La brillante estrella de Chile
El Comercio, Lima
Ninguna democracia moderna funciona sin partidos políticos, pero frecuentemente son criticados por su falta de sensibilidad, su corrupción y esclerosis. Por eso, en años recientes, América Latina ha presenciado la asombrosa emergencia y victoria de candidatos independientes.
Esto ha ocurrido en países como el Perú, con Alberto Fujimori (1990-2000) y Alejandro Toledo, (2001-2006); y en Colombia, con Álvaro Uribe (2002).
Luego están los caudillos que enfrentaron a los arraigados pero escleróticos sistemas partidistas (Hugo Chávez en Venezuela en 1999; Rafael Correa en Ecuador, 2007), y movimientos amplios como el de Fernando Lugo en Paraguay, que puso fin al gobierno del Partido Colorado durante más de seis décadas.
Las próximas elecciones en Chile, sin embargo, son bastante diferentes. Programadas para el 13 de diciembre, la votación pone de manifiesto la frescura del candidato independiente y los logros de los partidos que él está tratando de remover del poder que tanto tiempo han tenido.
La coalición Concertación, integrada por socialistas, radicales y demócratas cristianos, ha estado gobernando a Chile durante 20 años, desde que el dictador Augusto Pinochet (1974-1990) dejó el poder. Ha sido una de las coaliciones gobernantes más notables, estables y eficaces de la historia latinoamericana: democrática, con excelente desempeño en la administración económica y políticas sociales altamente eficaces, atributos que han conferido a Chile un respeto internacional inusual y singular para un país tan pequeño.
Su historia incluye la elección a la presidencia de dos demócratas cristianos (Patricio Aylwin, 1990-1994; Eduardo Frei, 1994-2000), y dos socialistas (Ricardo Lagos, 2000-2006 y Michele Bachelet, hoy en el poder). Bajo la guía de estas administraciones, Chile se ha convertido en el mayor éxito económico del Tercer Mundo, y está a punto de graduarse —mucho más que Brasil, tan de moda hoy en día, o México, actualmente en problemas— al estatus de nación desarrollada.
Así que, ¿cómo es que un apuesto moscardón de 36 años como Marco Enríquez-Ominami —quien irreverentemente dijo una vez que estaba contento de no ser totalmente chileno (es parcialmente francés)— se encuentra tan cerca, como candidato independiente, de superar a Concertación y avanzar hasta un enfrentamiento final con Sebastián Piñera, empresario multimillonario de centroderecha, para poner fin a uno de los experimentos gubernamentales más exitosos de América Latina?
En primer lugar, tiene talento: Es de mente ágil, y ha tenido carreras breves pero brillantes en televisión, documentales y el Congreso. Sumado a esto posee un legado político particularmente distinguido. Su padre biológico, el líder guerrillero izquierdista Miguel Enríquez, fue muerto en un tiroteo contra el ejército de Pinochet en 1975; su padre adoptivo, Carlos Ominami, durante el curso de una carrera de 25 años ha sido líder partidista socialista, senador y ministro de Economía; y su madre, la socióloga y periodista Manuela Gumucio, proviene de dos generaciones de legisladores, ha estado activa en los medios periodísticos durante años y dirigió parte de la campaña presidencial de Lagos en el 2000.
En segundo lugar, Enríquez-Ominami claramente está explotando lo que podríamos llamar la fatiga de Concertación en Chile: la gente está cansada de ver las mismas caras, el mismo discurso, las mismas políticas, por grandes que sean sus logros.
Quizá este cansancio ha emergido porque estas políticas no han sido, de hecho, totalmente fructíferas. Aunque Chile ha salido mejor librado que la mayoría de las naciones de la región en cuanto a defenderse de los daños causados por la crisis financiera mundial, también la ha resentido. De hecho, su economía ya estaba empezando a perder un poco de fuerza a medida que sus índices de crecimiento iniciaban un descenso; y una distribución extremadamente desigual del ingreso, que data de los años de Pinochet, ha resultado ser sumamente resistente a los remedios de ecualización económica.
Los votantes en Chile desean un cambio. Concertación no fue capaz de presentar un mejor candidato que Frei, el ex presidente de 67 años de edad, quien se ha postulado por segunda vez. Su padre, Eduardo Frei Montalva, también fue presidente de Chile de 1964 a 1970. No es precisamente una bocanada de aire fresco.
En tercer lugar, Concertación rehusó celebrar comicios primarios para seleccionar a su candidato —como lo ha hecho dos veces antes— negando así al audaz marginado la oportunidad de contender. Esto dio a Enríquez-Ominami una oportunidad dorada de postularse como candidato independiente, sin un partido pero con miles de partidarios. Muchos países en América Latina (entre ellos México y Brasil) no permiten que un candidato sin partido se postule para cualquier cargo, pero Chile sí. Enríquez-Ominami se ha convertido en el ejemplo más exitoso.
¿Perderá ímpetu en la recta final? Quizá. Especialmente si el electorado sospecha que no podría derrotar a Piñera en la segunda y final ronda. Pero en las encuestas actuales está empatado con Frei con aproximadamente 20% de los votos, una hazaña extraordinaria en un país con los sistemas partidistas más antiguos y amplios en la región. Lo que es más: algunos sondeos sugieren que él tendría más probabilidades que Frei de ganar a la derecha en la segunda ronda electoral.
Si sigue teniendo buenos resultados en los debates televisados, donde es mucho más hábil que sus rivales, y si no se le agota el dinero (una preocupación importante, al agotarse las fuentes del sector privado) tiene una buena oportunidad de ganar. Si no tropieza —con, por ejemplo, sus respuestas demasiado rápidas, con sus estrechas ligas con Cuba y su evasión constante de temas importantes— bien puede llegar a ser el próximo presidente del país.
Y si no lo es, tiene todo el tiempo del mundo por delante.
El autor fue canciller mexicano
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
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