Elinor Ostrom: la gestión privada de lo común
Ideas – Libertad Digital
¿Quién es Elinor Ostrom? Son muchos los que, el pasado 13 de octubre, se hicieron esa pregunta al saber que había recibido el premio Nobel de Economía, junto a Oliver Williamson. La respuesta describe a una investigadora muy interesante.
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En 1973, Elinor fundó –junto con su marido, Vincent Ostrom–el Centro de Trabajo de Teoría Política y Análisis Político de la Universidad de Indiana, dedicado a estudiar la acción colectiva y la cooperación en el ámbito de los recursos comunes o comunales. El Nobel le fue concedido, precisamente, por su análisis del gobierno económico, "y especialmente por [su análisis de] los bienes comunales".
Lo que estudia Ostrom son situaciones en las que los individuos, en vez de aprovecharse de sus recursos, están atrapados en un proceso inexorable de destrucción de los mismos. Todas esas situaciones tienen en común el hecho de que "no se puede separar la estrategia de uno de las elecciones adoptadas por los demás".
En la descripción de esas situaciones hay tres hitos, y merece la pena detenerse en ellos.
El primero es el de la tragedia de los bienes comunales, así denominada por un artículo escrito por el biólogo Garret Hardin en 1968, aunque se trata de un fenómeno ya descrito, con mayor o menor profundidad, por Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, William Foster Lloyd (al que cita Hardin), Ludwig von Mises, Alchian y Allen.
Hardin nos habla de un pasto cuya explotación está "abierta a todos". En esa situación, cada ganadero se embolsará el beneficio que pueda obtener del uso del terreno, mientras que el coste futuro, que pudiera incluso derivar en sobreexplotación, se divide entre todos los usuarios. Si el beneficio es individual y el coste compartido, lo lógico es que cada agricultor haga todo el uso del bien comunal que le sea rentable. Como todos actuarán del mismo modo, el resultado será una explotación insensata y el rápido agotamiento de los recursos.
El segundo hito es el que describió Mancur Olson en La lógica de la acción colectiva. Aquí se plantea que un grupo busca un objetivo común. Lo razonable es pensar que, puesto que los humanos somos seres racionales, se guiarán de un modo efectivo para alcanzar ese común objetivo. Pero Olson dice que no, porque el hecho de que el objetivo sea común lleva a que no se pueda excluir a nadie de los beneficios, con independencia del esfuerzo y de los costes en que incurra cada cual, lo que a su vez conduce a la inacción generalizada.
Un ejemplo histórico es el de la colonia de Plymouth, a la que llegaron, en 1620, los pasajeros del Mayflower: por razones ideológicas derivadas de sus convicciones morales, decidieron que todo lo producirían y consumirían en común. El resultado fueron tres años de hambruna y la muerte por inanición de gran parte de la colonia, pese a la llegada de nuevos colonos. Finalmente se impuso la propiedad privada… y todo el mundo comenzó a producir como por ensalmo.
El tercer hito es el del famoso dilema de los dos prisioneros, incomunicados entre sí, que pueden elegir dos estrategias distintas, denunciarse o callarse. La acción más beneficiosa para los dos es la de no denunciarse; pero, por un lado, la acción más perjudicial para cada uno de ellos es la de no denunciar al otro y que éste acabe cargándole todas las culpas, mientras que, por el otro, la acción más perjudicial para ambos es la de la denuncia mutua. A fin de evitar la peor opción para cada uno, los dos se denuncian mutuamente, en lugar de guardar silencio.
Lo que dice Elinor Ostrom es que estos esquemas son muy sencillos y elegantes, muy poderosos y, en ocasiones, descriptivos, pero que no nos tienen que llevar irremediablemente a un camino de perdición.
