Los tres sobres de Obama
Vieja anécdota con moraleja:
Moscú, 1953. Stalin convoca a Kruschov.
Niki, me estoy muriendo. No tengo gran cosa que dejarte. Sólo tres sobres. Ves abriéndolos, uno a uno, cada vez que tengas graves problemas."
Unos años más tarde, estalla la primera crisis. Jruschov abre el sobre 1: "Cúlpame de todo a mí. Joseph Stalin."
Unos años más tarde estalla una crisis verdaderamente grave. Jruschov abre el sobre 2: "Cúlpame de todo a mí. Otra vez. Buena suerte, Joseph Stalin."
Tercera crisis. Abre el sobre 3: "Prepara tres sobres."
En la versión de Barack Obama hay alrededor de 50 licencias de ese estilo culpando a Bush antes de que la estratagema deje de funcionar. Calculo que Obama ha quemado ya 49 largos. ¿Hay algo de lo que no haya acusado a George W. Bush? La economía, el calentamiento global, la crisis crediticia, la situación de estancamiento en Medio Oriente, el déficit, el anti-americanismo exterior – menos de la gripe A, todo.
Es como si la presidencia Obama no hubiera empezado aún. Todavía está haciendo inventario de los años Bush. Justo este lunes, se refería a "los largos años de deriva" en Afganistán con el fin de, supongo yo, explicar su propia, bueno, deriva de un año de duración en Afganistán.
Esta pulsión de atacar a su predecesor es tan rancia como indecorosa. Obama fue elegido hace un año. Dos meses más tarde pasó a ser jefe del ejecutivo. A continuación anunció solemnemente su propia "nueva estrategia integral" para Afganistán, hace siete meses. Y no fue una decisión que no estuviera preparada con antelación. "Mi administración ha escuchado a nuestros mandos militares, así como a nuestros diplomáticos", nos aseguró el presidente. "Hemos consultado con los gobiernos afgano y pakistaní, con nuestros socios y nuestros aliados de la OTAN, y con los demás donantes y organizaciones internacionales" y "con los miembros del Congreso."
Obama está evidentemente descontento con el rumbo que eligió en solitario en marzo. Tiene todo el derecho –el deber en realidad – de pararse a pensar. Pero a lo que Obama está reaccionando es al fracaso estrepitoso de su propia estrategia.
No tiene nada de nuevo. La historia de las guerras tanto de Afganistán como de Irak es un reajuste paulatino de políticas que no han funcionado. En cada una de las guerras, una campaña rápida inicial sin grandes bajas registradas derrocó al gobierno enemigo. En la posterior etapa de ocupación, se nos presentaron dos opciones políticas: la de la “presencia” escasa o la de la gran escala.
Tanto en Irak como en Afganistán elegimos inicialmente la presencia escasa. Por razones obvias: menos riesgo y menos bajas para nuestras tropas, al tiempo que minimizamos la intrusión de la ocupación y por tanto las posibilidades de dar lugar a una reacción anti-extranjeros que pudiera avivar la insurgencia.
Éste fue el considerado juicio de nuestros mandos en aquel momento, muy especialmente el del comandante del mando central (2003-2007) General John Abizaid. Y Abizaid no era ningún profano en la materia. Habla árabe y es un erudito en la región. La idea principal sobre todas las demás consideraciones era que la presencia escasa reduciría al mínimo la oposición local.
Era una hipótesis perfectamente razonable, pero resultó ser errónea. La estrategia fracasó rotundamente. No sólo porque el enemigo ha resultado ser muy resistente, sino porque la lealtad de la población resultó que no era tan dependiente del resentimiento generado por la injerencia extranjera (de hecho los locales terminaron odiando a los insurgentes – al-Qaeda en Irak, los talibanes en Afganistán — mucho más que a nosotros) como por el causado por la inseguridad física, lo cual les hacía alinearse con los insurgentes por puro miedo.
Lo que necesitaban, argumentaba el General David Petraeus frente a la oposición de los galones del Pentágono, era protección a la población, es decir, una presencia a gran escala.
En Irak, la presencia a gran escala – también conocida como incremento – invirtió dramáticamente la suerte de la guerra. En Afganistán, donde los talibanes tardaron más en reagruparse, el fracaso de la presencia discreta no se hizo evidente hasta hace poco, cuando un incómodo estancamiento comenzó a deteriorarse revertiendo en constantes avances de los talibanes.
Ahí es donde estamos ahora en Afganistán. La lógica de una verdadera estrategia de contrainsurgencia allí dicta que al margen del resentimiento que un aumento progresivo de efectivos pueda despertar, ello palidece en comparación con la permanente desmoralización de cualquier elemento potencial anti-talibanes a menos que reciba la protección seria e inmediata de las fuerzas EEUU-OTAN.
En otras palabras, Obama se enfrenta a la misma decisión con Afganistán a la que se enfrentó Bush cuando a finales de 2006 decidió elevar el número de efectivos en Irak.
En ambos lugares, el deterioro de la situación militar no fue resultado de la "deriva", sino de políticas cuidadosamente concebidas que parecían razonables, prudentes y culturalmente sensibles en aquel momento, pero que al final resultaron ser erróneas.
Lo que evidentemente piensa Obama ya de la elección política que tomó el 27 de marzo.
Él es digno de elogio por pensar mejor las cosas. Pero ya es hora de que actúe como un presidente y tome una decisión. La de Afganistán es su guerra. Ya se le han acabado los sobres.
© 2009, The Washington Post Writers Group
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