La provocación de Lula
El gobierno de Lula da Silva se ha entremetido brutalmente en los asuntos internos de Honduras al introducir clandestinamente a Manuel Zelaya en la Embajada brasilera en Tegucigalpa. No es una simple intromisión, es una verdadera provocación política sin precedentes en la historia de América Latina. Es probable que tenga consecuencias sangrientas.
Independientemente de las simpatías marginales que le puedan quedar a Zelaya en el país, las turbas pagadas con el dinero de Chávez están interesadas en crear una situación de violencia. Si el gobierno de Micheletti no las reprime, van a hacer ingobernable al país y si las reprime van a presentarse como víctimas. Esta brutal provocación ha contado, como era de esperar, con la colaboración de Insulza, un dependiente de Chávez y, probablemente, con la del gobierno de Obama.
En efecto, desde que Manuel Zelaya fuera depuesto por la Corte Suprema y el Congreso de Honduras, por violaciones a la Constitución, el gobierno de Obama ha insistido, sin base legal alguna, en que el incidente equivale a un “golpe de Estado” y que debe ser revertido.
Ahora, un informe del Servicio de Investigación del Congreso ha dado lo que el gobierno de Obama no ha podido ofrecer: una revisión legal seria de los hechos. “Fuentes disponibles indican que los poderes Judicial y Legislativo aplicaron el derecho constitucional y estatutario en el caso del presidente Zelaya de una manera que fue interpretada por las autoridades hondureñas de ambas ramas del gobierno como conforme con el sistema legal hondureño”, escribió en su informe la especialista en derecho internacional del CRS Norma C. Gutiérrez. La Casa Blanca, sin embargo, lo ha ignorado.
Hace un par de semanas la secretaria de Estado, Hillary Clinton, incluso llegó a sancionar al Poder Judicial hondureño, que es independiente. Las Fuerzas Armadas de Honduras solo siguieron instrucciones del Poder Judicial, con la aprobación del Poder Legislativo; ¿dónde está el supuesto golpe de Estado?
Es inexcusable que se siga tratando a Lula da Silva como vaca sagrada. Por favor, este hombre es un fundador del Foro de São Paulo, el desesperado esfuerzo de Fidel Castro por salvar el movimiento comunista mundial tras el colapso del campo socialista. Y Lula jamás ha renegado de aquella participación. Ha sido siempre un defensor y protector de Fidel Castro y de su sangrienta dictadura. Su gran mérito es haber traicionado la ideología económica del Foro de São Paulo y seguido la misma política económica de sus predecesores. Hagamos un poco de historia.
En 1964, el Ejército brasilero le dio un golpe de Estado a un gobierno civil incapaz. Hay que recordar que, por aquella época, Fidel Castro estaba exportando movimientos guerrilleros subversivos a toda América Latina. Los militares pusieron orden en la política económica y, a principio de la década de los 70, Brasil alcanzó un crecimiento económico de más de 10% anual. Ese periodo fue bautizado como “el milagro brasilero”. Sin embargo, el auge se vino abajo con la crisis energética internacional de 1979. Brasil tenía una enorme deuda externa, sin aumentar suficientemente sus exportaciones. En 1982 la economía se contrajo y, tres años después, un gobierno civil electo reemplazó al régimen militar. Surgieron nuevos partidos políticos, los más importantes fueron el Partido de la Social Democracia Brasilera (PSDB) y el Partido de los Trabajadores (PT).
Brasil estuvo viviendo una grave situación económica, con una descontrolada inflación, la falta de pago de la deuda externa hasta 1989, con la sorpresiva elección de Fernando Collor de Mello, un joven gobernador poco conocido que había hecho campaña contra la corrupción. Collor, que era un admirador de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, abrió la economía a las importaciones y comenzó a privatizar las empresas estatales. Profundamente odiado, fue víctima de una campaña política y acusado de corrupción.
Los economistas del PSDB, dirigidos por Fernando Henrique Cardoso, un respetado sociólogo que había sido ministro de Finanzas, habían iniciado una política antiinflacionaria llamada el Plan Real. En 1994, Cardoso se postuló para la presidencia en contra de Lula. La popularidad de la estabilización de los precios tras años de hiperinflación condujo al triunfo de Cardoso. Este continuó las privatizaciones, puso fin al monopolio petrolero de Petrobras y vendió los bancos estatales. Ganó fácilmente la reelección en 1998, derrotando nuevamente a Lula, pero no pudo postularse a un tercer periodo. Brasil, por otra parte, estaba sufriendo las consecuencias de la crisis energética del 2001 y Lula consiguió ganar las elecciones en un cuarto intento.
Aunque nadie lo esperaba, Lula mantuvo la política económica de Cardoso. Hubiera sido suicida querer arrastrar el país a viejas políticas fallidas. En política exterior, sin embargo, se ha mantenido fiel a sus raíces revolucionarias. Ha sido un protector de Castro y ahora interviene brutalmente en los asuntos internos de Honduras para devolver al poder a un aspirante a dictador. Basta ya. Que sea popular entre los brasileros no tiene por qué hacerlo respetado ni popular entre nosotros.
El autor es analista político y columnista de El Nuevo Herald, Miami.
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