El muro
El País, Montevideo
Este año y este mes el mundo conmemoró los 20 años de la caída del muro de Berlín. Nuestro país también, pero acá fue algo frío, como si se tratase de un acontecimiento puramente mediático, más espectáculo que otra cosa. Los diarios y la televisión se ocuparon del asunto reproduciendo cables y despachos del extranjero pero no hubo nada local. Nadie pareció sentirse interpelado a meditar el simbolismo del episodio: el estruendo de los cascotes derribados proclamando el fracaso político más resonante del siglo. Porque, entendámonos, no fue un muro lo que se desplomó sino un conjunto de valores y una estructura de certezas que se habían levantado detrás.
Sin embargo la cabeza de no pocos integrantes de la izquierda uruguaya no ha cambiado: ya no hay muro pero siguen emparedados. En algunas dirigencias sindicales no se ha visto gran cambio. En ciertos ambientes intelectuales tampoco; ni se sienten víctimas de engaño alguno ni urgidos a desentrañar los motivos de la caída.
Caso doblemente asombroso es el de esos intelectuales que siguen tan seguros de sí mismos como antes, tan dados a dictar cátedra como siempre. No les inquieta no tener ya edad para las cabriolas mentales que les exige compaginar su declaración de amor a la democracia y la libertad y, al mismo tiempo, su admiración por Fidel Castro. Siguen cultivando la pose de pensadores pero no quieren pensar. Se siguen considerando moralmente por encima del común de los mortales porque han memorizado un discurso de sensibilidad social, al tiempo que viajan hacia su casa de veraneo en el Polonio (edificada en terreno fiscal y de la que no pagan ni contribución inmobiliaria ni impuesto de primaria), manejando su buen coche (empadronado en Colonia), escuchando al SODRE y a su ego satisfecho.
Una pregunta que debería plantearse la izquierda uruguaya es si la caída del muro de Berlín, y de todo lo que estaba oprimido atrás, significó sólo la muerte de un socialismo histórico o del socialismo como tal. No parece posible hoy separar el despotismo y las tragedias humanas que produjo el leninismo y el stalinismo (en la URSS, en Corea, en Rumania, en Polonia, en el P.C. uruguayo, en el PIT-CNT) de la doctrina que estuvo detrás.
El muro de Berlín cayó porque un sistema político manejado por la fuerza era insostenible. Pero también por la ira de una sociedad aplastada que veía, por encima del muro, las oportunidades de desarrollo humano que brinda una sociedad abierta. Como escribió J. Eliaschev: "La idea de una igualdad (que, por otra parte, no fue tal) sin libertad, no ha sido reflexionada por una izquierda latinoamericana que se mueve como si el mundo siguiera estacionado donde estaba hace décadas. De ese socialismo prusiano y vociferante que se enunciaba al Este de la Puerta de Brandenburgo hasta 1989 nada queda, aún cuando en tierras latinoamericanas se hable hoy de ese modelo como si hubiera sido una historia de éxito". La izquierda uruguaya no ha terminado de hacer una revisión prolija de sí misma. El materialismo científico y el determinismo histórico fueron guardados pudorosamente en el armario sin mayores explicaciones. Abandonadas sus bases teóricas se acomodaron sin chistar a un populismo charlatán y aquí no ha pasado nada. La izquierda se debe una explicación a sí misma y se la debe al Uruguay.
Sería una chantada escamotearla aprovechando que ahora muchos uruguayos no quieren saber a dónde van (o no les preocupa a donde los llevan).
- 23 de julio, 2015
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