Mala memoria
No sé de qué se trata, si es mala memoria o qué, pero según yo recuerdo hace poco más de siete años Colombia era un país cercado por los delincuentes. Las FARC habían engañado una vez más al país con una supuesta intención de paz que utilizaron para rearmarse, consolidar sus posiciones en el campo y las ciudades y afinar sus negocios de narcotráfico y comercio de vidas humanas. Los paramilitares contaban con ejércitos de miles de hombres que sembraban el terror en el campo e incluso hacían negocios con sus archienemigos de la guerrilla. Las arcas de los narcotraficantes se desbordaban y nuevos carteles, que reemplazaron a los antiguos, florecían.
El día de la posesión de Alvaro Uribe Vélez como presidente de la república y Francisco Santos como vicepresidente, las FARC atacaron con misiles, lanzados por morteros, la Casa de Nariño. Sólo un error en el encendido de la mecha salvó a Colombia del horror y la ver-
güenza de que su nuevo presidente fuera asesinado el mismo día que iniciaba su mandato y que los gobernantes invitados regresaran en ataúdes a sus respectivos países.
Entre paras, guerrilla y narcos el país vivía sumido en una guerra que mantenía a la población civil agobiada con el secuestro y la extorsión, a los periodistas cohibidos para ejercer su labor debido a amenazas y homicidios, a los partidos de izquierda casi exterminados por los paramilitares, a los políticos de los partidos tradicionales secuestrados por la guerrilla, a soldados y policías secuestrados por décadas, a muchos alcaldes y gobernadores ejerciendo un poder falaz (porque en sus ciudades y departamentos mandaban los ejércitos ilegales) y a los campesinos en el centro de un fuego cruzado, víctimas de masacres, con sus niños obligados a hacer parte de estos grupos criminales, y forzados a desplazarse a las ciudades.
Poco a poco, en un esfuerzo sobrehumano y gracias a la decidida labor de los soldados y policías, héroes de la patria, algunos de los cuales han muerto o quedaron lisiados, el Estado ha recuperado el control.
Las FARC tienen poco margen de maniobra, muchos de sus cabecillas han sido dados de baja y otros están presos, el secuestro ha disminuido en un noventa por ciento, se han desenmascarado sus contactos internacionales y cientos de secuestrados han sido rescatados. Los jefes paramilitares se encuentran en cárceles de máxima seguridad (que en nada se parecen al macabro club social que era la Catedral de Pablo Escobar) y los que incumplieron con los acuerdos de paz, pagando duras condenas en los Estados Unidos.
os colombianos han perdido la cuenta de los capos capturados en el gobierno de Uribe. Los periodistas pueden ejercer su labor sin estar expuestos a amenazas y atentados. Los partidos de izquierda se unieron y de paso consolidaron una fuerza que sacó el segundo lugar en las elecciones para presidente la última vez y ganaron la alcaldía de la capital las últimas dos. Los gobernadores y alcaldes pueden ejercer sus funciones. Los políticos de los partidos tradicionales no son secuestrados.
Alvaro Uribe y Francisco Santos reinstauraron la democracia en Colombia y llevaron la autoridad del Estado a lugares del territorio nacional donde no había ni Dios ni ley. Pero es de Uribe de quien expresan preocupación en países que realizan grandes negocios con gobiernos que violan toda clase de libertades y derechos, y a quien tildan de dictador en algunos medios de comunicación, muchos intelectuales, las ONG (que lo acusan de la situación de los secuestrados como si fuese él y no las FARC quienes los mantienen en cautiverio), algunos funcionarios del Capitolio norteamericano, un director de cine y ahora un cantante de moda.
Qué mala memoria.
- 23 de enero, 2009
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