Chávez y la injerencia múltiple
El 29 de septiembre, Costa Rica se convirtió en el quinto país latinoamericano en albergar una «base de paz'', luego de Venezuela, Nicaragua, Cuba y México.
La inauguró el embajador venezolano en San José, Hugo Pineda, quien la describió como un instrumento para contrarrestar las «políticas armamentistas del imperio'' (léase Estados Unidos) e impulsar una «diplomacia de pueblo'' paralela a la «de estado''.
Entre los invitados estaban descoloridos izquierdistas locales y embajadores de países del ALBA, pero también representantes de Alunasa, empresa estatal venezolana que opera en Costa Rica.
En medio de la euforia generada por la actividad, el embajador no pudo guardarse esta reveladora frase: «Algunos costarricenses me han dicho que quisieran tener un Hugo Chávez'' en su país, aunque no dijo quién podría ser ese heroico clon centroamericano.
El caso carecería de trascendencia internacional si no fuera porque revela varios de los componentes que sustentan la estrategia de influencia venezolana en el hemisferio.
Se trata de un esquema que descansa en cuatro pilares: las relaciones oficiales, el apoyo a grupos informales, las extensiones de brazos militares y el financiamiento otorgado por sus empresas estatales.
La diplomacia «de estado'' es la faceta más legítima y normal, con los usuales vínculos bilaterales y participación en organismos multilaterales (la OEA, el Grupo de Río o UNASUR) donde la pluralidad impera y existen reglas que respetar.
Sin embargo, aun en este ámbito son frecuentes los desbordes e intentos manipuladores, como las declaraciones y actividades del embajador Pineda, y los esfuerzos constantes por encaminar la acción multilateral al servicio del chavismo.
En el otro extremo de los vínculos oficiales está la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), una clara plataforma política, ideológica y económica creada por Venezuela y Cuba en diciembre de 2004 a la que se han sumado Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas, y Dominica. Honduras entró el 9 de octubre del pasado año, pero salió tras la expulsión del presidente Manuel Zelaya.
El ALBA es el espolón de proa de la diplomacia militante; el sanctasanctórum del neopopulismo autoritario hemisférico.
Entre los dos extremos de la dimensión oficial o «de estado'', sin exigencias ideológicas precisas, pero con gran influencia económica, está PETROCARIBE.
Además de los miembros del ALBA, la integran las Bahamas, Belice, Granada, Guatemala, Guyana, Haití, Jamaica, República Dominicana, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía y Surinam. Honduras está suspendida.
Su esquema de financiamiento «blando'' del petróleo es un socorrido recurso para que los países miembros manejen problemas de liquidez financiera. Uno de sus efectos colaterales, sin embargo, es la acumulación de cuantiosas deudas.
Pero existe otro «estímulo'' que, aunque inconfesable, resulta muy eficaz: los escasos controles de PETROCARIBE sobre el uso transparente de sus recursos abren un portillo para que gobernantes venales los utilicen en negocios propios, o de sus allegados. De paso, Petrocaribe suma votos pro Chávez en la OEA y otras entidades.
El apoyo a grupos informales proviene, sobre todo, del Congreso Bolivariano de los Pueblos. A él pertenecen organizaciones y partidos apoyados o financiados por Venezuela.
La acción del Congreso y sus entes afines son el crisol de las «casas bolivarianas'', algunas «misiones'' y, ahora, las «bases de paz''.
Como recurso extremo en la estrategia de influencia venezolana funcionan su armamentismo creciente, sus turbias alianzas con Irán, Libia o Siria, y el apoyo intermitente a grupos armados, como las FARC en Colombia.
n respaldo de las tres dimensiones anteriores acuden sus empresas estatales, principalmente la gigante petrolera PDVSA, pero también otras de menor calado, como Alunasa.
La suma de estas modalidades de influencia da como resultado una estructura de círculos concéntricos, capaz de adaptarse a distintas oportunidades, situaciones y objetivos.
A veces la acción es abierta; otras, solapada, pero la dirección estratégica es una: valerse de todas las opciones posibles –incluyendo la actitud pusilánime de otros gobiernos– para impulsar el modelo de populismo autoritario representado por Chávez.
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