Madrid-Pekín y Obama-Mao
17 de noviembre, 2009
17 de noviembre, 2009
Madrid-Pekín y Obama-Mao
China se abre a la visita de Obama con un despliegue «pop» de Obamamanía, estampado ya el icono Obama-Mao en camisetas y gorras de béisbol. Incómoda circunstancia para un líder progresista como Obama, apellidado ahora en homenaje al Mao cuyo despotismo sin límites acabó con las vidas de sesenta millones de chinos. El dólar y los bonos del Tesoro entrelazan ambas economías -decía ayer el «Washington Post»- de forma codependiente y poco sana. Son dos países que emergen de la recesión y con fuerza. Washington está endeudado con los ahorros que aporta Pekín; China vende a Norteamérica un caudal de productos. Eso es algo más que un intercambio comercial en pujanza. Es economía global.
Los empresarios españoles están redescubriendo China. En cuatro años, el comercio bilateral ha pasado de 7.200 millones de dólares a 22.700. Cayeron las exportaciones españolas a mediados de los noventa y la recuperación no fue fácil. Ahora por allá andan los empresarios españoles, muchas veces a pecho descubierto, braceando en la extraña legalidad de un sistema prácticamente indefinido que ya ha hecho de China el segundo consumidor de petróleo del mundo. Por tanto, las perspectivas para la mejora de la relación bilateral tienen que ser buenas. Como oportunidad, basta con echar mano a la calculadora y sumar las posibilidades que en conjunto representan China, Taiwán y Hong Kong.
Hundida la flota española en Cavite en 1898, España regresa al Extremo Oriente muy a finales del siglo XX. En la España barroca, los misioneros parten con cartas del Monarca español al Rey de China. Esa fue la ruta del agustino Martín de Rada, el primer sinólogo español. En el estudio del profesor Togores sobre España y Extremo Oriente queda claro cómo, ya en el siglo XIX, una España ensimismada en sus conflictos internos no aprovecha las oportunidades de Asia como otras potencias europeas. Pierde peso correlativo. En Madrid, es manifiesto el desinterés por la expansión colonial. Los tratados que se firman con China tendrán poco calado. La falta de efectivos navales es total. De modo casi inexorable, va siendo cada vez más precario el prestigio exterior de España mientras -como recuerda el profesor Togores- Occidente está en un proceso de expansión formidable.
Ahora estamos en el horizonte de un siglo que arranca con cuño asiático, y lo sabe muy bien Obama. Después de los Juegos Olímpicos de Pekín, el tobogán de la Exposición Universal de Shangai en 2010 hará de China un protagonista global. Lo que no sabemos es cómo va a evolucionar su sistema político, ni cuál es la fortaleza de su sistema financiero, ni qué garantías ofrece un Estado de Derecho «sui generis», carente de garantías para las libertades y los derechos humanos. Con lo que se ve, alguna forma de capitalismo autoritario es la próxima estación para la locomotora china.
De una parte, el crecimiento económico hace de China un socio ineludible; de otra, la comunidad internacional -Estados Unidos y la Unión Europea especialmente- tienen la ardua obligación de condicionar positivamente esa evolución política hacia un modelo demoliberal. Claro: no es lo mismo presionar a Honduras que indisponerse con un gigante demográfico, económico y geoestratégico. Esas ambivalencias llevan siglos nutriendo la política exterior de los países más civilizados. Y la economía presenta un claro dilema: sinergia o antagonismo. Nadie quiere perderse el tren. España y la Unión Europea necesitan reafirmar su presencia en Asia. Está claro que Obama-Mao lleva una buena ventaja.
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