Censura mediática: «hay efectivo»…, pero no vergüenza
Corría el año 1989, yo era todavía un joven ingeniero mecánico que trabajaba en Buenos Aires, adonde había llegado unos años antes desde mi natal Mar del Plata, y veía con resignación cómo una hiperinflación del 200% mensual (¡?) desintegraba miserablemente mi salario.
Decidí entonces estudiar economía, pues quería comprender las causas de tanto descalabro en un país con el cual la providencia había sido, quizás, demasiado generosa a la hora de asignarle recursos naturales.
Para mi sorpresa, en la escuela de negocios me indicaron que para el examen de ingreso debía estudiar, entre otras cosas, la Constitución Nacional. La había leído en el colegio…, creyendo que iba a ser por última vez. Eso es cosa de abogados, pensé consternado.
Tenía el prejuicio, seguramente potenciado por la formación matemática de la ingeniería, de que la distancia entre un problema económico y su solución podía transitarse simplemente haciendo bien las cuentas. A mi juego me han llamado, pensé confiado.
Las lecciones, como luego descubriría, habían comenzado antes del primer día de clases, justamente cuando me mandaron a estudiar la Constitución: tanto el marco jurídico, su espíritu, como el grado de su cumplimiento, son determinantes en el desarrollo económico de un país.
Más de un siglo antes de lo relatado, un político, jurista y escritor, víctima de proscripciones autoritarias, ya había reflexionado profundamente sobre el asunto.
En efecto, Juan Bautista Alberdi, en su libro de 1852 llamado "Bases y puntos de partida para la organización política", había propuesto adoptar como referencia la Constitución de California de 1849.
Decía Alberdi que "sin universidades, sin academias ni colegio de abogados, el pueblo improvisado de California se ha dado una Constitución llena de previsión, de buen sentido y de oportunidad en cada una de sus disposiciones. Se diría que no hay nada de más ni de menos en ella. Al menos no hay retórica, no hay frases, no hay tono de importancia en su forma y estilo: todo es simple, práctico y positivo, sin dejar de ser digno".
Fue escuchado, y en 1853 la Argentina tuvo una Constitución similar a la californiana, cuyo espíritu permitió un crecimiento imparable durante 80 años, que transformó a una pampa salvaje en una economía que hacia 1930 era similar a la de California. Un Estado que actualmente es la quinta economía del mundo, mayor que Francia.
Habiendo transcurrido desde entonces otros 80 años, esta vez de un populismo lamentable cuyos resultados están a la vista, el gobierno de la presidenta Cristina de Kirchner, la misma que el pasado 5 de julio aterrizó en Comalapa para supuestamente defender la Constitución de Honduras, que torpemente evidenció desconocer…, no escatimó esfuerzos para que le aprobasen su proyecto de ley de regulación de servicios de comunicación audiovisual.
Una ley que implicará discrecionalidad oficial para censurar y violar derechos de propiedad: habría que ser ingenuo para no ver la mordaza a la prensa libre.
Paradójicamente, la Constitución de Alberdi ya contaba en 1853 con un artículo sobre declaraciones, derechos y garantías que dice que "el Congreso no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta". Ese artículo sigue vigente.
Para completar la lista de desaguisados, quien habló de la Constitución de Honduras sin conocerla pero olvidó convenientemente los límites que le imponía la propia…, compró con recursos públicos desvergonzadas voluntades políticas. Proxeneta de la democracia. Porque "hay efectivo".
Esa expresión fue popularizada en la Argentina por Alberto Olmedo, un recordado actor cómico que supo hacer memorables duplas con el gordo Porcel, cuando en un inolvidable "sketch" televisivo llegaba a una oficina y, luego de mirarle las piernas a una recepcionista de aspecto notoriamente fácil…, le decía por lo bajo: "hay efectivo".
Años después de la muerte de Olmedo esas dos palabras, pronunciadas con un tono furtivo, aún siguen haciendo alusión inconfundible a la compra de sexo. O de voluntades políticas. Nada que no se haya visto también en otras playas, claro.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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