Iberoamérica y la sociedad abierta
MADRID. – No se sabe, a una semana de las elecciones presidenciales en Uruguay, si Luis Alberto Lacalle, que ya fuera presidente del país, logrará serlo de nuevo. De hecho, las encuestas no le son favorables para esta segunda vuelta contra un extravagante candidato de la izquierda, José Mujica, ex tupamaro y propietario de la colección de declaraciones políticas más impresentables del pequeño país americano.
Sin embargo, pase lo que pase el próximo domingo, la trayectoria de Lacalle y su formación política, el Partido Nacional, merece la consideración de la derecha española. Para empezar, la mayor parte de los dirigentes de los «blancos», que es como se denomina a sus militantes, estuvieron en la oposición a la dictadura tras el golpe de estado de 1973.
Un breve repaso de las actitudes políticas de la derecha uruguaya revela desde actos de defensa de la democracia y valiente confianza en el Estado de Derecho, como la denuncia del golpe ante los tribunales en cuanto se produjo, a la persecución de sus líderes por los militares. La padecieron, entre otros, el propio Lacalle, detenido en 1973 y que sufrió un intento de envenenamiento en 1978, y Wilson Ferreira Aldunate, el más ácido censor de la dictadura que, el mismo día del golpe, dijo en el Senado que su partido sería el «más radical e irreconciliable enemigo» de la dictadura. Su vuelta del exilio en 1984, acompañado de muchos de los que luego fueron ministros de Lacalle en 1990, fue la gran fiesta de la democracia que se ansiaba, aunque la paradoja de la transición y los pactos con los militares hizo que, reclamado por la justicia militar, no pudiera presentarse a las elecciones. Murió de cáncer cuatro años después.
Mujica, antes y después del golpe, había sido partidario de la violencia y ahora, desde sus posiciones radicales, trata de presentar al Partido Nacional y sus candidatos como patricios enemigos del pueblo y la democracia, pero los hechos son como son.
Desde España se ha dicho estos días que el candidato del Frente Amplio es como una suerte de Lula, algo que es una broma de mal gusto… para Lula y los uruguayos.
Al perfil de Lula, de su concepto de la izquierda en Iberoamérica, podría responder el actual presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, pero no José Mujica del que Vázquez viene distanciándose bastante más allá de lo que exige la neutralidad. Mujica revive el modelo político de Chaves, que le ayuda cuanto puede como a tantos otros políticos radicales en Iberoamérica. El pasado del candidato es tenebroso, pero lo peor es la claridad pasmosa con que ha mostrado sus recelos a la Justicia independiente, a las instituciones del Estado de Derecho y la economía libre.
Así que lo que se juega Uruguay en estas elecciones no es ni de lejos uno u otro estilo de gobierno, ni exactamente la opción entre dos modelos posibles: la trayectoria exitosa de Lacalle en los 90, mudando el país a la modernidad y la prosperidad, y el fracaso de los correligionarios de Mujica incluso en momentos de bonanza económica internacional.
Se trata de optar por la sociedad abierta y las instituciones democráticas, en las que ambos pueden discrepar, o por una suerte de «revolución». Si sorprende que las cosas sean así precisamente en un país que es en estos decenios, como antes de la dictadura, un ejemplo de respeto a las instituciones democráticas, no lo hace menos constatar el lamentable influjo de Chaves en el continente mientras España y otros países occidentales le ríen o le permiten las gracias.
Los uruguayos elegirán naturalmente al que quieran, pero la responsabilidad de que en Iberoamérica se limite o se ponga en peligro la sociedad democrática y abierta es, por pasividad ante los impulsores del totalitarismo, también de una Europa -nuestro país especialmente- que deja hacer silenciosamente si vende o compra algo.
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