaboran cada vez más en la intendencia del día a día.
De acuerdo a los números arrojados, este angst existencial se hace contundente en la edad madura. Entre los cincuenta y los sesenta años las señoras se instalan en un desánimo permanente mientras que los hombres aún cuentan con más atajos para sentirse felices. Es en la vejez, por ejemplo, donde hay más viudas que viudos y éstas apenas rehacen su vida sentimental. En cambio, el hombre mayor sí tiene más posibilidades de volver a vivir en pareja y con el incentivo de poder hacerlo con compañeras más jóvenes.
Lo más interesante, y a la vez más complejo, del estudio es la relación entre la maternidad y la infelicidad: cuando se les pide a las mujeres que señalen el factor que más contribuye a su desgaste emocional, apuntan a la crianza de los hijos. Por otra parte, aseguran, no se arrepienten de haberlos traído al mundo a pesar de ser la fuente de sus mayores sinsabores. Aunque la desdicha en ascenso afecta a solteras, casadas, pobres y ricas, las que no tienen descendencia muestran un mayor grado de felicidad que aquellas que forman una familia.
Estos resultados han provocado polémica. Las feministas se defienden diciendo que es una falacia retrógrada culpar al movimiento de liberación femenina de los males que hoy aquejan a las mujeres que ponen en la balanza sus profesiones, los rigores del matrimonio y una lucha titánica por parecer eternamente jóvenes. Maureen Dowd, destacada columnista del New York Times (NYT), encendió los ánimos con un artículo en el que se preguntaba cómo se digiere la paradoja de que tener más alternativas aumenta las probabilidades de que las mujeres sean más infelices. Una paradoja, por cierto, no aplicable a los hombres. Y en el Huffington Post Markus Buckingham, un experto en manuales de autoayuda, ha lanzado un blog para auxiliarnos a desmadejar las causas de tanta insatisfacción.
e todo lo que se ha dicho estos días en el fragor de una discusión liderada por mujeres fatigadas y con fecha de caducidad hormonal, lo que más me ha llamado la atención es un comentario ajeno al debate de la cineasta australiana Jane Campion con motivo del estreno de su último filme donde, de nuevo, explora la pasión femenina. En una entrevista concedida al NYT la directora de El piano comenta que, a su juicio, la mayoría de las mujeres son adictas al amor: «Se nos educa para ello y creemos que alcanzaremos la plenitud a través de la mirada íntima de un hombre. Y sencillamente no es verdad''.
¿Qué hay de cierto en esta observación y el retrato de una joven con la vida por delante y la ilusión de un gran romance que podría culminar en una unión con hijos? Cuando suena el pistoletazo de salida no podemos imaginar los peligros de deslizarse desde lo alto de una pendiente y recorrer una curva que podría conducirnos hasta la infelicidad. Lo de los hombres, ya se sabe, es otra película.
(C) Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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