Venezuela- Colombia: Pensar lo impensable
Bogotá. – Resulta paradójico; pero no inusual. Cuanto más duro suenan los tambores de guerra entre Venezuela y Colombia, más alto gritan las voces de aquellos convencidos de que la catástrofe es imposible. Lo cierto es que semejante disonancia cognitiva entre lo que dictan los hechos y lo que afirman los expertos está lejos de ser un episodio excepcional.
En septiembre de 1938, los jefes de gobierno británico, Neville Chamberlain, y francés, Edouard Daladier, volvieron de su cita con Hitler en Munich convencidos de que la guerra se había evitado para luego encontrarse con ella menos de un año después. Décadas más tarde, durante la crisis de las Malvinas, se multiplicaron los análisis que juzgaban la guerra entre Argentina y el Reino Unido como una opción imposible hasta que resonó la primera andanada en el Atlántico Sur. En realidad, se trata de un comportamiento comprensible. Ninguna sociedad asume fácilmente que se enfrenta a la posibilidad real de un conflicto bélico, bien porque reniega de las consecuencias de haber escogido un gobierno criminal que la lleva al abismo, bien porque conoce en carne propia el significado espantoso de la guerra.
¿Están los análisis de la crisis Venezuela-Colombia atrapados por está inclinación a pensar con el deseo? Lo cierto es que entre la miríada de artículos y comentarios que juzgan como inconcebible un choque bilateral se pueden vislumbrar dos posiciones básicas. Por un lado, aquellos que ven imposible la guerra entre pueblos con tantas vinculaciones comerciales y culturales. Por otra parte, los que se inclinan a pensar que las ínfulas belicistas del presidente Chávez serán frenadas por la falta de interés de sus compatriotas en lanzarse a una guerra con Colombia que la mayoría ven como absurda y peligrosa. Ninguno de los dos argumentos se mantiene a la luz de la historia. Los defensores de las afinidades entre las naciones como garantía de paz deberían recordar como la república árabe de Iraq invadió al también árabe Kuwait en 1990 o recordar como Perú y Ecuador se enfrentaron por tres veces en el siglo XX para dirimir un diferendo fronterizo. Por lo que respecta al rechazo de los venezolanos a la guerra, vale la pena recordar que la falta de voluntad bélica de los italianos no fue obstáculo para que Mussolini los arrastrase al conflicto mundial o que la falta de motivación de las tropas libias no impidió a Gadaffi invadir Chad por dos veces durante los años 80.
Visto así, parece innegable que una confrontación bélica es una posibilidad real. La cuestión es definir de qué tipo de guerra se trataría. Desde luego, lo que resulta imposible es una confrontación a gran escala. Colombia ya ha demostrado por todos los medios humanamente posibles que no tiene ningún interés en iniciar a un conflicto y Venezuela carece de un aparato militar suficientemente sólido como para lanzar un asalto de grandes proporciones. Sin embargo, la prudencia colombiana y la fragilidad venezolana no hacen imposible que se produzca un choque limitado que enfrentaría a unidades de ambos lados sobre un sector de la frontera. De hecho, los ingredientes para el estallido están ahí. Las fuerzas militares colombianas están obligadas a operar en los límites de su territorio para frenar las incursiones lanzadas por la guerrilla desde el país vecino. Por su parte, Chávez ha utilizado el pretexto de combatir el narcotráfico para desplegar en la frontera un número creciente de efectivos militares que no conocen el terreno y carecen de los medios más elementales para situarse en el terreno. Dos ejércitos realizando operaciones muy cerca el uno del otro en medio de un clima político crispado parece una receta segura para un accidente o una provocación iniciada por un grupo de oficiales venezolanos radicales. Todo ello sin contar con las FARC. Militarmente acosada al interior de Colombia, la guerrilla puede apostar por encender un conflicto entre Caracas y Bogotá como una forma de escapar a su propia derrota.
En cualquier caso, la cuestión clave es si el gobierno revolucionario de Venezuela tiene algo que ganar llevando hasta sus últimas consecuencias la tensión que ha alimentado en los pasados años. En realidad, se trata de una interrogante que tiene que ver con las expectativas del presidente Chávez y su círculo íntimo sobre un eventual conflicto con Colombia. En este sentido, la falta de un respaldo decidido de Washington a Bogotá en la crisis y las limitaciones del aparato defensivo colombiano pueden estar enviando señales a Caracas de que una aventura militar podría tener escasos costos. Al mismo tiempo, el régimen bolivariano puede aspirar a unos beneficios políticos notables de un enfrentamiento que es susceptible de ser manipulado para reforzar su imagen como una revolución acosada que necesita optar por la dictadura para sobrevivir. En consecuencia, el régimen bolivariano parece tener poco que perder y mucho que ganar en un choque con Colombia.
¿Se puede hacer algo para reducir la probabilidad de un desenlace catastrófico? Sin duda, sí. Una retórica colombiana más firme frente a las bravuconadas del comandante Chávez, una actitud más activa de la diplomacia de Bogotá en los organismos internacionales y una inversión razonable en equipo militar defensivo pueden ayudar a convencer a Caracas de que una aventura bélica tendría unos costos prohibitivos. Desde luego, unos mensajes menos apaciguadores y más claros desde Washington también serían de gran ayuda en este esfuerzo. Todo en conjunto puede contribuir a cambiar la percepción del régimen bolivariano sobre un eventual choque bélico para que deje de verse como una apuesta rentable y pase a temerse como un salto al vacío. Sencillamente, se trata de modificar el cálculo de costos y beneficios que la cúpula de Caracas está obligada a hacer si llega a contemplar la posibilidad de iniciar una agresión. Eso es lo que los analistas de seguridad definen como disuasión.
- 23 de enero, 2009
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