España: (In)oportunidad del aborto
La Vanguardia, Barcelona
El valor de un acto se juzga por su oportunidad", dijo Lao Tse, si es que lo dijo, y si es que existió el viejo maestro del taoísmo, sobre lo cual hay serias dudas. Pero más allá de las precisiones históricas, los pensamientos atribuidos a Lao Tse merecen lecturas serenas y largas digestiones intelectuales. Estoy segura, por ejemplo, de que si Bibiana Aído hubiera leído El libro del Tao –un delicado tesoro del pensamiento– habría encontrado útiles ideas, y quizás no habría cometido dos pecados mortales de la política: pasarse por aceleración y pasarse por inoportunidad.
Por supuesto, hablo de la ley del aborto, y no tanto en los términos decimonónicos que coparon la pasada manifestación, sino desde una perspectiva menos maniquea. Me niego al simplismo con que ambos lados del espectro ideológico tratan un delicado debate, cuyas raíces ahondan en el libro de la vida de cada cual, más allá de los partidos, o las ideas. ¿Esto se resuelve con la ecuación derecha/izquierda, que planteaba Trinidad Jiménez a Cuní, ayer mismo? Para nada, porque las aristas del aborto son tantas, que obligan a reflexiones menos maximalistas. Por ejemplo, se puede estar a favor de una ley, pero en contra de la exclusión paterna, en el caso de menores. Se puede estar en contra de la nueva ley, pero a favor de la antigua. Se pueden debatir los plazos, etcétera. Entre Rouco Varela y Bibiana Aído, hay una línea infinita de matices que tienden a rechazar el burdo simplismo del blanco y negro. Por mucho, pues, que martilleen desde la Moncloa sobre la maldad del PP, este tema escapa al PP tanto como trasciende el simple debate partidista. Quizás por ello el Gobierno está sorprendido por el éxito de la manifestación, porque parte de algunos errores de bulto en la tramitación de la ley.
El primero –en la línea taoísta–, la inoportunidad. ¿Podía un líder, en plena crisis económica, y en caída libre de popularidad, comandar un debate de este calado? No tengo dudas de que el Zapatero de los primeros tiempos habría conciliado más simpatías, pero el Zapatero actual da bandazos en la busca del carisma perdido, y en ese viaje proustiano cree falsamente que lo clásico progre le funciona como siempre: darle a la Iglesia, satisfacer a gais y feministas, vender sensibilidad social a 400 euros, etcétera.
Pero estas recetas ya no sirven, entre otras cosas porque la gente ya no cae tan fácilmente en el timo de la estampita. Y el segundo error, pasarse de aceleración, meter en el saco de tan delicado tema cuestiones de bulto como la de las adolescentes, y hacerlo sin anestesia.
Por eso el debate se está encrespando. No porque las hordas peperas muestren su maldad intrínseca ante los aguerridos guerreros del progresismo, sino porque la Moncloa lo ha hecho mal, a destiempo y burdamente. Y en un tema como este, los errores no suman, multiplican.
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