Zelaya volverá al Gobierno, pero no al poder
Hemos dicho en este espacio que, por más que hayan presionado Brasil, Argentina y otros países de la región, la llave para lograr una solución negociada de la crisis de Honduras la tenía Estados Unidos. A no ser que el presidente de facto, Roberto Micheletti, haga un nuevo gambito de última hora, parece que esta vez sí Manuel Zelaya será restituido como Presidente constitucional del país, cargo del que se lo había despojado el 28 de junio, el día en que los argentinos votábamos.
Ni hablar de la inoperante OEA, ni de las repetidas delegaciones de cancilleres y embajadores; hizo falta que Barack Obama, como un maratonista experimentado, esperara hasta el final para jugar a fondo con la última misión que envió a ese país para que los golpistas adquirieran la voluntad política de cerrar un acuerdo que ya estaba logrado tiempo atrás. La carrera que el estadounidense quería ganar era la propia; no la de Lula da Silva ni la de Cristina Kirchner.
Zelaya volverá al gobierno, pero no al poder. Habrá un gabinete de unidad, que incluirá a simpatizantes del régimen como garantes contra cualquier desborde populista. Ni vencedores ni vencidos, los conjurados no pagarán por sus actos. Y, como éstos querían, se votará el 29 de noviembre, aún cuando buena parte de la campaña electoral se cursó entre estado de sitio, toque de queda, cierre de medios de comunicación y brutales actos de represión. Ayer, por caso, simpatizantes prodemocráticos fueron duramente puestos a raya por la Policía en Tegucigalpa.
La solución es la mejor posible: el hemisferio (lo que esta vez incluyó, auspiciosamente, a Estados Unidos) demostró que no tolera ese tipo de aventuras. Pero la Casa Blanca, morosa, jugó todas sus cartas (¿la amenaza de eliminar toda ayuda económica y hasta las preferencias comerciales en el marco del pacto de libre comercio con América Central, el CAFTA?) sólo cuando el chavista Zelaya pasó a ser inofensivo. A apenas un mes de que se vote, su restitución será una mera formalidad.
El gusto amargo que queda en la boca es entendible, porque los golpistas cumplieron prácticamente todos sus objetivos. La región hizo lo que pudo, y vale. Pero queda flotando, de cualquier forma, el peligroso mensaje de que un golpe con participación civil ya no es un tabú en esta parte del mundo.
Las cosas cambiaron, pero menos de lo que nos gustaría admitir.
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