Ostrom ha sintetizado sus ideas en Governing the Commons. The Evolution of Institutions for Collective Action. Allí puede leerse: "Propongo que hay muchas soluciones que atienden a muchos problemas diferentes. En lugar de presumir que hay soluciones institucionales óptimas que pueden ser diseñadas con facilidad e impuestas con bajos costes por parte de unas autoridades venidas de fuera, sostengo que dar con las instituciones adecuadas es una cuestión difícil, que lleva su tiempo y llama al conflicto. (…) En lugar de basar la política en la presunción de que los individuos están desvalidos, prefiero aprender de la experiencia de esos individuos en la plasmación de acuerdos".
Ostrom observa que estos problemas generan la necesidad de cambiar la forma en que se comportan los miembros de una sociedad; y eso no es fácil, por varios motivos. Para empezar, en este tipo de situaciones el comportamiento de cada uno está esencialmente ligado al de los demás, y es muy difícil prever cómo se comportarán los otros, cómo se responderá a la introducción de una nueva norma y demás.
Más allá de eso, los miembros de una comunidad con un recurso en común cuentan con ciertas ventajas. Así, poseen un conocimiento tanto del terreno como de la gente que les sirve de ayuda. Es un conocimiento "de tiempo y lugar", en la expresión de Ostrom. Es el "conocimiento personal" de que habla Michael Polanyi, o el conocimiento subjetivo y disperso del que habla Friedrich Hayek, autor por el que Ostrom muestra admiración.
Ese conocimiento, en combinación con la razón, lleva a la elaboración de unas normas que se ponen a prueba con la experiencia y se van depurando, en un proceso de prueba y error, hasta convertirse en un acervo, en un conjunto de instituciones, que atesora una sutil inteligencia en la resolución de conflictos y llevan a la comunidad a explotar eficazmente el recurso en cuestión.
Nuestra autora llega a "una teoría de la acción colectiva auto-organizada" en la que, "en lugar de suponer que unos individuos son incompetentes, malvados o irracionales y otros son omniscientes", presume que los individuos tienen "capacidades limitadas muy similares para razonar y para pensar en estructuras de ambientes o entornos complejos".
Todas estas ideas, ¿no resultarán perfectamente reconocibles a los lectores de Hayek? Y más cuando Ostrom muestra que el motivo que lleva a las personas a actuar de ese modo es el beneficio económico. Contamos con el incentivo adecuado y una serie de mecanismos o procesos sociales que nos llevan a una buena solución.
Cuando nos fijamos en los casos que Ostrom pone como paradigmáticos de la gestión exitosa de bienes comunales, comprobamos que no nos muestra una situación de parcelaciones de terreno, con perfecta definición de los derechos de cada cual, pero sí unos acuerdos que se parecen a una privatización del recurso. "En Valencia –escribe–, el derecho al agua se hereda con la propia tierra. (…) El principio de asignación de Valencia es que cada parcela de regadío tiene derecho a una cantidad de agua en proporción a su tamaño". Su caso favorito es el de la ciudad turca mediterránea de Alanya, que "ofrece un ejemplo de un acuerdo de gobierno de bien comunal en que las normas han sido concebidas y modificadas por los propios participantes. (…) aunque no es un ejemplo de libro de propiedad privada, los derechos de explotación de los sitios de pesca y de los deberes respecto de esos sitios están bien definidos".
La politóloga pone igualmente ejemplos de gestiones fracasadas de recursos comunes, y para explicarlo acude a la falta de comunicación entre los participantes o al peso de los intereses creados; pero un elemento que se repite en varios de los ejemplos que pone es la
acción del Estado, de la que es generalmente crítica. Tiene buenas razones para serlo: "Sin una información válida y de confianza, una agencia central puede cometer numerosos errores", si no hay un mecanismo, como el del "mercado competitivo", que ejerza "una presión en el gobernante para que diseñe instituciones eficientes".
En conclusión: Ostrom ha estudiado que hay formas de gestionar los recursos que no son el Estado ni la propiedad privada pero que entran dentro del ámbito privado y que se benefician de su incardinación en un entorno con mercados competitivos.
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