Xenofobia y crisis económicas
Hace varios años venimos argumentando contra diferentes mitos xenófobos. Una y otra vez expusimos las contradicciones del discurso que responsabiliza a los inmigrantes de afectar negativamente la economía de Europa y Estados Unidos con datos que indicaban precisamente lo contrario.
Pero también existe la superstición de que los inmigrantes son los responsables del aumento de los índices de criminalidad. Este mito social cae con más fuerza sobre los inmigrantes latinos y muchas veces es reproducido por los mismos latinos, así como después de siglos de deformación colonial muchas veces fueron los mismos indígenas los que oprimieron a sus hermanos, recordándoles su condición de raza inferior, olvidándose que ni Machu Picchu ni Chichén Itzá ni Tenochtitlán hubieran podido ser jamás levantados por sociedades de retardados mentales.
Según los datos recogidos a principios del siglo XX, la inmigración de europeos a Estados Unidos había elevado los índices de criminalidad. No obstante, diferente a esta historia y contradiciendo el discurso hegemónico, el incremento de la inmigración latina no ha provocado un aumento en los índices de criminalidad, sino todo lo contrario. Como lo demuestra el profesor Robert J. Sampson, de Harvard University, el incremento de la inmigración en los últimos veinte años se corresponde con una disminución proporcional de la criminalidad. El punto de inflexión de esta tendencia es el año 2000: es a partir de aquí que la inmigración comienza a disminuir y, también proporcionalmente, comienza a aumentar el índice de delincuencia.
Los sociólogos norteamericanos han verificado que los latinos son menos propensos a la violencia que el resto de la población, por lo que han bautizado esta revelación como Latino paradox. El mismo adjetivo revela un prejuicio previo. Este mito está en gran parte alimentado por la violencia que viven varios países latinoamericanos azotados por el narcotráfico y por las pandillas. No obstante, la violencia entre los inmigrantes latinos es la mitad de la alcanzada por las terceras generaciones de americanos.
La dramática diferencia que existe entre distintos grupos de «latinos'' en diferentes contextos demuestra que si bien nadie está determinado sólo por la infraestructura económica tampoco existe el determinismo cultural: si las maras son un fenómeno "latino'' ese fenómeno no obliga a la abrumadora mayoría de miembros de esa región cultural a comportarse como pandilleros. No obstante, la publicidad y los discursos xenófobos se aferran a las excepciones y no a las reglas. ¿Por qué? Primero porque todo discurso ideológico sólo ve y muestra lo que le conviene; segundo porque nuestra cultura visual está formada y deformada por el fenómeno de las excepciones y, por lo tanto, por las criminales simplificaciones: una cámara de televisión sólo puede enfocar fragmentos y excepciones.
De la misma forma, la idea del "mexicano haragán'', durmiendo la siesta debajo de un enorme sombrero, se contradice de forma dramática con los inmigrantes mexicanos (y latinos en general), que representan el grupo social más sufrido y trabajador, para los cuales hay más obligaciones que derechos. Si los radicales que desfilan armados por las fronteras fuesen un poco más coherentes, deberían dejar de comer pollo, frutas y verduras; deberían evitar caminar por aceras limpias o conducir sobre caminos donde se ha empleado mano de obra indecente; la mayoría de ellos debería cambiar sus casas por alguna carpa levantada sin ayuda extranjera y a la hora de cobrar la jubilación deberían arrojar a la hoguera un buen porcentaje del cobro, ya que no es despreciable la cuota que procede de aquellos aportes no reclamados por los hombres invisibles.
En abril del 2006 advertí: "Estos tristes y orgullosos personajes no sólo ignoran su presente, sino también su propia historia. Ignoran, o han olvidado, que incluso después de los atentados terroristas de 1919 cundió en Estados Unidos lo que se llamó el susto rojo, lo que provocó una serie de razias y deportaciones de extranjeros. Desde entonces, el Congreso aprobó fuertes restricciones a la inmigración en 1921, 1924 y, finalmente, en 1929. Los años 20 fueron los años de la ley seca, del resurgimiento del Ku Klux Klan y del desprecio por los inmigrantes no anglosajones […]; la década de la gran prosperidad que terminó en la crisis económica más dramática del mundo occidental moderno. Olvidan o recurren a su único argumento: no les interesa, aunque debería interesarles.''
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