El Salvador: Reforma fiscal, para que no sigan chupando
En tiempos de necesarias reformas fiscales, como las que se avecinan en El Salvador, es oportuno analizar sus detalles puntuales así como también reflexionar sobre los criterios tributarios generales. Que no deberían olvidarse.
Las propuestas han sido sometidas a la consideración de la ciudadanía, "especialmente de los contribuyentes", como reza el comunicado oficial. Es un buen gesto.
Comenzando por el análisis de los detalles puntuales, los catorce anteproyectos de reformas publicados por el Ministerio de Hacienda el pasado 16 de octubre, abarcan una amplia variedad de tributos, que van desde el IVA y la renta (la legal…), hasta los específicos, entre otros, a las bebidas alcohólicas, los combustibles y los intereses bancarios.
En el caso del IVA es saludable eliminar excepciones como la que exime del pago a la importación de maquinaria: más allá del impacto en el flujo de caja, que puede más que compensarse financiando adecuadamente la compra, hay algo acerca de lo cual ningún hombre de negocios podría alegar ignorancia: el IVA no es un costo para las empresas sino un crédito fiscal.
¿Por qué privar entonces al Estado de una recaudación genuina, que debería cobrar al momento de la compra? Además, ¿por qué la diferencia con las máquinas nacionales? El proteccionismo está mal…, y el "des-proteccionismo" también.
Es muy positivo alentar la formación de una estructura de capital en la sociedad, pues de ella se derivan los incrementos de productividad, pero hay mejores formas de hacerlo que financiarle a (ciertos) empresarios privados el 13% de sus máquinas: combatir adecuadamente el crimen y mejorar la infraestructura de servicios públicos, por ejemplo, nunca será una mala idea.
En el caso de los impuestos específicos surge la pregunta "¿por qué aplicar determinada tasa?" Es que algún valor tiene que adoptarse…, y lo único que debiera quedar escrito en piedra en el caso de las bebidas alcohólicas es que dicha tasa sea una constante por grado de alcohol. Desafortunadamente no es el caso.
Ocurre que se trata de un "sin tax", o impuesto al pecado ("para que no sigan chupando", diría Maradona).
Asimismo, ciertas propuestas de impuestos específicos "ad-valorem" (los que se calculan según el precio de venta) debieran revisarse: para eso ya está el IVA.
Los combustibles serán siempre una fuente fácil para recaudar, e imposible de evadir, y quizás en vez de un impuesto "ad-valorem" que variaría según el precio del petróleo, pudiera aplicarse un monto fijo análogo al del FOVIAL. No necesariamente de 20 centavos.
También debiera cuestionarse la efectividad con que se utilizan los 10 centavos del COTRANS que ya se están recaudando. Los buses modernos siguen brillando por su ausencia.
El impuesto a los intereses bancarios definitivamente contiene un problema de concepto: su efecto real será una disminución de la tasa pasiva (la que cobran los ahorristas), que desalentará la propensión al ahorro encareciendo en consecuencia las tasas activas (las que paga quien toma un crédito).
Será precisamente por la escasez, artificialmente generada, de fondos locales para dar en préstamo.
La internacionalización de la banca no impedirá tal efecto: la lucha por fondos externos es siempre feroz con otros destinos apetecibles que el mundo ofrece. Y una medida de esta naturaleza no contribuirá, precisamente, para atraerlos.
La aclaración según la cual el impuesto no aplicará para depósitos de menos de $5,000 es válida para el ahorrista, pero no soluciona el punto en cuestión: los fondos que los bancos dan en préstamo provienen mayoritariamente de depósitos más grandes. Los que este impuesto desalentará.
En lo que respecta a los criterios tributarios generales, hay que evitar reclamarle al sistema impositivo que cumpla con demasiadas funciones: la prioritaria es financiar el gasto público.
Cuando se pretende que además redistribuya ingresos y que reasigne recursos productivos se abre la puerta a la discrecionalidad.
Para eso están las políticas sectoriales, que ciertamente debieran ser revisadas. Para que otros también dejen de chupar. En este caso al Estado.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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