Estudiar no es una party
19 de noviembre, 2009
19 de noviembre, 2009
Estudiar no es una party
Que la riqueza de las naciones depende de la calidad de su enseñanza se ha convertido en lugar común, siempre sospechoso. Pero en este caso se trata de un hecho incontrovertible. Nada de extraño que todos los gobiernos y partidos prometan una mejor educación, aunque la cosa se quede luego en mero discurso electoral, al menos en España, donde el nivel educativo no hace más que decrecer, con la consiguiente amenaza para nuestro futuro, acentuada por la crisis económica, de la que sólo saldrán los países con alto nivel educativo.
Y lo primero que tendríamos que hacer no es otro plan de enseñanza, sino preguntarnos a qué se debe nuestro fracaso escolar, mayor que el de los países de nuestro entorno. Si fuésemos sinceros, llegaríamos a la conclusión de que no hemos sabido ni querido afrontar el problema de la enseñanza con la decisión y profundidad que requiere. Hemos atendido más al número que a la calidad, a facilitar las cosas a los alumnos que a formarlos realmente, a satisfacer las necesidades de los padres que a recordarles sus deberes. Es como la primera y segunda enseñanza se han convertido en prolongaciones de los parvularios, donde los padres dejan a sus hijos para irse a trabajar sin preocuparse de más, a no ser que los hijos tengan algún problema, en cuyo caso, la culpa será de los profesores, que a la labor docente, ven añadida la de padres suplentes.
En tales condiciones, el fracaso escolar resulta inevitable, pues la escuela no puede, ni debe, ser el sustituto de la familia. Por si ello fuera poco, tal trabajo extra ha venido acompañado de una degradación social de los docentes. Que nunca habían estado bien pagados era harto conocido, pero al menos tenían autoridad en las aulas, y en caso de ejercer bien su trabajo, prestigio en la comunidad donde vivían. Un igualitarismo chabacano ha hecho trizas ese prestigio y una falsa idea de la enseñanza la ha convertido en una especie de nuevo servicio militar obligatorio, que niños y jóvenes pasan en las aulas porque no les queda otro remedio, con el mínimo esfuerzo y la mayor diversión posible. Sigue habiendo buenos estudiantes, faltaría más, pero la mayoría lo que desea es acabar como sea y cuanto antes, para empezar a ganar dinero. A no ser que se pertenezca a esa fracción, no pequeña, que prolonga lo más posible los estudios al considerarlos la mejor etapa de la vida. Se comprenderá que ésta no es educación ni cosa que se le parezca, y que si el desánimo cunde entre el profesorado, lo que domina entre los alumnos es un pasotismo que no ayuda en nada a su formación.
Se trata de un problema que afecta a la mayoría de los países, ya que su origen está en los enormes y rapidísimos cambios experimentados no sólo en los conocimientos, sino también en las prioridades y valores, sin que los centros de enseñanza y la propia sociedad los hayan digerido todavía. Un replanteamiento en todos los órdenes que no debe hacernos olvidar la cuestión fundamental: ¿cómo se prepara mejor a los niños y jóvenes de hoy para el mundo del mañana, que está ya aquí? De que se acierte o no en la respuesta dependerá tanto su futuro como el de su país. Diría incluso más el de su país que el suyo, pues en el mundo globalizado hacia el que vamos los bien formados, si no están satisfechos con su país, podrán trabajar en otro sin mayores problemas.
Como no quiero caer en el gran error cometido hasta la fecha -lanzar un nuevo plan de estudios-, voy a ceñirme a unos principios fundamentales, sin los que toda reforma educativa no tendrá el menor efecto:
– La sociedad del futuro será cada vez más una sociedad del conocimiento. Quiere ello decir que los trabajadores tendrán que dominar todos los aspectos de su profesión. El «peón», por tanto, dejará paso al especialista, provisto por lo menos de una formación profesional.
– La educación no se acaba con los conocimientos adquiridos en los centros de enseñanza, sino que deberá continuar a lo largo de toda la vida profesional, a fin de mantenerse al tanto de los avances que se estén efectuando en su ramo. Ello significa que, tanto o más importante que enseñar unos determinados conocimientos, habrá que «enseñar a aprender» ya por cuenta propia.
– La enseñanza clave es la media, la de la «high school» o «bachillerato». En la primaria, el alumno es demasiado joven para adquirir conocimientos sofisticados, y en la superior, está ya demasiado hecho para convertirlos en parte de su ser. Mientras en la media, que coincide con la adolescencia, es decir, con los años en que se adquiere una visión particular del mundo, lo que se aprende es fundamental. Más, si se piensa que son también los años en que se forma el carácter de cada individuo, que ya no dependerá tanto de la influencia familiar sino del entorno que le rodea, el centro escolar principalmente. En este sentido, el papel del profesor como «roll model», como modelo a imitar, es fundamental. Son muchos los que han elegido su carrera sólo por la influencia de un profesor determinado. Aunque para eso, lo primero es que el profesorado recupere la autoridad y prestigio necesarios.
– La enseñanza tampoco debe reducirse a la adquisición de unos conocimientos en un ramo determinado, sino que debe promover también la creatividad en los mismos. Como queda dicho, el profesional de hoy debe de estar al tanto de los últimos adelantos en su profesión.
Pero, además, debería ser capaz de introducir en ellos las variantes que los mejoren. Pues el trabajo rutinario se dejará cada vez más a los ordenadores, mientras los expertos se dedicarán a hacerlo más rentable y efectivo. Eso significa nuevas ideas, capacidad de análisis e imaginación para solucionar los problemas de forma más efectiva. Naturalmente, no todos los chicos y chicas lo tienen. Pero conviene que lo tengan por lo menos un porcentaje de ellos, para que su país pueda mantenerse en el grupo de cabeza, que es lo único que garantiza un alto nivel de vida.
Volviendo los ojos a nuestro país, nos encontramos de entrada que, en vez de hacer una «sociedad de conocimiento», lo que estamos haciendo es una «sociedad de entretenimiento». Más que a formar a sus ciudadanos, los políticos se preocupan de divertirles, de ahí la proliferación de fiestas y el culto a lo lúdico. En esa línea, se han dispuesto unas normas educativas basadas en el mínimo esfuerzo y la mediocridad, en vez de premiar el esfuerzo y el mérito. Empeora la cosa que sigue sin prestarse la debida atención a la enseñanza profesional, mientras la media ha desaparecido prácticamente, comida por la primaria y la universitaria. Al mismo tiempo que el profesorado ha sufrido el mayor descenso en prestigio social de los dos últimos siglos, llegando a ser agredido por padres y alumnos. En cuanto a la creatividad, ni siquiera se cita en nuestros centros educativos, donde reina la rutina por un lado y pasar curso como sea por el otro, con una inversión de valores que llega a primar el conocimiento del idioma local sobre un doctorado o a reducir la enseñanza de la ciudadanía a explicar por qué Franco no debería haber ganado la guerra de los abuelos.
Díganme ustedes cómo vamos a competir en el mundo del siglo XXI con esta fuerza laboral.
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