La Vanguardia, Barcelona
Siempre que leo una entrevista con un cirujano plástico me pongo casco. Indefectiblemente sé que, después de leer sus maravillas con el bisturí, me sentiré incluida en el pintoresco ejército de personas "mojigatas" que nunca pasarían por sus maravillosas manos. Conozco los lugares comunes de tan ilustres doctores, y no por sufrir una pasión desaforada por el tema, sino porque se repiten como el ajo, por tierra, mar y aire, como si fueran una plaga bíblica.
Más que médicos –que lo son, y sin duda buenos–, me parecen la versión universitaria de esos nuevos predicadores que tanto abundan en las esquinas de nuestra sociedad del desconcierto. En su caso, la religión es la belleza, y el bisturí es el credo.
Dicen estos sacerdotes del santo grial de la juventud eterna que las operaciones de estética tienen que ver con la autoestima, que mejoran la vida de la gente, porque la hacen sentir mejor, que son, sencillamente, hacedores de felicidad. No pongo en duda que la masiva utilización de dicha cirugía mejora la felicidad, especialmente de los propios cirujanos, cuyos bolsillos son tremendamente felices. Pero más allá de vender el producto con evidente inteligencia, me resisto a los tópicos que usan como eficaz propaganda.
Por ejemplo, la entrevista que Judith Martínez hizo al doctor Leónidas Varella, presidente de la Sociedad Española de Bioplastia.
Asegura el buen doctor que los españoles "son más mojigatos", que están secuestrados por la "educación judeocristiana, como si ser presumido fuera un pecado", que en Brasil es distinto y que allí la cirugía es una cuestión de estado, "un plus social".
Hacía tiempo que no leía una sarta tan completa de tonterías. Primero, porque no hay país más "judeocristiano" que Brasil, cuya abundancia en todas las versiones del cristianismo no tiene parangón en el mundo.
Segundo, porque entre los clientes de cirugía debe de haber creyentes de misa diaria.
Tercero, porque no hay nadie, a estas alturas, que considere pecado ser presumido, a no ser que esté pensando en monjas de clausura. Y finalmente, porque si pasar por la cirugía es un "plus social", la sociedad que así lo considera demuestra una pobreza cívica, una fragilidad y una falta de referentes muy considerable.
Sin duda Brasil es un país importante, pero considerarlo modélico porque todo el mundo se opera es trastocar de forma delirante los valores sociales. Así pues, me acuso de mojigata judeocristiana porque no practico la religión del bisturí, porque mi autoestima no pasa por tener el culo de Jennifer López y porque considero un plus social la cultura, la profesionalidad, el trabajo y todos esos estúpidos valores cívicos que no mejoran con una inyección de bótox.
Y aún más sacrilegio: porque amo cada arruga que me da la vida, convencida de que la belleza no es una sala de operaciones, sino un equilibrio de vida.