¿El fin del racionamiento en Cuba?
Los primeros brotes de escasez de los bienes de consumo en Cuba aparecieron en 1960 como resultado de la profunda y extensa disrupción de la economía, especialmente su aparato productivo y su capacidad de importar.
En algún momento el gobierno congeló los precios a niveles por debajo de los correspondientes a un equilibrio de oferta y demanda, lo que naturalmente provocó un exceso de demanda y una insuficiencia de oferta para cada producto. La escasez de la mayor parte de los bienes de consumo (además de insumos productivos de todo tipo) se hizo muy aguda en 1961, dando lugar al mercado negro y a formas irregulares de racionamiento cuya principal manifestación eran las colas. En marzo de 1962 el gobierno implantó un sistema formal de racionamiento por cuotas, plasmadas en lo que prefirió llamar “Libreta de Abastecimientos”, anunciándola como un instrumento que garantizaría a toda la población de manera igualitaria el consumo de alimentos, aunque no se dijo que también se utilizaría para el control y la vigilancia de los ciudadanos.
A pesar de que Fidel Castro había prometido que el nuevo sistema de “abastecimientos” garantizaría un mínimo de cantidades, las cuotas estipuladas no se cumplían, lo cual hacía que siempre hubiera colas frente a los establecimientos correspondientes. Por ejemplo, los suministros para satisfacer la cuota de tres cuartos de libra de carne vacuna por persona por semana, a veces se retrasaban por un día o más, o no alcanzaba para todos los registrados. Desde 1962 la inmensa mayoría de los trabajadores-consumidores cubanos ha estado sufriendo un régimen de racionamiento (las colas) dentro de otro (las cuotas), contrapunteados ambos con episodios que iban desde el incumplimiento abierto de cuotas hasta los casos en que algún artículo llegaba en grandes cantidades (generalmente viandas o frutas) y se podía vender “por la libre”, sin registrarse en la Libreta.
Paralelamente y como parte de las expropiaciones masivas de las empresas que constituían la capacidad productiva nacional, se congelaron los salarios de los trabajadores, se perdió una gran cantidad de técnicos y administradores calificados y se estableció un nuevo sistema de manejo de la economía. Dicho sistema era la planificación central que en realidad nunca funcionó como se esperaba. Todos estos cambios tuvieron varios efectos negativos sobre la economía. Por un lado, los incentivos para la producción agrícola e industrial se redujeron dramáticamente por partida doble: los trabajadores más eficientes no serían recompensados con mayores ingresos y aún si los hubieran tenido, el racionamiento no les permitía adquirir lo que deseaban. Por otro lado, la brecha que se abrió entre la oferta agregada y la demanda agregada de productos fue tan amplia que la versión cubana de economía socialista nunca fue solvente, y sólo se podía mantener a flote con los subsidios soviéticos que duraron unas tres décadas.
La desaparición de la Unión Soviética y sus subsidios mostró el raquitismo de la economía cubana y el gobierno tuvo que adoptar medidas de emergencia para evitar una catástrofe económica y política, abriendo sus puertas a la inversión privada extranjera, al turismo internacional y a las remesas de los cubanos del exilio. El capitalismo internacional así salvaba lo que quedaba del “socialismo” cubano. A pesar del susto y la humillación, el gobierno continuó manteniendo una política económica interna muy restrictiva por miedo a perder el control político aunque aduciendo razones ideológicas. Pero ahora parece que alguien o algunos se han cansado de que la economía del país viva permanentemente en un estado tan crítico que es estratégicamente inaceptable, no sólo para los ciudadanos sino para los propios dirigentes. Por eso el gobierno quiere estimular la economía actuando en dos frentes fundamentales: el de los bienes de consumo y el de la productividad del trabajo, adoptando medidas que hasta ahora podían ser consideradas contra revolucionarias.
Como toda reforma, la eliminación de la Libreta enfrentará algunos problemas. ¿Estará el gobierno preparado para resolverlos? ¿Dejará que los precios suban y después fluctúen libremente? ¿O preferirá mantener controles de precios y algunas formas de racionamiento? La única manera de evitar que los precios se disparen es con un aumento de los abastecimientos, pero es dudoso que el gobierno pueda hacerlo de inmediato, pues no hay evidencia de que los niveles de producción sean suficientes. Es una especie de problema de qué viene primero, si la gallina o el huevo: para que las reformas laborales y agrícolas que se están implantando puedan aumentar la producción hay que liberar los abastecimientos, pero para hacerlo tiene que haber más producción, permitiendo que los incentivos correspondientes operen eficazmente.
Un aumento de precios al comienzo puede crear un desequilibrio en el presupuesto de muchas familias, especialmente las de bajos ingresos. Las que más medios tengan podrán comprar más y seguramente acapararán bienes. En estos casos de largos períodos de escasez los consumidores no confían en la estabilidad de los abastecimientos hasta que la misma no sea sostenible por un cierto período. Esto significa que será muy difícil reemplazar el sistema actual sin que el nuevo tenga alguna forma de racionamiento. Los pensionados, por ejemplo, necesitan seguir siendo subsidiados o recibir aumentos sustanciales en sus pensiones. Una forma de protegerlos es por medio de cupones como los “food stamps” o sellos de alimentos de Estados Unidos.
Como quiera que se lleve a cabo y cualesquiera que sean las dificultades en reformar la economía, estas medidas en conjunto deben contribuir a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores cubanos ampliando algunas de sus libertades individuales. Sí, sí, lo sé; no es suficiente, pero por lo menos podemos decir después de mucha inmovilidad, “del lobo, un pelo”.
- 23 de enero, 2009
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