Mujica, la contradicción del poder
El País, Montevideo
En pocas semanas los uruguayos elegirán un nuevo presidente. A la cabeza de los sondeos está José "Pepe" Mujica, un político radical procedente de la izquierda violentista de la década del sesenta que irrumpió en el continente a imagen y semejanza de la revolución castrista, ex Ministro de Ganadería y Agricultura, de quien Ernesto Agazzi, primero su viceministro y luego su sustituto en el cargo y correligionario, ha dicho lo siguiente: "Creo que sería un mal presidente (…) Mujica es un compañero irredento, está contra la formalidad permanentemente (…) Yo creo que Mujica puede ayudar a ganar las elecciones, pero no creo que sea su especialidad, ni su formación, la de dirigir la gestión del Estado (…) Así como es absolutamente anarquista, contrario a las fórmulas preconcebidas, también construye alternativas que nadie vio".
¿Cómo y por qué una sociedad razonable y madura, con una muy digna trayectoria y apego en cultura republicana elige a una persona con esos rasgos para gobernar el país? ¿Qué les ocurre a los uruguayos?
Lo grave de Mujica no es su pasado tenebroso -por el que estuvo preso varios años-, sino el hecho de que no tiene condiciones para dirigir una república democrática moderna basada en el imperio de la ley, la división y equilibrio de poderes, la economía de mercado y la existencia de un aparato productivo controlado por la sociedad civil.
Esa es una maquinaria extremadamente delicada. Si funciona bien se llama Suiza. Si funciona mal se llama Venezuela.
Quien gobierne un país que quiere parecerse a Suiza y no a Venezuela tiene que entender que el Estado de derecho republicano fue concebido para limitar la autoridad de los políticos y proteger las libertades individuales, lo que exige un apego absoluto a la formalidad, es decir, a la letra de la ley, no sólo a su espíritu. Mientras en el ámbito de la sociedad civil las personas pueden hacer todo aquello que la ley no prohíbe, en el espacio público sólo se puede hacer lo que expresamente la ley autoriza u ordena. En las repúblicas el poder es para obedecer al pueblo, no para mandarlo.
Mujica es un revolucionario. Alguien que, a regañadientes, ha tenido que someterse a las reglas del modelo republicano porque su bando perdió la Guerra Fría. Simpatiza con la dictadura de Fidel Castro. Es amigo de Hugo Chávez. Son dos relaciones de dudoso gusto a los que se suma que nunca ha podido descolgar el póster del Che Guevara. Detesta las formalidades y los reglamentos. Le parecen camisas de fuerza burguesas. Su ideal no está en el Código Civil, que le resulta muy aburrido, sino en las tonterías que escribe su compatriota Eduardo Galeano. Eso es muy grave. Así no se puede contribuir al bienestar y el desarrollo de una sociedad.
Si no se entiende que la prosperidad material y la estabilidad social dependen de un pueblo, fundamentalmente, de la calidad de las instituciones de Derecho, todo es inútil.
Mujica tampoco sabe cómo se crea o se malgasta la riqueza. Su generación -al menos el enorme segmento radical al que pertenecía- creció creyendo en que la pobreza y el atraso latinoamericanos eran la consecuencia de la codicia de los depredadores imperialistas y de sus cómplices y lacayos nacionales. Que el origen de todas las plagas que pudieran azotar su país se encontraba fuera de fronteras, bien al norte y nunca tuvo tiempo ni sosiego para rectificar ese colosal error intelectual, afincado en las supersticiones marxistas, disparate que llevó a los más temerarios a secuestrar y matar adversarios ideológicos. Y, en esa línea, ¿qué otra cosa se podía hacer con unos desalmados y pérfidos vampiros dedicados a succionar de manera implacable la sangre de "las venas abiertas de América Latina"?
Eso coloca sobre el tapete dos incógnitas.
La primera: lo menos que se puede esperar de un candidato a gobernar es que entienda y aprecie el sistema que deberá dirigir para que se dedique a protegerlo y perfeccionarlo: ¿es ése el caso de Mujica?
Y la segunda: ¿por qué los electores son capaces de seleccionar a un candidato que no cree en la esencia del republicanismo ni en el mercado para dirigir una república capitalista? Nadie lo entiende.
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