El Salvador: Del tímido silencio a la contribución independiente
El gobierno del presidente Funes ha adoptado un estilo elusivo en su tratamiento de los problemas del país, reaccionando a cada mención de alguno de ellos con una de tres respuestas: una, que el problema se originó fuera del país; dos, que el problema se originó antes de que el gobierno presente subiera al poder, y tres, que el gobierno estudiará todas las posibles soluciones al problema de una manera tan exhaustiva que tardará un tiempo indeterminado, pero obviamente muy largo para diseñar una solución.
No hay la menor duda de que muchos de los problemas que ahora nos aquejan nos han llegado de afuera. El mundo está en medio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión de los Años Treinta. Latinoamérica está convulsionada por los ataques continuos del chavismo, que ahora incorpora no sólo algo que él llama el Socialismo del Siglo XXI –un nombre para cualquier arbitrariedad que Chávez quiera perpetuar— sino también el narcotráfico y el odio a todo lo occidental incorporado en el fundamentalismo iraní.
Con su avance, el chavismo está integrando a Latinoamérica en conflictos del Medio Oriente de los que la región había estado aislada por toda su historia. Todo esto viene de afuera. También es cierto que muchos problemas se originaron antes de que el presidente Funes subiera al poder. La criminalidad, que ahora está alcanzando los niveles más altos en el mundo, con excepción de estados fallidos, ya era inaceptablemente alta antes del primero de junio. La crisis económica misma ya había comenzado antes de esa fecha. Pero el hecho de que los problemas se hayan originado antes o en otros lugares no implica, como parece que el gobierno quiere implicar, que el gobierno no tenga la obligación de resolverlos.
En estas circunstancias, lo que el gobierno actual parece tener no es una estrategia de gobierno sino una estrategia de comunicaciones diseñada para ocultar o justificar la ausencia de ideas para resolver los problemas. Con su evasión sistemática, el gobierno da la impresión de que hemos perdido el rumbo.
La pérdida del rumbo tiene costos muy altos. En El Salvador la crisis económica promete ser más prolongada que en el resto de la región, porque el país está sufriendo no sólo de una crisis económica global sino también por una crisis interna de falta de confianza en el gobierno que está deteniendo la inversión. Y es cada vez más claro que la criminalidad está empeorando.
Pero el gobierno no es el único que debe reaccionar, y rápido, en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas. El gobierno necesita interlocutores válidos en el diseño de estas soluciones, que le hablen de frente, lo confronten con la verdad de las circunstancias del país y le propongan soluciones técnicamente correctas para los problemas que lo aquejan.
Las organizaciones gremiales del sector privado jugaron este papel en la solución de la crisis más grande que ha sufrido el país en toda su historia —la guerra de los Años Ochenta—, contribuyendo a combatir la corrupción que asolaba al país en esos años; a promover la paz y a asegurar que al terminar la guerra el país entrara en un período de desarrollo político, social y económico sin precedentes en nuestra historia. Liderado por la ANEP, el sector privado organizado creó instituciones que generaron soluciones para los grandes problemas de esos años —como FUSADES, FEPADE y tantas otras instituciones similares— y se convirtió en una fuente de ideas útiles para el desarrollo del país.
Crucialmente, el sector privado se convirtió en un referente independiente, capaz de analizar las propuestas del gobierno desde un punto de vista nacional, y de proponer soluciones propias para avanzar el desarrollo del país.
Esto se perdió en el último quinquenio, cuando la ANEP se politizó, convirtiéndose primero en un trampolín para acceder a la presidencia de la república y luego en un dócil instrumento del entonces presidente del país, entrando en una situación de dependencia del poder político establecido, que no terminó con el cambio de régimen del primero de junio de 2009. Después de haber sido orgullosamente independiente, de haber sido fuente de soluciones apolíticas a los problemas del país, la ANEP se convirtió en una institución sin vida propia, tornando de ser el vocero del sector privado a convertirse en uno más de los voceros del gobierno. Irónicamente, el gobierno ha perdido con la sumisión política de la ANEP, ya que al adquirir un satélite ha perdido un interlocutor válido que pudiera contribuir a las soluciones de los problemas del país.
Las elecciones de la ANEP crean la oportunidad de cambiar esto. Su administración actual ofrece continuar con lo que ellos llaman buenas relaciones con el gobierno, definidas no como una colaboración en el diseño de soluciones sino como la aprobación automática de todo lo que quiera hacer el gobierno. El continuar con esta visión de las relaciones del sector privado con el gobierno sería fatídico. El sector privado debe de usar esta oportunidad para abandonar para siempre la insana dependencia del gobierno que ha caracterizado a la ANEP en los últimos seis años. El sector privado debe pasar del tímido silencio a la contribución independiente.
Esto nos conviene a todos, incluyendo al gobierno.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
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