El Salvador: Cuando no hay argumentos…
El gobierno subió al poder sin tener un programa económico concreto. Pero había la expectativa de que si decidía tomar una línea de acción, sabría por qué la estaba tomando y sabría también defenderla con argumentos con los cuales uno pudiera estar o no de acuerdo pero que tuvieran una cierta lógica y una racionalidad interna y, más que nada, que fueran transparentes.
En las últimas semanas estas expectativas se han visto erosionadas por dos procesos que ha iniciado el gobierno en el área fiscal. El primero es la presentación del presupuesto, que adolece de dos problemas que obscurecen su discusión. Uno es que el gobierno ha dicho que el presupuesto que ha presentado es sólo una parte (la parte "ordinaria") del verdadero presupuesto, advirtiendo que existe otra parte (la "extraordinaria"), que no está presentando ahora y que no dice cuándo lo presentará. Esto claramente va en contra de la transparencia que debe privar en las finanzas públicas. Pero hay un segundo problema: el presupuesto "ordinario" no está totalmente financiado. Esto es obvio porque el gobierno estima en él que los ingresos fiscales serán aproximadamente iguales a los que se estimaron para el presupuesto de 2008, antes de que la crisis mundial impactara negativamente la recolección de dichos ingresos.
Como se ve en la gráfica adjunta, hasta agosto los ingresos reales habían sido 13 por ciento más bajos que lo estimado, menores en realidad a lo que habían sido dos años antes en 2007. Para alcanzar en 2010 los ingresos estimados para 2009, los ingresos reales deben aumentar en un 15 por ciento, algo imposible en medio de la crisis actual. El tratar de ocultar este hecho y el presentar sólo una parte de los gastos que el gobierno planea realizar dan la impresión de que el gobierno, lejos de querer ser transparente, está queriendo crear confusión en la Asamblea y la ciudadanía.
El segundo proceso en el que el gobierno ha olvidado su promesa de transparencia es el de las tentativas presentaciones del proyecto de reforma tributaria, que nunca ha sido mostrado en forma integral sino en pedazos incongruentes, y que ha cambiado tantas veces que nadie sabe en qué va a terminar el verdadero proyecto. La promesa de transparencia del Presidente Funes se está disipando en humo –un humo que parece estar siendo creado para ocultar propósitos y procesos que el gobierno no quiere que la ciudadanía conozca.
Pero al hacer esto el gobierno se está prestando un pobre servicio a sí mismo, porque se ha vuelto demasiado obvio lo que quiere hacer: forzar a la Asamblea a aprobar mayores gastos y mayor endeudamiento que los que la Asamblea estaría dispuesta a aprobar en circunstancias normales por medio de cuatro pasos: Primero, lograr que aprueben el presupuesto "ordinario", que no tiene suficientes ingresos para implementarse. Segundo, "descubrir" que esto es así e ir a la Asamblea a pedir más préstamos", acusando a la oposición de obstaculizar la ejecución del presupuesto "ordinario" si no quiere dar los votos. Tercero, regresar otra vez a la Asamblea para pedir la aprobación de todavía más préstamos, alegando que el presupuesto "ordinario" sólo sirve para mantener al gobierno, mientras que las verdaderas obras vendrían en el presupuesto "extraordinario". Cuarto, presentar la reforma tributaria en ese o en otro momento alegando igual, que necesita más ingresos.
La estrategia del gobierno es políticamente pésima para el gobierno mismo, por varias razones: Primero, si sigue con ella, el gobierno va a sufrir una gran pérdida de credibilidad. Uno no puede fingir sorpresa si todos los demás ya saben lo que va a pasar. Segundo, la estrategia es tan compleja y larga que se le va a ir el tiempo en conflictos sobre el presupuesto. Para cualquier político con algo de experiencia es claro que los problemas de la hacienda pública son muy espinosos y por tanto es mejor resolverlos clara y rápidamente. El gobierno sólo pierde cuando su discusión se vuelve eterna. Esta discusión atrasa las obras y desgasta al gobierno.Tercero, la ruta oscura que el gobierno parece haber escogido sólo puede desprestigiar al gobierno frente a la ciudadanía y frente a los inversionistas e instituciones financieras locales e internacionales. Con tantas vacilaciones, cambios y recambios en una reforma tributaria que se enseña y se esconde, y con el escondimiento de pedazos enormes del presupuesto, la imagen que el gobierno está proyectando a los observadores nacionales e internacionales no es de astucia en su tratamiento de la oposición sino de pura incompetencia. Esto se confirma porque el gobierno no contesta a las críticas técnicas con argumentos, sino con ataques personales contra los críticos (llamándolos, por ejemplo, "analistas corporativos"), dando una idea de incapacidad técnica de defender sus propias políticas que no nos conviene como país. Si en los mercados internacionales se llega a creer que el gobierno no es capaz de estimar en un presupuesto todo lo que va a gastar en un año y cómo lo va a financiar, y que cuando se le pide que lo haga sólo responde que no presta atención a estas peticiones porque vienen de "analistas corporativos", vamos a perder la reputación de seriedad que nuestro país ha tenido por muchos años, que nos permite pagar tasas menores de interés en nuestra deuda.
Por estas razones, sería mejor para el gobierno poner todas las cartas sobre la mesa y negociar un rápido acuerdo con la oposición.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 23 de julio, 2015
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- 25 de noviembre, 2013
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