Uruguay, a la sombra de Chávez
La Vanguardia, Barcelona
Lo conocí hace un par de años. Frontal y poco dado a las exigencias de la educación, me espetó una pregunta que aún baila por mi cerebro: "¿Qué opinaría si yo hubiera organizado un comando para matar a Pinochet?". Ante mí tenía a José Mújica, el Pepe, militante tupamaro, guerrillero con años de asaltos, secuestros, y cárcel, ministro de Agricultura de Tabaré Vázquez y actual candidato a la presidencia de Uruguay. Le respondí: "Yo hubiera llevado a Pinochet a la cárcel. Usted a la tumba. A usted le mueve la venganza y a mí, la justicia".
No sé qué debió de pensar de mí, en aquella sala de Montevideo repleta de ministros y empresarios, que tuvieron a bien debatir sobre democracia y libertad. Pero seguro que pensó que debía de ser un típico ente pequeñoburgués, incapaz de coger el trabuco y resolver, a tiros y sangre, los conflictos sociales. Así es, ciertamente, quizás porque creo en los principios básicos de la civilización. Por mi parte, yo pensé de él que estaba ante un revolucionario de manual, endiosado, ególatra, iluminado, convencido de su autoproclamada misión salvadora, y sin problemas evidentes con la conjugación del verbo matar.
En su diccionario particular, la reinvención del lenguaje: a los robos los llamaba "apropiaciones" y a los asesinatos, "ejecuciones". ¿Estaba, pues, ante un demócrata? Estaba ante un hombre que seguía las reglas democráticas, pero que no creía en ellas. De hecho, sus palabras lo avalan: "Participar en la democracia liberal no significa creer en ella". Algo así como lo que dicen algunos grupos de extrema derecha españoles. Un vídeo de YouTube de la mujer del propio Mújica –y, presumible, primera dama–, Lucía Topolansky, es bien explícito al respecto. Eran tupamaros y sus inicios no tuvieron la aureola épica de la lucha contra una dictadura, sino el oscuro relato de una ideología marxista que intentaba imponer, a sangre y fuego, una dictadura en Uruguay.
Queda pendiente para la historia si la dictadura militar fue la consecuencia de este hostigamiento terrorista o nació por generación espontánea, pero los hechos son indiscutibles: decenas de uruguayos fueron asesinados por los tupamaros antes de la llegada de los militares. Mújica no sólo no se arrepiente de ese pasado, ni ha desarrollado ningún atisbo de autocrítica, sino que lo glorifica como si fuera la crónica de un macabro éxito personal. Un currículum de violencia extrema, orgullosamente presentado, para un candidato a presidente.
Es la torticera mirada respecto a la propia historia que abunda en Latinoamérica, para desgracia de la justicia: todas las dictaduras militares han bajado a los infiernos de la ignominia, la vergüenza y la maldad. Y, a la vez, los grupos terroristas que extorsionaron, secuestraron, robaron y asesinaron a centenares de personas durante decenios, a la par que intentaron la formación de dictaduras comunistas, bajo el amparo soviético, han subido al cielo de la gloria. Ninguna culpa. Ningún arrepentimiento. Argentina es, en este sentido, el paradigma de esa doble y perversa moral respecto a las víctimas. Uruguay le va a la zaga.
Este hombre, pues, de tan notable biografía, podría llegar a la presidencia. De momento ha sido ministro de Agricultura, y durante este tiempo los vasos comunicantes con Hugo Chávez no han dejado de crecer. Será por ello por lo que algunos confidenciales recuerdan el amor que tiene Chávez por regar con dinero las campañas de los afines, cuando hablan de Mújica. También es significativa la alarma que causó, en marzo pasado, la información de la presencia de terroristas iraníes en suelo uruguayo, y la tibieza oficial al respecto. Es conocido, en este sentido, lo que opina Mújica sobre terrorismo. Concluyendo, pues, ¿puede Uruguay caer en manos de un extremista que no cree en la democracia? Si ocurre, ¿puede convertirse en otro satélite del chavismo? ¿Está ocurriendo ya? Preguntas siniestras para una hora difícil en el pequeño Uruguay. Todo puede pasar en estas elecciones. Pero algo de lo que puede pasar resulta inquietante.
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