Chile: Una memoria desmemoriada
Aplaudo la iniciativa gubernamental de inaugurar, en enero próximo, un Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, pues un país que olvida su pasado, repite sus errores. Contar la historia patria reciente con recursos públicos debe comprender, eso sí, la diversidad de la nación y evitar lapsus y sectarismos. Así como respaldo el testimonio de la represión bajo la dictadura, pregunto por qué ese museo —como destaca en los medios la autoridad— recuerda sólo a partir del 11 de septiembre de 1973.
¿Es posible entender nuestra gran tragedia del siglo XX ignorando las vicisitudes anteriores a ese día?
¿Puede describirse el período 1973-1990 soslayando la crisis política y económica que casi nos arrastra a una guerra civil? Una memoria nacional debe condenar los abusos de la dictadura, pero también recordar que en 1970 un sector que no alcanzaba el 37 por ciento del electorado inició cambios sociales radicales, lo que generó rechazo mayoritario. No debe olvidarse que la Unidad Popular fue más radical que Chávez hoy, aunque nunca logró el respaldo popular que éste detenta.
Una memoria nacional no sesgada también debe relatar cómo entonces, líderes inspirados en socialismos de Europa oriental y el Caribe arrojaron por la borda, tachándola de “burguesa”, a nuestra democracia, la que paradójicamente era más profunda que las de Alemania Oriental o Cuba. Su sueño: sustituirla por modelos sepultados en 1989 por los europeos orientales. Subrayo que si bien desahuciar esa democracia fue una irresponsabilidad extrema, nada justifica la represión posterior. Pero nada justifica tampoco construir una memoria hegemónica desmemoriada.
Recordar sólo a partir del “Once” demoniza a un vasto sector nacional y desvirtúa la historia reciente, porque oculta que la mayoría, PDC incluido, rechazó la UP. Sin el contexto que menciono no podemos entender, por ejemplo, por qué, en noviembre de 1973, Eduardo Frei Ruiz-Tagle donó joyas a la Junta Militar de Gobierno, y hoy es el presidenciable de una alianza que condena el “Once” y celebra un filme que narra la prisión, en esa época, de un actual ministro y otros chilenos en Dawson. ¿Cómo explicar el giro de un sector que estuvo contra la UP y Pinochet en un museo que sólo recuerda la historia a partir del “Once”? ¿Alberga ese museo una memoria nacional o sólo parcial?
Un museo como el que se construye no debe olvidar el apoyo que la izquierda criolla —por acción u omisión— brindó a regímenes que sólo sobrevivieron mediante alambres de púas y guardias armados, y de los cuales el Muro de Berlín devino símbolo máximo. La memoria nacional no puede eludir la incoherencia de un sector que sufrió represión brutal, pero sintió o siente atracción fatal por dictaduras de izquierda.
Sin duda que el “nunca más” de un museo financiado por todos los chilenos debe alzarse contra el régimen que tuvimos, pero igualmente contra partidos que justificaron dictaduras en otras latitudes, y también contra minorías que pretendieron imponer a la mayoría cambios sociales radicales. Un museo nacional es un mensaje a las próximas generaciones y debe escribirse desde una perspectiva amplia, que nos retrate de cuerpo entero. Parafraseando al Padre Alberto Hurtado, habría que exigir que el Museo de la Memoria recuerde incluso aquello que a sus propios diseñadores les duele recordar.
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