España: La política del desconcierto fiscal
Libertad Digital, Madrid
Sinceramente estoy aterrado. Se podría decir que este estado de ánimo, lo es por todos y por cada uno de los aspectos de la política española con la que nos obsequia el señor Rodríguez Zapatero, aunque, por razones profesionales, me resulta más lacerante cuando se trata de asuntos económicos. En estos temas, los desplantes, las bromas, las evasivas, los chascarrillos y las proclamas para contentar a un segmento del electorado no se los lleva el viento, como ocurre en tantas otras situaciones; aquí, de la mano de estas actitudes, se ahonda en los bolsillos de los ciudadanos que, sin acertar en el porqué, constatan cómo sus condiciones de vida empeoran, sus expectativas se ensombrecen y el horizonte para ellos y sus familias se va oscureciendo y dejando la semilla de la desesperación.
Por eso, me pregunto una y mil veces cuándo se dejará oír la voz colectiva de "basta ya". Las razones para ello son múltiples: de un lado, la falta de ideas; de otro la inexistencia de un objetivo a largo plazo, para nuestro país y para sus gentes; en tercer lugar la impotencia ante el engaño permanente de quienes nos dirigen, infringiendo el derecho de todo ciudadano, sobre todo si vive en una supuesta democracia, a ser informado verazmente sobre la cuestión pública; finalmente, el sentimiento de pérdida de rumbo en el deambular político, pues por las manifestaciones de los responsables de la acción pública, es fácil concluir que unos circulan por la derecha, cuando otros lo hacen por la izquierda, que para unos la luz roja obliga a detenerse, cuando otros se detienen en la verde, etc. etc. Si así nos comportásemos en el tráfico rodado, a buen seguro que los accidentes diezmarían a la población. En economía, la cosa no es menos grave, sólo que aquí el accidente se llama "crisis", que no es menos cruento que los otros, si bien algo menos sanguinario.
El pueblo español, yo al menos así lo percibo, se siente menospreciado ante tanto desacato a la verdad y al respeto con que merece ser tratado. La frivolidad, producto seguramente de la ignorancia que adorna a buena parte de los miembros del Gobierno, es un insulto al sentido de responsabilidad y a la confianza que el pueblo ha depositado en ellos. Esta semana que termina ha sido abundante en excursiones políticas por los territorios fiscales. Desde la banal despreocupación de la vicepresidenta segunda, reduciendo a chirigota el dramatismo del déficit público y ridiculizando el anuncio de la Comisión Europea del honor que ha dispensado a nuestro país otorgándole la calificación de "alto riesgo", hasta las negociaciones para la compra de votos del portavoz del PSOE en el Congreso, el Sr. Alonso, diseñando un escenario fiscal, que el propio partido se ha apresurado a corregir, negando que las ideas comunicadas a los grupos parlamentarios con el fin mencionado, fueran ideas, y menos aún, que hubieran emanado del partido socialista.
La vicepresidenta trataba el déficit del sector público desde la irresponsabilidad más absoluta, como una cosa menor, sin considerar que el déficit de este año, sea el que sea, genera una deuda que se acumula a la deuda que generó el del año anterior, al cual se acumulará el del próximo año. ¡Cómo para menospreciar este pequeño detalle del endeudamiento creciente! También es motivo de mofa para la señora vicepresidenta la situación deflacionaria que vivimos, y que la señora Salgado sigue diciendo que no existe. Para corroborar semejante injuria a las estadísticas, su secretario de Estado de Economía, ha elaborado un nuevo concepto de deflación, que sólo se cree él, al margen del que nos proporcionó el Fondo Monetario Internacional y al que, por lo visto, nos acogemos todos los países de la OCDE, con la excepción del señor Campa en España.
Si no tenían suficiente con lo dicho, también Don José Antonio Alonso se ha sentido locuaz para trazar medidas fiscales que por lo que dicen no respalda su propio partido. Entre las lindezas que ha puesto sobre el tapete, al menos a título de intenciones firmes del Gobierno –ya sabemos que eso, de todos modos, no significa nada– es la de añadir un nuevo tramo en la tarifa del IRPF, para que los más ricos paguen más. Aún no se ha enterado, y eso que los tiene en su propia casa, de que los ricos, los de verdad, también los del PSOE, encuentran instrumentos legales varios para reducir la carga fiscal que el pueblo llano, aquel donde están los pobres y los de rentas medias, piensa que van a soportar. Además de que no se ha enterado de eso, es que ni siquiera ha dado una mínima explicación a la contradicción de esta medida, con la versión del PSOE en la persona de don Miguel Sebastián de un IRPF de tipo único. Tinta abundante acumuló la polémica entre Sebastián y Solbes sobre aquella idea: el primero a favor de la misma y el segundo sosteniendo la estructura del impuesto con varios tramos y tipos, como está en la actualidad y en toda la tradición española desde la introducción del impuesto.
El engaño, por vía de encandilamiento de los que menos tienen, se produce cuando el señor portavoz explica que va a diferenciar dos tipos impositivos para las rentas del capital. Además de la dificultad de control y del peligro de salida legal de capitales al exterior, no explica el docto socialista que la tributación por rentas del capital es a cuenta del IRPF, por lo que, todo cuanto haya tributado se deducirá de lo que le correspondería pagar por las rentas totales percibidas, incluidas las del capital, como siempre, a no ser que tengan alguna excepcionalidad tributaria.
Nadie se pronunció, sin embargo, sobre la posibilidad de reducir el gasto, que es lo que nos tranquilizaría a los españoles. Y en este desbarajuste, ¿quién es capaz de aclararse, para planificar la producción y el consumo, o para tomar decisiones de invertir? Porque, a decir del propio partido, de todo lo dicho por su portavoz, no hay nada. ¡Como para esperar decisiones nacionales y extranjeras que puedan aliviar la situación económica! Sinceramente, frente al desconcierto que provocan los gobernantes, la mejor opción sería la de unas prolongadas vacaciones que les tuvieran sin molestar un tiempo, hasta que todo pasara.
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