Presidentes como monarcas
SALAMANCA. Durante la visita que realizó a España el presidente boliviano y bolivariano Evo Morales fue recibido por el rey Juan Carlos. En dos oportunidades el visitante cometió el mismo error refiriéndose a “la república española”. Los amantes de Freud le encontrarán una explicación relacionada con algún trauma que sufrió durante su niñez. Quienes no sabemos nada de Freud estamos convencidos de que de ninguna manera fue un error involuntario, sino una agresión perfectamente planeada.
Puso el dedo en una de las llagas que más le duele a España. Hablar de república es traer de nuevo a la mesa la discusión insoluble de la Guerra Civil (1936-1939), la dictadura franquista (1939-1975) y las muertes en combate, los fusilamientos tras juicios sumarios (cuando se simulaba un juicio), los asesinatos, los “paseíllos nocturnos”, las heridas que nunca se cerraron ni se logró reconciliar a ambos bandos e incluso sus descendientes.
En otras oportunidades Evo Morales, Hugo Chávez y otros “bolivarianos” se refirieron de manera despectiva a España por su sistema de gobierno. De manera independiente a los términos utilizados y tomando en cuenta los resultados, lo que está a la vista de todos, por lo tanto fácilmente comprobable, me gustaría saber qué diferencia existe entre las monarquías democráticas de todo el mundo, y hasta las monarquías no democráticas, frecuentemente crueles, irracionales, sangrientas, despóticas, con la clase de gobierno que han puesto de moda los pertenecientes a la llamada “línea bolivariana”, o también: los creadores del “socialismo del siglo XXI”.
Apenas llegados a la presidencia, todos han buscado introducir los cambios necesarios en sus respectivas Constituciones Nacionales para poder eternizarse en el poder, con una diferencia esencial. En las monarquías democráticas el rey se desempeña como Jefe de Estado y se elige por votación universal a un político que se desempeña como Jefe de Gobierno, garantizando el funcionamiento de todas las instituciones, los derechos de los ciudadanos y, de manera muy especial, las libertades fundamentales. En estas “monarquías bolivarianas”, no se me ocurre mejor término, el poder se vuelve personal y omnímodo. Inmediatamente las instituciones democráticas hacen crisis y dejan de funcionar al obedecer las directivas de ese poder omnímodo, para desaparecer luego los derechos de los ciudadanos, y sus libertades son borradas del léxico cotidiano. ¿No es acaso esto lo que está sucediendo en los regímenes bolivarianos? Se crean falsos casos judiciales para llevar a los tribunales a los enemigos del régimen (lo hemos visto en Venezuela), se clausuran los medios de comunicación críticos del régimen y son entregados a grupos que son leales o simplemente los grupos de choque se llevan los equipos de radios, canales de televisión y destrozan las impresoras de los periódicos.
¿Por qué se escandalizan porque el hijo de un rey sucede en el trono a su padre mientras parece absolutamente normal que a un presidente le suceda en el cargo su esposa? Y no sabemos por el momento si el esposo le heredará a la esposa y esta a aquel, en una larga y farsesca dinastía. ¿Acaso Raúl Castro no heredó el poder de su hermano Fidel? ¿Cómo seguirá la sucesión real de la dinastía Castro? ¿Qué hijos, o hermanos o nietos heredarán las llaves de las cárceles donde encierran a sus enemigos? ¿Y las llaves de un país del que no pueden salir sus habitantes?
No hay que olvidar que Juan Domingo Perón tenía en mente restaurar el virreinato del Río de la Plata, proyecto que contó con el beneplácito del entonces presidente del Paraguay, Federico Chaves, hasta que Brasil decidió cambiarlo por el “amigo” Alfredo Stroessner. La famosa frase de “Volveré y seré millones” que se le atribuye a Perón (en realidad la utilizó al ser derrocado) no le pertenece sino fue dicha por Moctezuma, en 1520, antes de morir lapidado por su propia gente al creer que se había aliado con los españoles.
No importa cómo se llaman los protagonistas ni tampoco el rol que se asignan. Lo que importa son las contradicciones de su pensamiento, de sus creencias, de sus acciones que nada tienen que ver con la famosa “contradicción” marxista; al contrario, la niegan a pesar de sus discursos huecos, aburridores y solemnes.
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