Italia-España
29 de octubre, 2009
29 de octubre, 2009
Italia-España
La guerra asolaba el Líbano en el verano del 2006. Francia, antigua potencia colonial, entraba con Jacques Chirac en un final de reinado. El apoyo a Líbano de tres potencias europeas (medias pero potencias, Francia, Italia, España) incluía a Alemania, que se ocuparía del control marítimo (por razones conocidas no deseaba estar presente en un conflicto entre musulmanes, cristianos y judíos). Al cabo de tres años, el refuerzo a FINUL con 4.000 soldados franco-italo-españoles asegura el plan de las Naciones Unidas en defensa de la independencia y la menor inestabilidad de Líbano. Los riesgos son, evidentemente, muy altos. De la nueva fuerza expedicionaria fueron promotores Philippe Douste-Blazy, ministro de Exteriores francés, el italiano Massimo d´Alema y el español Miguel Ángel Moratinos, los dos últimos adscritos oficialmente a la izquierda europea. En Europa, hay veces en que la izquierda consigue avances que no consigue la derecha.
El X foro Italia-España es ejemplo de la utilidad que encuentros bien pensados, trabajados a lo largo del año, proporcionan a sus sociedades, sobre todo europeas. Europa mantiene la costumbre de debatir en público no pocos problemas y soluciones.
Italia atraviesa un mal momento político por causa, entre otros, de Silvio Berlusconi. Nos atrevemos a avanzar una conjetura: los problemas del primer ministro son una capa superficial de una profunda lasagna. Bajo esa capa, se hace lentamente, en el horno de leña, un plato de compleja preparación. Italia tiene hoy con Japón uno de los índices más altos de ahorro familiar. La Italia moderna, la de los últimos 500 años, nace en gran parte de un constante trabajo colectivo. Más de media Italia, desde Nápoles a la frontera norte, vecina de Francia, Suiza, Austria…
Más allá de sus gobiernos, Italia trabaja sin parar y casi siempre con talento. El paro italiano es del 7,4 por ciento, el español del 17,9. La lasagna resiste los duros baches de la conducción política. El último episodio (respaldo del presidente de la República, Giorgio Napolitano, a la Corte Constitucional que ha rectificado al primer ministro) explica la división de poderes. Pierluigi Bersani acaba de ser elegido por tres millones de italianos para dirigir el primer partido de la oposición: es, dicen quienes saben, moderados de uno y otro campo, conservadores o progresistas, un buen nombre. Bersani, creen, podrá poner fin al barato anti-berlusconismo para defender las constantes. Ejemplo, crece alarmantemente, en Italia pero también aquí, el número de trabajadores con contratos temporales de rápido vencimiento.
En el gobierno actual hay ministerios de calidad, Hacienda (Giulio Tremonti), Industria (Claudio Scajola). El gobierno de la derecha es votado porque tiene, a pesar de su primer ministro, mayor capacidad de resolver problemas concretos en plazos precisos. La izquierda ha dado estos años demasiados bandazos. Es notable, el presidente de la República, Napolitano, no es una reina madre.
Una gran eléctrica española está gestionada por un italiano, Andrea Brentan, con capital italiano. Telefónica trata de llegar a un acuerdo con Telecom Italia. El poder italiano se extiende por América, desde Fiat, comprador de Chrysler, hasta Finmeccanica y su nuevo helicóptero. Italianos y españoles necesitan entenderse en los dos mercados, integrados ya en grandes sectores. Gallina Blanca, con su matriz Agrolimen, es el tercer productor mundial de caldos, gracias en parte al mercado italiano. Decenas de compañías grandes, españolas e italianas, compiten en Asia y África. Dos sectores con gran potencial futuro: la industria verde, con sus servicios, y la sanidad. Ambos podrían empujar hacia arriba a los dos socios europeos. Italia y España, dos democracias desarrolladas, suman en Europa más de cien millones de habitantes: pero suman además otros muchos activos.
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