Buscando explicaciones para el asesinato en masa
Qué sorpresa – que alguien que grita "Alahu Akbar" (el grito yihadista de guerra, "Dios es grande") mientras dispara indiscriminadamente en una estancia llena de soldados estadounidenses tenga un móvil islamista. Desde luego fue una sorpresa para los medios de referencia, que dedicaron el fin de semana posterior a la masacre de Fort Hood a restar importancia a las creencias religiosas de Nidal Hasán.
"Me avergüenza que sea musulmán…Creo que probablemente será solo un demente", decía Evan Thomas, de Newsweek. Algunos se mostraban más tercos. Joe Klein, de Time, condenaba "la repugnante tentativa de ciertos radicales judíos… de argumentar que la masacre perpetrada por Nidal Hasán está vinculada de alguna manera con su fe islámica." Mientras que nadie llega a los extremos de la peculiar idea recurrente cherchez-le-juif de Klein, el discurso generalizado giraba en torno a un psiquiatra del ejército que pierde la cordura a causa de los tremendos relatos que ha escuchado a los soldados que vuelven de Irak y Afganistán.
Ellos sufrieron. Él escuchaba. Él se vino abajo por la tensión.
¿En serio? ¿Y qué pasa con los médicos y las enfermeras, los supervisores y los terapeutas físicos del Centro Médico Walter Reed del Ejército que a diario escuchan y conviven con el dolor y el sufrimiento de los soldados desmovilizados? ¿Cuántos de ellos han cogido después un arma y han abatido a 51 inocentes?
¿Y qué pasa con los psiquiatras civiles – no me estoy refiriendo al terapeuta de postín que trata las neurosis de Woody Allen, sino a los miles de profesionales que trabajan con los psicóticos internados – que cada día escuchan no sólo los relatos sino los gritos de la angustia más atroz, de los más inimaginables tormentos? ¿Cuántos de esos médicos cometen asesinatos múltiples?
Han pasado décadas desde que dejara el ejercicio de la psiquiatría. Puede que la epidemia se me haya pasado por alto.
Pero por supuesto, si el homicida armado se llama Nidal Hasán, de quien National Public Radio informaba venía intentando proselitizar con médicos y pacientes, entonces tiene que haber algo más. ¡Ya! Desorden por estrés postraumático secundario, un oportuno descubrimiento que permite obviar lo evidente.
Y la redonda estratagema moral. El razonamiento en términos médicos del asesinato múltiple no solo exonera. Convierte al asesino en una de las víctimas, en una con la que se puede empatizar en la práctica. Después de todo, el desorden por estrés postraumático secundario, para los que creen en su existencia (no lo encontrará en el DSM-IV-TR, el Manual de Diagnóstico del Desorden Mental del Colegio Americano de Psiquiatras) se conoce como “fatiga de la compasión”. Pobre hombre – conducido más allá de su cordura por un exceso de sensibilidad.
¿Hemos perdidos nuestro bagaje moral por completo? Nidal Hasán (presuntamente) mató a sangre fría a 13 inocentes. En casos así, la corrección política no es solo una abominación. Es un peligro, claro y patente.
Considere el trato que dispensó el ejército al comportamiento previo de Hasán. Daniel Zwerdling, de la radio pública, entrevistó a un colega de Hasán en el Walter Reed acerca de una reunión formal de psiquiatras para evaluar el estado de los pacientes que al parecer había convocado Hasán y que ponía los pelos de punta. Las reuniones son los acontecimientos académicos más serios de un hospital universitario – los internistas, residentes y estudiantes se reúnen para escuchar una conferencia acerca de un caso de importancia para la profesión o un descubrimiento terapéutico.
Habré asistido a docenas así. De hecho, yo mismo convoqué una acerca de la amnesia postraumática histérica – como puede ver, estos actos son muy técnicos. El de Hasán no lo fue. El suyo consistió en una disertación de una hora de duración acerca de lo que llamaba la visión coránica del servicio militar, la yihad y la guerra. Incluyó una elaboración supuestamente académica de los castigos infligidos a los infieles – el envío al infierno, la decapitación, verter aceite hirviendo por la garganta. Esto “puso de los nervios de verdad a muchos de los médicos,” informaba NPR.
Tampoco es que fuera un incidente aislado. “El psiquiatra”, informaba Zwerdling, “afirmaba que era el tipo de persona del que la plantilla hacía corro en los pasillos preguntando: ¿Crees que es un terrorista, o que solo es más raro que un marciano?”
¿Se hizo algo al respecto de este peligro potencial? Por supuesto que no. ¿Quién va a querer ser acusado de islamofobia o de tener prejuicios contra la religión de un colega?
De esas cosas no hay que hablar. Ni siquiera a estas alturas. Ni siquiera después de saber que Hasán había entablado contacto con un conocido propagandista yihadista afincado en Yemen. A fecha del martes, The New York Times estaba publicando una noticia acerca del elevado nivel de violencia entre los soldados desmovilizados que acuden a Fort Hood.
¿Qué tendrá que ver esa violencia con Hasán? No era ningún soldado desmovilizado. Y los soldados que regresaron a casa y dispararon a sus esposas o compañeros no berrean “Alahu Akbar” mientras aprietan el gatillo.
La delicadeza con la religión en cuestión – condescendiente, políticamente correcta y mortal – no es nada nuevo. Una semana después del primer atentado (1993) contra el World Trade Center, el mismo New York Times publicaba el siguiente titular en portada acerca de la detención de Mohammed Salameh: “Varón de Jersey City acusado del atentado del Trade Center”.
Di que sí, esos varones de Nueva Jersey – tan resentidos con Nueva York, tan dados a la violencia.
© 2009, The Washington Post Writers Group
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