Empobreciéndonos
El progreso que se mide en el bienestar de la población es incremental y precario; ocurre poco a poco, a medida que surgen condiciones y oportunidades de negocios promisorios. Es disparejo, pues las oportunidades no ocurren uniforme y simultáneamente en este mundo.
No se presta adecuada atención al hecho de que todas las empresas no son igualmente rentables. Unas que están perdiendo y pronto tendrán que cerrar. De hecho, de cada 10 empresas que se establecen, unas siete ya no existen a los cinco años. Las que vemos son las que sobreviven. Haga usted su propia cuenta: ¿en cuántos negocios ha participado, solo o con amigos o parientes, que prefiere olvidar?
Por eso, cuando se ponen impuestos a las empresas, con la mente en las más rentables, resultan excesivos para las que no lo son. Por ejemplo, hay minas cuyo mineral es muy rico, hasta minas que no vale la pena explotar porque el mineral es pobre. Como no se puede poner una regalía distinta a cada empresa según la riqueza del mineral, cuando se pone muy alto se matan las que son menos rentables, pero también conviene que se exploten porque agregan riqueza al país y a los trabajadores.
Tampoco parece tenerse en mente que en un país pobre, la gran mayoría de negocios son pobres, y cuando los impuestos se basan en los más exitosos, o en algún promedio, se arruina más a los pobres que a los exitosos. Para progresar no hay que matar los negocios poco exitosos, los marginales, pues es mejor que contribuyan en algo y aumenten la demanda por trabajadores a que no produzcan nada ni demanden empleo ninguno. Un país que trata bien a los negocios atrae nuevos negocios que desplazarán a los malos, y así, poco a poco, los malos son sustituidos por mejores.
Se puede impedir el progreso con prácticas destructivas. Y se puede ser destructivo por ignorancia, por ideología equivocada o por maldad. Como son pocos los perversos, no queda otra alternativa que pensar que las destrucciones son por ignorancia o ideología.
Nuestro récord no es ejemplar: destruimos tres ferrocarriles, dos empresas de telecomunicaciones, varias empresas eléctricas, varios parques, ahuyentamos maquilas, depreciamos nuestra moneda, eliminamos miles de oportunidades de adopción de niños y varias instituciones de asistencia social privadas, degradamos la educación de la juventud, descuidamos y no hicimos carreteras, arruinamos nuestros lagos y ríos, mantenemos el disuasivo impuesto al rendimiento de las inversiones y hacemos la vida imposible o las impedimos del todo a empresas hidroeléctricas, mineras y cementeras.
Nuestro sistema de gobierno, con la Constitución que tenemos, se presta para la destrucción, y por ello hay que hacerle algunas reformas. No hay razón para que hoy existan países pobres. Si siguen pobres, es ineludible concluir que no han detectado la causa, y la atribuyen a las personas y no al sistema. Pero hay sistemas de gobierno que funcionan y sistemas que no. ProReforma propone el único sistema que en la historia ha funcionado —en el grado que se ha probado—, y debemos apoyarla. No se basa en ideología, sino en el principio de respeto a los iguales derechos individuales, porque contrario a lo que se cree, la Constitución actual falla en ofrecer seguridad jurídica de nuestros derechos y obligaciones. Por eso, si queremos seguir como estamos, hay que oponerse a la oportunidad que representa ProReforma.
- 23 de enero, 2009
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